Vuelve la vieja teoría del mal menor

Los cuestionamientos a Jaime Durán Barba estuvieron a la orden del día, incluso dentro de las filas de Cambiemos. Pero podrían resultar exagerados. El consultor ecuatoriano que asesora al gobierno de Mauricio Macri acababa de afirmar: «En el concurso de los menos malos, claramente ganamos. Somos los menos malos». La confesión fue hecha a la agencia internacional Bloomberg News, en momentos en que los inversores extranjeros huían del riesgo argentino. Sus detractores obviaron que la historia electoral de muchos países está plagada de ejemplos en los cuales quien gana los comicios no es el mejor, sino quien termina siendo considerado el mal menor por la mayoría del electorado.

Es verdad que la frase del consultor estrella del macrismo desnudó las limitaciones de la estrategia para lograr la reelección del Presidente. Resulta difícil imaginar a un alumno aspirando a ser el mejor de su clase con un promedio de 4 o 5 puntos y tras haber sido aplazado en Economía. O a un equipo de fútbol que confía en ganar un partido con sus 11 jugadores colgados del travesaño de su arco, mientras su director técnico los alienta a aguantar y, de paso, acostumbrarse a convivir con los altos niveles de volatilidad del dólar. Podría suceder que los compañeros de aquel alumno fueran aun peores a los ojos de sus examinadores o que al equipo de fútbol rival de pronto le expulsaran a varios jugadores y se invirtieran los papeles. Pero es poco probable.

La tesis duranbarbista, con todo, está cerca de despejar un obstáculo. Requería la participación electoral de Cristina Kirchner, a quien considera la más mala de todos. Y en los últimos días la exmandataria pareció dar una señal de que será finalmente candidata presidencial, luego de la aparición de su libro, Sinceramente, escrito en clave electoral.

Los operadores políticos del Gobierno siempre apostaron a llegar a un ballottage frente a Cristina. Pero lo que parecía una estrategia funcional al logro de la reelección de Macri terminó profundizando la incertidumbre y alimentando círculos viciosos a los que el equipo económico no ha podido dar respuesta aún: en la última semana, el dólar ascendió un 9%, las tasas de interés para bancos terminaron en el 71,8% y el riesgo país trepó a 967 puntos.

«El riesgo país sube porque en el mundo hay miedo de que volvamos para atrás», sostuvo el Presidente. No hay dudas de que la aparente ventaja que exhibe Cristina Kirchner sobre Macri de cara a un ballottage que solo tendría lugar dentro de siete meses disparó miedo y preocupación en inversores. Como también es cierto que, un año atrás, no había encuestas que indicaran una tendencia favorable a la expresidenta y, sin embargo, la Argentina sufrió un gran cimbronazo cambiario y financiero.

¿Son el factor Cristina y el efecto de la encuesta de la consultora Isonomía la única fuente de incertidumbre que disparó el riesgo país? ¿Y cuánto puede haber contribuido la percepción de los inversores de que el gobierno de Macri ha modificado su orientación económica a partir de su apuesta a los controles de precios? Es difícil explicar la psicología del mercado, basada muchas veces en la decisión de un broker que oprime un botón para vender activos, generando un efecto en manada.

Resulta curioso, a la vez que desalentador para el Gobierno, que el pánico cambiario y financiero se produzca al mismo tiempo que los datos fiscales del primer trimestre que se acaban de conocer exhiben avances en el proceso de consolidación de las cuentas públicas. El período concluyó con un superávit fiscal primario de unos 10.300 millones de pesos y sobrecumplió la meta acordada con el FMI, Las cuentas fiscales nunca habían mostrado un balance superavitario en un primer trimestre desde el año 2011.

El problema es que no mandan esos números, sino las expectativas. Y estas afectan tanto a grandes inversores como al ciudadano de a pie. La incertidumbre, más allá del crecimiento de Cristina Kirchner en los sondeos de opinión pública y del miedo que pueda generar su hipotético retorno al poder, interpela al Gobierno. Se relaciona con la percepción de cierta falta de aptitud del equipo de Macri para resolver problemas coyunturales sin abandonar las reformas estructurales de largo plazo, y con la impaciencia de vastos sectores de la población oprimida por la inflación. Parte del desencanto del electorado radica en el incumplimiento de las expectativas que el propio Presidente se apresuró a construir cuando, poco antes de llegar a la Casa Rosada, sugirió que la inflación era una cuestión sencilla de resolver y se fijó como meta reducir la pobreza a cero.

El Gobierno exhibe sensibilidad ante demandas coyunturales. Pero parte de la sociedad suma un desencanto adicional ante su percepción de que esos reclamos no se atendieron a tiempo, sino a las apuradas y poco tiempo antes del comienzo de la campaña electoral.

Aparece aquí la distinción que el filósofo Santiago Kovadloff efectúa entre el sentido de la oportunidad, propio de estadistas que se adelantan a los hechos, y el oportunismo, asociado con la necesidad de correr detrás de los hechos.

Las medidas de «alivio económico» adoptadas en los últimos días revelan también un problema. Algunas de ellas, como los acuerdos de precios, son rechazadas mayoritariamente por los empresarios, que advierten un peligroso pasaje desde el aliento a la inversión hacia el intervencionismo. Y aunque encuentran cierto apoyo en sectores bajos y medios de la población, cruzados por la cultura populista, corren el riesgo de terminar en otra desilusión si se advierte que se han fijado «precios esenciales» para productos que no aparecen en las góndolas. Lo peor que podría pasarle al Gobierno sería que los controles de precios, de los que el propio Macri siempre desconfió íntimamente, terminaran decepcionando a unos y otros.

Aun con sus errores, resultaría temerario subestimar las chances electorales de Macri. Sobre todo porque no se escuchan, en la vereda de enfrente del oficialismo, propuestas claras para revertir los graves desequilibrios que nos afectan desde hace mucho tiempo. ¿Será con un nuevo cepo cambiario, como proponen ciertos hombres del kirchnerismo o el propio Felipe Solá, quien dijo a LN+ que no le gustaría ponerlo, pero no le haría asco si fuese necesario? ¿Será con un pacto social como el de 1973, que terminó en el Rodrigazo? ¿O será con una nueva intervención del Indec para ocultar la inflación, con mayores controles de precios y la llegada a la Corte Suprema de jueces militantes, como propuso un intendente kirchnerista?

La teoría de que pueda ganar el menos malo, resucitada por Durán Barba, no resulta tan descabellada ni mucho menos descontextualizada.

El Gobierno apuesta a que la sociedad llegue a octubre asimilando que estamos mal, pero podríamos estar peor. Cristina Kirchner trata de recuperar credibilidad a través de su silencio y de los errores de gestión de su adversario principal. Y los precandidatos de la Alternativa Federal y de las fuerzas que merodean cerca de Lavagna se ilusionan con el espacio de electores que no apoyan la gestión macrista ni desean el retorno de su antecesora (los «ni-ni»), al tiempo que repiten un chiste que comenzó a circular por las redes sociales y que muestra a una mujer embarazada que espera una nena para octubre y que, al ser consultada sobre el nombre que le pondría, responde: «Si gana Macri, se llamará Milagros. Y si gana Cristina, Socorro».

Crédito: La Nación

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