La promesa
Para el año 1896, la autocracia crespista no sufría grandes problemas, navegaba los mares de la tranquilidad. Con el general Guzmán Blanco fuera del país, sin partidos doctrinarios, ni oposición caudillista, estancadas las empresas que podían transformar el medio físico y social venezolano, Joaquín Crespo desempeñaba el papel de patriarca.
Este segundo periodo presidencial, iniciado con la victoria de la “Revolución Legalista” de 1892, se caracterizó por dos hechos importantes: Las cárceles permanecieron vacías de presos políticos y la prensa gozó de verdadera libertad para denunciar las irregulares de la administración.
Todos los días, en su despacho de la quinta Santa Inés, el Presidente escuchaba a su secretario, Alirio Díaz Guerra, leer las noticias correspondencia. Se divertía escuchando como algunos periódicos publicaban reparos que los ciudadanos formulaban sobre la caprichosa gestión ejecutiva del llanero.
A mitad de 1897, se aproximaba el término del periodo presidencial y Crespo se preocupaba, pues la constitución nacional, aprobada por Congreso de 1893, le impedía continuar en el cargo. Los letrados que apoyaron la guerra “Legalista” sancionaron en el texto un artículo que prohibía la reelección. Tal vez se le cruzó por la cabeza volver a reunir a cien sabios legisladores con el objetivo de promulgar una nueva “norma normarum”, pero se había levantado en armas contra las intenciones de Raimundo Andueza Palacio, quien deseaba reformar el texto constitucional con el propósito de perpetuarse en el poder. Él no podía hacer aquello, podría ocurrirle lo mismo que le sucedió a su antecesor. Por ello decidió escoger a un encargado de la administración, un personaje fiel, de su estricta confianza, que le guardara el puesto para devolvérselo, al igual que hizo él cuando en 1886 le regreso la presidencia a Guzmán Blanco, ganándose el título “Héroe del Deber Cumplido”.
El Ministro Juan Francisco Castillo manifestó su fidelidad al Presidente, pero Crespo lo calificó, en sus propias palabras, como -chivo chiquito.- El general Francisco Tosta García también se consideraba apto para ser el heredero, pero para el llanero era peligroso -Tosta sabe mucho de política y no tiene necesidad de nadie para gobernar.- Fueron muchos los asomaron sus barbas en el concurso, pero el “Tigre de Santa Inés” ya tenía el ojo puesto a un candidato.
El elegido de Crespo fue el general merideño Ignacio Andrade, figura del Legalismo y Presidente del Estado Miranda desde principios de la dominación crespista.
-Andrade ya está viejo para aprender a mandar.-
Al conocerse el nombre del escogido, comenzaron a correr rumores en los corredores de Santa Inés. Se hablaba que la decisión del Presidente se remontaba a una promesa realizada en La Rotunda una década antes, en 1888, cuando Crespo fracasó en su invasión a bordo de la goleta “Ana Jacinta” en el movimiento revolucionario organizado para derrocar el gobierno del dr. Juan Pablo Rojas Paúl. Según los cronistas del Palacio, Andrade sirvió de mediador en el conflicto y fue quien recibió al alzado en la temida prisión caraqueña.
El andino afinó todos los detalles del recibimiento al célebre reo. La orden al alcaide de la prisión fue desocupara su oficina y habitación para habilitar este espacio para el General. En ese pequeño espacio se instaló un lujoso mobiliario dotado de mesa para jugar dominó y naipes, una inmensa cama, sillones y poltronas, todos comprados en la tienda más fina de la capital.
Andrade visitaba al cautivo dos veces al día. A primeras horas de la madrugada compartían café negro sin azúcar, como se bebe en los llanos, y antes del ocaso, pasaba a regalarle un trozo de dulce de leche y preguntarle si necesitaba algo. Durante estas visitas y conversas desarrollaron una estrecha amistad, compartieron experiencias de campañas militares y ejercicio del cargo público. Mientras el llanero hablaba de sus aventuras en un horizonte infinito, poblado de verdes pasturas e inmensos rebaños de ganado, el merideño le contaba sobre las heladas brisas que rozan los peñascos de la cordillera de Los Andes.
Gracias a las atenciones en su tiempo de presidio, así como su papel en la mediación con el Presidente Rojas Paúl, por la cual se pactó la libertad del conjurado con tres condiciones. Desistir de sus actividades sediciosas; entregar el moderno parque de armas comprado en Bélgica con el que contaba la revolución en manos del ejército venezolano; y abandonar el país.
Sin la intervención de Andrade, Crespo hubiese quedado preso durante años, evento que le hubiese impedido participar en la revolución que acabó con el con de Andueza Palacio.
Por ello dicen que, al momento de salir de la cárcel, el llanero le estrechó la mando al merideño y le hizo una promesa:
-Cuando yo vuelva a ser Presidente de la República, usted será mi sucesor.-
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