Del pre – posmarxismo

Fotografía: El Nacional, Caracas.

En las postrimerías del siglo anterior, agotado el marxismo en las universidades públicas que le dieron soporte político y, de un modo u otro, presupuestario, surgieron corrientes, por entonces curiosas, que abandonaron el clásico discurso, probando con estrategias heterodoxas. Ya el asunto no radicaba en la lucha de clases, ni en la dictadura del proletariado, sino en la defensa y promoción de las más disímiles causas ecológicas, feministas, indigenistas, etc.

Esquivando el nada menudo problema del derrumbe del socialismo real, aquella  izquierda abogó aún más por la causa de los derechos humanos y de las libertades democráticas.  Localmente, quizá más por intuición que por una búsqueda reflexiva alternativa, a ratos parecía recreativa y hasta divertida. Así, por el camino de la antipolítica, enmascarada o encapuchada, supimos de la incursión – por ejemplo – de la conocida Plancha ’80 en la Universidad Central de Venezuela.

El fin de la historia pareció originarse en Venezuela, porque cualesquiera discusiones doctrinarias e ideológicas fueron consideradas inútiles e impertinentes, sembrado el burdo pragmatismo en los más variados ámbitos políticos.  No obstante, hubo voceros de reconocido prestigio intelectual en los partidos democráticos, muy escasos, que llamaron la atención del fenómeno, mientras que los muchos se hicieron también literalmente recreativos y divertidos, solazados por las viejas lecturas.

De revisar las actas parlamentarias y edilicias de aquellos tiempos, baremo tan indispensable como los medios de comunicación social, a objeto de calibrar las ideas políticas de entonces, prácticamente nadie acusa recibo de la escuela genéricamente llamada del post-marxismo en ciernes. Por ejemplo, Chantal Mouffe y Ernesto Laclau publican por aquellos años “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia”, u otros autores retoman a Antonio Gramsci o relanzan a Michel Foucault que, en la misma vieja carretera, extreman sus críticas al capitalismo liberal, ignorados por los sectores que pretendidamente estaban consagrados a la causa de la libertad, a reflexionarla y a ayudar a actualizarla.

El caso estriba en que este batiburrillo llamado socialismo del siglo XXI, tiene igualmente por fuente  las ideas del post-marxismo, aunque – por una parte –  el régimen no resista la propia aplicación de sus  diagnósticos, métodos u orientaciones; la escuela no se haga – por otra – responsable de la catástrofe humanitaria y masiva represión, añadido el genocidio,  que caracteriza a la Venezuela actual; ni – por último – explique responsablemente las recias dictaduras de China o Vietnam que sobreviven gracias al libre mercado.  Excepto los escarceos de Jorge Giordani  a favor de Gramsci o Mézsáros, los socialistas de la hora jamás revelaron alguna inquietud teórica, como tampoco irresponsablemente lo exigió la oposición, siendo evidente que, entre otros,  la Mouffe y Laclau pavimentaron muy bien el camino.

El propio ejercicio autocrático del poder, los llevó a extremar la retórica pro-indigenista, aunque – semanas atrás – masacraran al pueblo pemón,  olvidados de la clase obrera que, por lo demás, destruyeron.  Otro ejemplo, precisamente, esa generación representada por la Plancha ’80 ha participado del mayor de los saqueos del erario público en la historia venezolana, quebrando hasta las propias industrias del petróleo y del hierro.

Puede decirse de una era previa al post-marxismo tan legitimador de la presente dictadura, como el propio artefacto propagandístico del castrismo.  Con las salvedades del caso, en la acera opuesta, muy pocos o nadie reparó en la escuela, todos divertidamente recreados por las promesas del barril petrolero.

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