BOLIVIA: BREVE AUTOPSIA DEL MAS

Foto: Ulises Cabrera, Los Tiempos.

Mientras la ciudadanía comienza a desmantelar sus precarias barricadas, armadas con lo que pudo ─sobre todo con «pititas»[i]─ para proteger sus casas, familias y bienes públicos de las hordas prefabricadas por el Movimiento al Socialismo (MAS), los medios de comunicación y las redes sociales informan de acciones cruentas desencadenadas por grupos armados incrustados entre los productores de coca, bastión social del ex presidente Evo Morales. Es un escenario marcado por las amenazas feroces del ex mandatario, una planificada violencia irregular y la posición firme de un esperanzador gobierno constitucional que llama a la pacificación. En medio de arrebatos guerreros, lágrimas de indignación y rezos por la paz, la libertad comienza a retoñar.

El Movimiento al Socialismo (MAS) fue expulsado del poder por una masiva y pacífica movilización ciudadana, articulada a nivel nacional en torno a una única consigna: la defensa del voto. El MAS prometió «cambio» y terminó huyendo después de cometer un gigantesco fraude electoral. Se fue como llegó, mintiendo.

Su último tiempo estuvo marcado por una acelerada descomposición política y moral. La causa de tal postración no se explicaría por una extraña mutación provocada por haber «bebido del veneno del poder». No, el MAS no cambió, el MAS fracasó, y lo hizo por la inviabilidad de sus objetivos originales, y ello se tradujo en una descontrolada expansión de la ineptitud, la corrupción y la ilegalidad. Se anunció como una promesa de redención y concluyó con el mayor saqueo que nuestra historia haya conocido.

¿Qué fue?

La expulsión del MAS ─un hecho inevitable─ no fue obra de la oposición política. Fue el hastío ciudadano, articulado por un valiente liderazgo emergente (dirigentes cívicos, plataformas ciudadanas y el Comité de Defensa de la Democracia — CONADE), el que terminó por echarlo del poder pacíficamente. Renunció y huyó.

¿Qué es el MAS? ¿Qué fue? En el propio «masismo» se mascullan hasta hoy frases y consignas definitorias, contradictorias unas con otras, que definen al MAS no por certeza programática, sino por negación del adversario (qué no es: «el pasado», se afirma).

En casi 14 años, los partidos opositores no produjeron documento alguno (¡!) que muestre una caracterización política medianamente seria y orientadora, hecho que da una idea de la hondura de su pensamiento, y explica, además, su desidia política.

Con una formación política endeble, el desconcierto ciudadano se vio reflejado hasta ahora en las redes sociales, donde unos y otros blanden adjetivos como puñales. Incluso la prensa se vio fracturada entre quienes apoyaron, de viva voz o a la sombra, al inicio o hasta el final, y quienes se negaron a rendir su pluma, posiciones a momentos intercambiables debido a la flojedad intelectual en la que se encuentra el país. En el escenario político, la feroz pugna giró en torno a los árboles, el bosque se mantuvo virgen; la profundidad del análisis apenas tocó la superficie.

Álvaro García Linera, ex vicepresidende de Bolivia y principal ideólogo del gobierno del MAS. Foto: Radio Fides.

El ensueño masista

El MAS ascendió al poder asegurando que desde el gobierno edificaría un régimen socialista, pero no en la versión del marxismo ortodoxo que reclama el papel protagónico de la clase obrera, sino del llamado «socialismo comunitario», régimen moldeado a imagen y semejanza de la comunidad agraria andina (el ayllu) y cuya «fuerza motriz» no sería el proletariado –como asegura el marxismo- sino más bien el poblador indígena, cuyo «envoltorio corporal» (¡su piel!) concentraría la «historia heredada» de aquellas primitivas sociedades que habrían practicado la armonía comunal.

No era un proyecto improvisado, aseguraban. Todo estaba planeado y en su sitio. La Bolivia socialista comunitaria presentaría tres rasgos esenciales:

1. En lo político, el poder se asentaría en la «Democracia Comunitarizada», forma particular de democracia directa propia de las comunidades campesinas andinas, la misma que sería expandida a «todos los ámbitos de la vida».

