Tejido narrativo

Todavía, no solemos reconocernos en la literatura venezolana de los últimos años. Excepto, los aportes más sostenidos que cursan de la mano de Alberto Barrera Tyzka, Karina Sainz Borgo o Juan Carlos Méndez Guédez, entre los pocos que redoblan sus esfuerzos por alcanzar la obra necesaria, urgidos de la crítica del patio.
Toda una obviedad, es difícil leerlos en casa. No hay las divisas para que pueblen nuestras librerías, pues, tampoco hay librerías.
Al superar todo esto, seguramente habrá una explosión editorial que reportará el tejido inédito y prácticamente clandestino de una narrativa que nos recolocará en el mundo de los sentidos, tras esta larga dictadura de los ágrafos. Por ello, premiado en la Bienal Vargas Llosa de este año, celebramos a Rodrigo Blanco Calderón aunque todavía no lo leamos, como promesa de un reencuentro, en definitiva, identitario en la Venezuela que reconstruiremos desde sus escombros..
Además, el país celebró a Eduardo Blanco o a Rómulo Gallegos, así no los leyese, pero se daba por representado según el testimonio oral de quienes accedieron a «Venezuela heroica» o «Doña Bárbara». Ese país predominantemente analfabeta, muy luego dijo reflejarse en «País portátil» de Adriano González León y, sucumbiendo, decididamente televidente, en «Por estas calles» de Ibsen Martínez para perder el tren del siglo XXI.
Ya hay tinta de bytes, dispuesta a universalizarnos en la narrativa como prosigue incansable Carlos Cruz Diez en la plástica, aunque éste jamás imaginó que su célebre obra aeroportuaria se convertiría en un referente del socialismo del siglo XXI, por desgracia al emblematizar la diáspora entre sus pliegues de deterioro; por fortuna, cuando se confunda con el festejado regreso de los venezolanos.  Serán muchas las novelas y cuentos que leeremos, aunque seguramente escasas las que nos retratarán con una fidelidad por ahora insospechada.

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