Las cosas no pueden “cambiar” para que nada cambie
Editorial #449 – El sistema, estúpido
Pocos meses antes de la elección presidencial de los Estados Unidos en 1992, George Bush (padre) gozaba de índices de apoyo muy altos, principalmente gracias al éxito de su política exterior. Su popularidad había alcanzado niveles que marcaron récords históricos y, en los ojos de la mayoría de los analistas políticos de ese país, su reelección en las presidenciales de ese año estaba asegurada.
En ese contexto, un joven político llamado Bill Clinton, de la mano de su principal asesor, James Carville, decidió asumir la candidatura Demócrata para dar una batalla que la mayoría veía. Sin embargo, Carville identificó que tenían una gran oportunidad si es que no perdían el foco de lo esencial en ese momento, que no era precisamente el rol de los Estados Unidos en el mundo, sino su economía.
Por eso, el principal asesor de Clinton se dedicó a pegar carteles en todas sus oficinas de campaña con un solo mensaje: “La economía, estúpido”. Su intención era que todo el trabajo que se hiciera, tuviera siempre en mente el objetivo principal del mensaje. El resultado de esa estrategia ya es conocido por todos.
Si algo debemos aprender de historias como ésta es que incluso en medio de hecatombes como la que vive hoy Venezuela, la lucha no debe perder jamás el foco. Más allá de la urgencia, que la tenemos, y de las concesiones coyunturales, que también se dan, el gran reto es comprender que después de 20 años de la peor tragedia que nos ha tocado en la historia y cuando finalmente estamos cerca de superarla, las cosas no pueden “cambiar” para que nada cambie.
Si algo bueno podemos sacar de tanta desgracia es que hoy tenemos una oportunidad inédita para construir un país realmente diferente, uno que jamás hemos tenido. Si bien las últimas dos décadas hemos visto la profundización de un modelo populista, rentista, clientar y socialista, la verdad es que desde mucho antes coqueteamos con estos males.
La buena noticia es que hemos llegado a una situación tan crítica, que ya no es necesario explicarle a nadie que este modelo no funciona. Ahora, el reto que tenemos, es contarle a la gente cuál es el que les permitirá vivir mejor: una democracia liberal con instituciones sólidas, con una nueva relación Estado-ciudadano, en una economía con las mayores libertades para que cada quien pueda vivir dignamente del fruto de su esfuerzo.
Para lograr esto, también debe existir un cambio cultural y moral. Además de la crisis económica, social y política que aún atravesamos, quizá la peor de ellas ha sido justamente la pérdida de valores que el chavismo ha incentivado durante tantos años.
Tenemos que rescatar la decencia en Venezuela, y esto pasa por lograr una transición que no sea solo política, sino también moral. Quizá nunca tuvimos una oportunidad como ésta para cambiar estructuralmente el modelo de sociedad en el que vivimos, que sea la base para construir el país con el que soñamos.
Sin embargo, esto no ocurrirá si después de la transición se mantienen los viejos vicios y los mismos actores que nos han traído hasta acá: la corrupción, el “compraderismo”, el populismo y el socialismo.
Si de verdad queremos lograr un cambio en serio en Venezuela, debemos tener claro que no se trata de hacer lo mismo pero mejor, sino hacerlo de verdad diferente. Cambiar de raíz un sistema perverso que solo podía terminar como hoy estamos.
Porque los culpables de todo esto no son solo algunas personas, el culpable es el sistema, estúpido.
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