2. En lo social, el individuo existiría y se desarrollaría únicamente a la sombra de la comunidad; la autonomía individual quedaría conculcada.

3. Finalmente, la economía en manos exclusivas del Estado garantizaría la satisfacción de las necesidades básicas de la población.

No es todo. El MAS anunciaba que este objetivo rebasaría incluso las fronteras nacionales. Al final del arcoíris, más allá de los despojos del «capitalismo decadente», y luego de la consolidación del socialismo comunitario a escala mundial, aguardaba la hermandad universal: el “Ayllu Planetario”.

Para hacer realidad esta quimera, y debido a que el desarrollo industrial del país es limitado, la clase obrera pequeña y las comunidades andinas se hallan en proceso de disolución, el MAS señalaba la necesidad de pasar, obligatoriamente, por una «etapa intermedia», a manos de un «Estado fuerte», responsable de impulsar la denominada «Revolución Democrática Cultural» o «Proceso de Cambio». Tal estrategia fue definida como la «vía democrática y pacífica» hacia el socialismo comunitario. En ese proceso, la Democracia se constituía en un medio, tan válido como la lucha armada (si fuese necesario), para alcanzar el poder.

Este proceso de transición tendría la responsabilidad de cumplir tres tareas esenciales:

1. Rearticular y promover la expansión de las comunidades agrarias.

2. Desarrollar el capitalismo bajo control estatal con el objetivo de edificar el socialismo (Socialismo de Estado).

3. Erosionar las bases de la civilización Occidental a través de la «indianización del Estado».

Al principio, este período transitorio, de duración no establecida, fue nombrado «Capitalismo Andino-Amazónico», pero luego el pudor revolucionario lo rebautizó como «Estado Plurinacional».

Ese fue el MAS, sus objetivos y estrategias, y la razón de su colapso. Los hechos se encargarían de demostrar que toda ese «horizonte de época» no fue más que un rascacielos de papel, edificado sobre un pantano.

Una pesadilla conocida

En términos rigurosos, cuando se habla de socialismo se hace referencia a un régimen totalitario, es decir, de partido único y líder autocrático, que ejerce el control total del poder, de las instituciones y de la sociedad, y que, además, elimina la propiedad privada. Es un régimen que no reconoce límites ni derechos.

Así, desde sus inicios, el MAS anunció que su norte era edificar un régimen totalitario. La historia hubiese sido diferente si políticos, intelectuales y periodistas se molestaban en leer cuál era el objetivo del MAS, para concluir en su inevitable carácter cruento y en su ineludible fracaso. Hubiese bastado que se prestase algo de atención simplemente a su nombre.

La inviabilidad de esta forma de totalitarismo podría explicarse por cuatro razones:

Primera. Esbozado por Carlos Marx y Federico Engels, llevado al poder por Vladimir Lenin y realizado por Iósif Stalin, el socialismo fue abatido por sus propios ciudadanos luego de 74 años de no haber podido hacer realidad la promesa de una sociedad próspera que satisfaga las necesidades elementales de la población y que sea capaz de desarrollar ventajas competitivas de cara a la economía mundial. Anunciaron un hombre nuevo, pero dieron vida a una casta de burócratas privilegiados que no sólo cortó las alas a sus ciudadanos, sino que gobernó sobre millones de cadáveres.

Su inviabilidad quedó demostrada mucho antes de su caída, en las formas atroces de mutilación de la libertad individual y, sobre todo, en la edificación del ominoso Muro de Berlín (1961) que condenó a su población a vivir encerrada en un edén perverso. Su evidente ruina, replicada ahora mismo en las opresivas, decrépitas y derruidas dictaduras de Cuba y Corea del Norte (junto a China, Laos y Vietnam), es razón suficiente para concluir en su imposibilidad como régimen civilizado de progreso y convivencia.

