Planes de una rebelión
La destitución del Conde de Floridablanca en 1792, durante el primer lustro de la regencia de Carlos IV, sorprendió al maestro Juan Picornell en las Provincias, durante su viaje para elaborar un plan de fomento industrial y agrícola, licenciado por su viejo aliado, ahora apartado de su cargo. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, la sustitución del único verdadero amigo que tenía en el Gobierno lo afectó. Floridablanca salió y entró como Ministro de Estado Don Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, X Conde de Aranda, un anciano de tendencias políticas favorables al imperialismo.
Este fue el evento que apresuró el ardor revolucionario del joven profesor, de aquel momento en adelante no había vuelta atrás, había llegado el momento de liberar la patria de la monarquía, estableciendo en España una República democrática.
Al enterarse de la noticia de la sustitución de Floridablanca por Aranda, aprovechó su condición oficial hasta el momento que pudiese, sabía que le sería retirada pronto, así que aprovechó las horas que le quedaban para introducirse en granjas, telares, minas y mercados, preguntando y tomando nota de todo lo que veía en estos lugares. Intentaba entender el medio, en sus propias palabras: -Tomar entero conocimiento de los instrumentos, herramientas, modo de beneficiar las maderas, metales, lanas y algodones.-
Durante su viaje por las provincias y el campo, invirtió horas en charlar con capataces, jornaleros y pastores, a todos intentaba entender, daba consejo útil en aras de mejorar su producción y lograr ganancias mediante un plan que estaba preparando. En sus conversaciones instruye a otros en los principios del nuevo régimen francés, ideas que hipnotizan a la gente que escucharlas por primera vez. Fue así como, poco a poco, conquistó el profesor la mente de personas que veía cada día en su peregrinación. Por donde pasaba iba regando la semilla, germen que le obsequió una cosecha que se tradujo en gran contingente de simpatizantes. Con estos apoyándolo se supo caudillo, entendió arribada la oportunidad de formar un partido de vocación republicana.
Un año duró el “tour” por España, periodo que le bastó para acumular el músculo que necesitaba en el estrato campechano que se vivía fuera de los círculos de la corte. Regresó a Madrid a principios de 1794, poniendo a la orden su investidura como funcionario del Gobierno y a mediados de ese año formaba parte de un Comité Revolucionario integrado por sus más competentes discípulos y colegas, educadores naturales de vocación. Los miembros principales de la directiva eran su Secretario, Manuel Cortés de Campomanes, joven que apenas cumplía los veinte años de edad, profesor ayudante en la Escuela de la Real Comitiva, también pensionado por el Reino, y Sebastián Andrés, maestro de matemáticas en el Colegio San Isidro el Real. Esta Junta era asesorada por el abogado gaditano Juan de Manzanares.
Durante las noches, envueltos por la capota negra de la oscuridad, se reunían en casa de José Lax, abogado traductor, emprendiendo en transcribir al castellano los libros y discursos originados de la República Francés. Lax era un hombre empecinado que advertía: -Los reyes están hechos para los reyes y no los pueblos para los reyes.-
Mientras Picornell, Cortés, Andrés, Manzanares y Lax intercambiaban ideas, el profesor Pons Izquierdo las anotaba en intento de hacer una conclusión de las mismas, textos fáciles de explicar y entender. Todos participaban con tesón en la tarea de copiar estos documentos para hacerlos circular por las calles de la capital del reino.
Los Francmasones de “Logia de España” siguieron los pasos del Maestro, llegado el momento oportuno de su fama, colaboraron con su empresa al poner a su disposición, en un banco de Venecia, la cantidad de dieciocho millones de pesetas.
En estas tertulias laborales hablaban de la vergüenza de España, un reino que ya no estaba sometido ya no a la tiranía de Carlos IV, sino la de Don Manuel Godoy, amante preferido de la reina María Luisa de Parma, distinguido Duque de Alcudia, Señor del Soto de Roma y Primer Ministro de Estado. Se dedicaban, además de traducir textos franceses, a exponer con números y apuntes recopilados por el Maestro en su viaje, comparando las miserias vividas en las villas olvidadas de provincia, donde la gente pasaba hambre y se contentaba con cualquier migaja de pan que llegara a la mesa.
-Todo por la política traidora de Godoy, mientras la Corte malgasta el tesoro de la Nación en sus palacios, entre banquetes, danzas, música, jolgorio hasta saciarse, bailar hasta el cansancio y amanecer borrachos en cualquier lecho sin importar de quien sea.-
Un par de horas antes del amanecer abandonaban la guarida, para ir de ronda por las calles del centro de Madrid, ese tortuoso laberinto de calles empedradas, llenas de pozos y aguas inmundas, burros y cabras pastando en las escasas hierbas que brotaban de las baldosas, en cada cuadra encontraban la miseria reinante fuera de los Reales Sitios.
Fue aquel año que Picornell contempló el tiempo de Dios como perfecto, comenzó a trabajar seriamente en la preparación del golpe de Estado. Contaba el mallorquín, además del apoyo de logias masónicas, con el apoyo de judíos en Toledo y Cádiz, así como ayuda militar y protección de altos personeros del Gobierno, quienes, al igual que ellos, deseaban ver la corona rodar tras cortarle la cabeza a Su Majestad.
Lo cierto es que para finales de 1794, el Maestro decidió entregarse en alma y cuerpo a su proyecto. Entendió que debía cambiar su personalidad, esconderse entre las sombras, todo con el propósito de trabajar libremente, sacudirse toda imprudencia, sacrificar el cariño familiar, abandonar el hogar, hacerse invisible, un muerto vivo. Abandonó la cátedra, su ternura de padre y esposo, todo para internarse entre las tinieblas. Abandonó su casa para jamás regresar con la excusa que se ausentaría un tiempo a la Villa de Parla, en la carretera de Toledo, a unos 20 kilómetros al Sur de la Capital.
Dijo esa noche antes de marcharse, que no tardaría en regresar a casa, promesa que nunca cumplió. Todo era mentira, parte de un nuevo plan, uno capaz sepultar el pasado, pensar en el presente y contemplar un futuro distinto al escrito por voluntad de “Su Majestad”. Abandonó el magisterio, la familia y durante meses se mantuvo alejado del mundo, como un enfermo que necesitaba cuidados de un tercero, enclaustrado entre la oscuridad reinante entre cuatro paredes.
En aquella habitación en la calle San Isidro, bajo el nombre de Juan Obispo, asistido por Sebastián Andrés, supuesto enfermero, montó su despacho Picornell para ejecutar sus planes insidiosos. La rebelión estaba lista para prender la mecha al cañon.
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