Amigo y enemigo del dictador
El general José Manuel Hernández, también conocido como “El Mocho”, era hombre de mucha fama en su tiempo. En 1896 fundó el Partido Nacionalista juntando todas las oposiciones contra la corrompida y larga regencia del Liberalismo Amarillo, fue candidato en las elecciones de 1897, esas que perdió gracias al fraude perpetrado por el Gobierno, se alzó en armas y fue puesto preso en “La Rotunda”. Durante la crisis de 1899, ocasionada por la muerte de Joaquín Crespo y la debilidad política del Presidente Ignacio Andrade, se perfilaba como el personaje ideal para dirigir las riendas del país.
En Mayo de 1899, mientras se encontraba en prisión, Cipriano Castro invadió desde Colombia al mando de su “Revolución Liberal Restauradora”. Con un contingente de mil quinientos efectivos avanzó hasta las cercanías de Valencia, en el sitio de Tocuyito logró una victoria que puso en jaque mate al Presidente Andrade, quien optó por irse al exilio. Sin aliados, en condiciones precarias, logró Castro avivar los resentimientos existentes dentro de las filas liberales por la elección de Andrade, hasta el punto de negociar la entrega del poder con el Comandante en Jefe de las fuerzas nacionales, general Luciano Mendoza.
Uno de los primeros actos del nuevo Presidente de la República fue liberar al Mocho Hernández del presidio e integrarlo a su gabinete como Ministro de Fomento. La misma noche de su liberación y nombramiento decidió abandonar Caracas para volver a alzarse en armas, junto a un buen conglomerado de guerreros que acompañaron a Castro durante la última etapa de la campaña.
Según su criterio el andino no tenía capacidades para solucionar la crisis. Además junto a su nombre en el decreto del gabinete aparecían los más conocidos y gastados personajes del obsoleto liberalismo guzmancista. Entre los ministros se encontraba Raimundo Andueza Palacio, cuya ambición continuista dio rienda al estallido y triunfo de la Revolución Legalista dirigida por Joaquín Crespo en 1892; Víctor Rodríguez, caudillo de los Altos Mirandinos; José Ignacio Pulido, eterno Ministro desde los días de Guzmán Blanco; y Juan Francisco Castillo, aliado del fallecido Crespo. Castro tenía una justificación política para estas designaciones, eran estos jefes quienes le entregaron el poder abandonado por el general Andrade. Hernández no deseaba formar Gobierno con ninguno de ellos.
No tardó en caer preso y fue enviado al Castillo de San Carlos de la Barra en Maracaibo. A finales de 1901 estalló la “Revolución Libertadora”, una colisión de jefes regionales liderada por el acaudalado banquero Manuel Antonio Matos y financiada por la New York & Bermúdez Company, Orinoco Steamship Company, y la Compañía Francesa de Cables Telegráficos.
El Gobierno de Castro se tambaleaba, pero nada que se caía. Se podría decir que gozó de mala suerte y buena suerte a un mismo tiempo, pues cuando todo parecía perdido en esta nueva guerra civil, a punto de perder el poder, sucedió lo inesperado.
La madrugada del 9 de diciembre de 1902, amaneció una flota europea conformada por 21 acorazados apostada a lo largo del litoral venezolano. Potencias europeas se acercaron a cobrar por la fuerza deudas contraídas por los gobiernos de Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo, esas que se rehusó pagar el General Cipriano Castro tras llegar a la presidencia.
Siete acorazados alemanes: Falke, Panther, Vinetta, Charlotte, Amazon, Stauth, y Niove, se apostaron en occidente frente a Maracaibo, la Vela de Coro, Chichirivichi, Tucacas, Puerto Cabello y la ensenada de Turiamo; Diez británicos: Indefatigable, Retribution, Charibdys, Phantome, Quails, Tribune, Ariadne, Columbine, Stasch y Alert, custodiaban La Guaira, Barcelona, Carenero, Cumaná, el Golfo de Cariaco, la isla de Margarita, el archipiélago de Los Roques y la desembocadura del Orinoco; Cuatro italianos: Carlos Alberto, Elba, Giovanni Baussan y Herman Gazelle, les prestaban apoyo estratégico.
Aunque todo parecía estar perdido, Castro encontró fuerzas donde menos las tenía, entre las fuerzas opositoras conformada por sus enemigos en las cárceles o los campamentos guerrilleros. Con el pretexto del bloqueo naval europeo a los principales puertos de Venezuela y la amenaza de una invasión extranjera, Castro, con su célebre proclama -La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria.-, logró lo que parecía imposible de conseguir, una alianza nacional entre liberales, conservadores y mocheros.
El evento del bloqueo detuvo el conflicto interno, los enemigos jurados dieron una tregua al Cabito, de todas las cárceles del país llegaron cartas pidiendo la liberación para formar filas con su Gobierno para defender el sagrado suelo de la Patria. Cualquier cosa era mejor que convertirse en colonia inglesa o alemana.
Uno de los primeros en escribir al Presidente para manifestar su apoyo y contribuir en la solución de la crisis fue el mismo Hernández, quien fue liberado y figuró como aliado de Castro, esta ocasión para ocupar el cargo de Ministro Plenipotenciario en Washington, mientras que su mentor, el dr. Alejandro Urbaneja, gran jurista, político y periodista de brillante pluma, pasó a la Cancillería.
Su labor diplomática fue de valor para que los Estados Unidos sirviera de mediador en el conflicto y contribuyera a la solución del trance, pero esta alianza política duró menos de dos años. Al poco tiempo, superada la crisis internacional, renunció al cargo por sus diferencias con el Presidente Castro, tan solo para convertirse otra vez en uno de sus más férreos enemigos.
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