Editorial #455 – Chavismo, Madurismo y…¿más de lo mismo?

Han pasado más de tres meses desde la juramentación de Juan Guaidó como presidente (E) del país y, por muy contradictorio que parezca, el panorama es hoy más incierto que en los primeros días.

Es muy probable que el impulso con el que Guaidó comenzó en enero haya sorprendido a muchos, porque hasta diciembre del año pasado la mayoría alrededor del mundo y muchos en Venezuela ni siquiera sabían pronunciar correctamente su apellido y hoy es una de las “100 personas más influyentes del mundo”, según la revista TIME.

Su liderazgo en días muy difíciles y su templanza ante las brutales amenazas del régimen chavista, a las que los líderes más importantes de la oposición ya están acostumbrados, consolidaron la imagen de un presidente (E) que no solo le devolvió la esperanza a millones de venezolanos, sino también fortaleció la unión de los diversos factores políticos y sociales del país.

Por supuesto que la oleada de apoyos y reconocimientos internacionales del más alto nivel terminaron de consolidar un movimiento que lucía imparable. El cambio no solo se percibía indetenible, sino que para muchos también parecía inmediato. Grave error.

Casi 100 días después, muchos se preguntan qué pasó. ¿Cómo puede un régimen totalmente debilitado y fracasado, rechazado por el 90% de los ciudadanos y condenado por el mundo, seguir aferrado al poder? ¿Cómo puede la comunidad internacional no ser más contundente contra quienes han hecho de Venezuela una tierra arrasada y de sus ciudadanos las personas más miserables del mundo?

Parte de la respuesta se encuentra en los más oscuros intereses que se mueven en el país. Es mucho dinero el que ha estado y está en juego y esos grupos de poder, aterrados de perder sus beneficios, mueven sus hilos y sus fichas.

Así se explica que incluso en una situación tan dramática como la que vivimos -y que hace un par de días reflejó con claridad un conmovedor reportaje del periódico ABC de España- reaparezcan las mismas voces de siempre, políticos, “intelectuales”, encuestadores y periodistas, trabajando el terreno para un nuevo escenario electoral. Son los mismos que en el pasado apoyaron los “diálogos” en República Dominicana y las farsas electorales como “la salida” a esta tragedia en la que aún estamos inmersos. Creen, por alguna extraña razón, que pueden hacerlo una vez más.

En lo que aparentemente no han reparado es en que después de tanto engaño y decepción, la conciencia de los venezolanos es inmensa. La gran mayoría está clara de que no es con elecciones ni diálogos que podremos salir de las mafias que han secuestrado a Venezuela, y que lo único que lograrían es lo que han conseguido siempre: darle oxígeno y tiempo a Maduro en sus peores momentos.

El gran reto que hoy tiene el presidente (E) Guaidó es deslastrarse de lo peor de la “oposición” venezolana y seguir, como lo hizo los primeros días, encabezando una ruta que se planteó en un orden claro: el cese de la usurpación, un gobierno de transición que pueda generar las condiciones a la mayor brevedad posible, para la realización de unas elecciones libres, justas y transparentes.

Además, los venezolanos también están claros en que lo que vivimos no es nada diferente a las consecuencias directas y predecibles del socialismo que termina siempre en corrupción, saqueo y miseria.

Tenemos que dejar de defender lo indefendible y empezar a hablar con claridad. Después de 100 años de socialismo, 20 de chavismo y madurismo, el peor error que podríamos cometer es insistir en más de lo mismo.

 

Miguel Velarde
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