La simpatía de José Mujica por las tanquetas de Maduro
BOLONIA.- La frase de José Mujica se hizo viral: «No hay que ponerse delante de la tanqueta», comentó las imágenes de los manifestantes venezolanos arrollados por un blindado de la policía bolivariana que se les tiró encima. ¿Cómo no pensar en la plaza de Tiananmen? ¿Qué le hubiera pasado a ese joven intrépido o desprevenido parado frente al tanque, de haberlo conducido el mismísimo Mujica? ¿La foto que hizo historia representaría a un cuerpo destrozado sobre el asfalto? Olfateada la gaffe, sumergido por los insultos, el expresidente corrigió el disparo, pero como suele suceder, el parche era peor que el agujero: «En Venezuela están todos locos», dijo. En Uruguay también hay varios que lo están, se podría agregar.
¿Que decir de esto? Por más que se le dé vueltas, por más que se le busquen excusas o matices, la frase suena repugnante. Detrás de la cara plácida del estadista retirado, del anciano cordial que pasea por el mundo predicando paz, austeridad y fraternidad, de repente se asomó la cínica mueca del guerrillero que fue, el abuelo amargado y vengativo que todavía sueña con aplastar al «enemigo de clase» con un oruga.
El tema no merecería más comentarios si no se prestara a algunas consideraciones. La primera concierne a Mujica y Venezuela: pedir elecciones libres, dijo, viola su «soberanía y autodeterminación». Es decir que cada uno tendría en su casa el derecho de hacer lo que quiere: matar, robar, torturar. Pero como hay tanto ruido, explicó, entonces, que se vote: ojalá así se apague el fuego. ¡Qué generosa concesión! Pero hay un pequeño problema: con Maduro en la Casona, sus hombres al frente del Consejo Nacional Electoral, la caja de Pdvsa en manos de sus esbirros, los colectivos armados en las calles, en Venezuela no puede haber ninguna elección libre. ¿Es tan difícil de entender? E incluso si se votara, la victoria de la oposición estaría prohibida: queda demostrado por el destino reservado a la Asamblea Nacional. Volvemos a las andadas: la «concesión» de Mujica es una trampa, como las «negociaciones» que muchos invocan con Maduro, simulando no saber que el régimen no tiene ninguna intención de poner en juego el poder. Por eso tantos países reconocieron a Guaidó, presidente de la Asamblea, para dirigir un gobierno de transición encargado de organizar las elecciones. La Unión Europea lo hizo; Mujica, que dice apoyarla, no.
No es todo: ¿por qué Venezuela está como está? Las razones son muchas y muchos son los culpables de hoy y de ayer. Pero una cosa es cierta: el chavismo nunca creyó en la democracia representativa y no lo ocultó; toleró su forma mientras contó con amplio consenso y recursos infinitos para alimentarse; dejó de hacerlo cuando uno y otros dejaron de garantizarle el poder, al que pensaba tener derecho exclusivo. Bueno, ¿qué hacía José Mujica y qué hicieron sus amigotes de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) cuando Hugo Chávez creó las condiciones que hoy impiden elecciones libres en Venezuela? ¿Cuando tomó el control de los tribunales, del órgano electoral, de las Fuerzas Armadas, de la empresa petrolera, de la industria alimentaria, de los medios de comunicación y de todo lo demás? Aplaudía a rabiar. Se entiende que ahora simpatice con la tanqueta de Maduro.
La segunda consideración se refiere a los derechos humanos y la soberanía nacional. La desdichada ocurrencia de Mujica sobre la tanqueta nos da a entender que para él, como para muchos otros veteranos militantes de los años de plomo, aquellos son principios flexibles: tan flexibles como para aplicar diferentes pesos y medidas según el caso y la conveniencia. Las denuncias de violaciones de los derechos humanos y la presión de la comunidad internacional sobre las dictaduras del Cono Sur, hace cuarenta años, ¿fueron violaciones de la soberanía nacional? Eran insuficientes, a menudo reticentes, pero salvaron vidas. Muchos de esos militantes se beneficiaron, afortunadamente. Los países «burgueses» y capitalistas que los acogieron no pretendieron que firmaran un certificado de adhesión ideológica a sus principios; el principio era la protección de los derechos humanos.
¿Podemos decir que hoy ellos, y entre ellos Mujica, hacen lo mismo con los derechos humanos de los venezolanos y con su soberanía? ¿Ha leído los informes sobre violaciones de derechos humanos en Venezuela redactados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? ¿Saben los chavistas argentinos que es la misma institución que destapó la olla de los horrores del Proceso? ¿Y que Videla la combatió invocando la soberanía argentina, denunciando la «injerencia»? ¿No es eso lo que Maduro dice y hace hoy? ¿Qué diríamos de un político que se burlara de las víctimas de Pinochet, aconsejándoles no pararse en frente de un pelotón de ejecución? Pero como el chavismo forma parte de la propia familia, lo que para otros es negro ellos lo pintan de gris, si no de blanco.
Queda una última, escueta consideración: la desenvuelta ocurrencia de Mujica y el abismo moral que deja entrever, sugiere que malinterpretó su elección como presidente de Uruguay. ¡Ay de pensar que fue la victoria tardía de la guerrilla y de sus ideales! Fue, al revés, el triunfo de una democracia tan antigua y arraigada como para obligar a un redentor armado a transformarse en un presidente constitucional, ¡y capaz de sobrevivirle! La democracia ha sido mucho más generosa con Mujica que cuanto él lo es con los venezolanos que la reclaman y, a diferencia de él, no la disfrutan.
Crédito: La Nación
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