Segunda. El uso de la «vía pacífica» hacia el totalitarismo socialista (socialismo de estado) tampoco es una novedad, sobre todo en América Latina. Fue ensayado por primera vez en la región por el gobierno de Salvador Allende (Chile, 1970–1973), con consecuencias desastrosas en lo económico y aterradoras en lo político. Su expresión actual es el llamado Socialismo del Siglo XXI (SSXXI), iniciativa impulsada desde Cuba, para fungir de fiel escudero, y ejecutada por el Foro de Sao Paulo (y ahora por el Grupo de Pueblo) que dio vida a dictaduras de rostro democrático que se retuercen en el atraso, la anomia legal y la anemia moral, y que condenan a sus pueblos a vivir en un incivil estado de postración. Una explosión social a punto de suceder. Venezuela y Nicaragua son sus expresiones más visibles; México y Argentina avanzan con los ojos cerrados.

Tercera. Además de su imposibilidad congénita y el fracaso del SSXXI, los regímenes y proyectos políticos totalitarios enfrentan actualmente al peor de sus adversarios: la Revolución Digital, aquella que moldea los perfiles de la Sociedad Postindustrial en ciernes.

Nadie puede poner en duda que la realidad global actual es cualitativamente distinta a cualquiera que la humanidad haya conocido hasta ahora, no sólo porque la sociedad y la economía dejan de orbitar en torno al capital, el trabajo y los recursos naturales, para hacerlo en torno al conocimiento y a la educación, sino porque la fuerza vital de la sociedad ya no se asienta en un grupo social específico. Ahora es el individuo, en un ámbito de libertad y colaboración, quien reinventa cada día nuestra forma de vivir, producir, consumir, crear y soñar. Semejante potencia creadora sería y es impensable bajo regímenes centralizados –peor totalitarios- que anulan tanto el dinamismo económico como la libertad y la creatividad humanas. Aspirar al totalitarismo, o a su «vía pacífica», en tiempos de la Era Digital es, sin duda, no sólo una cruzada inútil, sino una pesadilla reaccionaria.

Cuarta. La inviabilidad del MAS no sólo estaría marcada por factores exógenos, como el derrumbe del socialismo, la inanición del SSXXI y la Revolución Digital. Existe un factor endógeno que desnuda el carácter demagógico de su pose socialista. Es imposible avanzar hacia un régimen que elimina la propiedad privada (el socialismo) sobre los hombros de un conglomerado de propietarios (capitalistas).

A menudo, se pasa por alto que la base social del MAS, aquella que efectivamente se moviliza aún y que constituye su núcleo duro en franco derrumbe, se hallaba formada, principalmente, por sectores de la burguesía informal e ilegal: cocaleros, colonizadores, cooperativistas mineros, transportistas, contrabandistas, campesinos y otros menores. Si a esta mixtura se suman sectores de la burguesía financiera y agroindustrial, de inveterada vocación mercantilista, es posible concluir que difícilmente este variopinto abanico de «burgueses» apoyaría con empeño y decisión la edificación de un régimen que promete arrebatar su propiedad.

Hasta aquí, queda claro que los arrebatos anticapitalistas que pregona el MAS y el ex presidente Morales, además de la promesa de avanzar hacia el socialismo, no sólo son un ensueño irrealizable, sino, y principalmente, una verdadera estafa política.

Grabado sobre uno de los atentados fallidos cometidos por grupos populistas contra el zar Alejandro II (1867). Más tarde (1881), el zar moriría a consecuencia de una bomba lanzada por el líder populista Ignacy Hryniewiecki.

Populismo comunitario

La versión «comunitaria» del socialismo que propugnaba el MAS tiene su origen en dos corrientes del pensamiento político: el «populismo ruso» y la llamada bioideología.

El primero fue una tendencia radical de fines del siglo XIX que postulaba el papel revolucionario de las comunidades agrícolas y que resistía, como todo populismo (ahí radica su esencia), el avance de la modernidad.

Críticos del marxismo por destacar el papel protagónico del proletariado, los populistas rusos propugnaban que el comunario rural concentraba el legado mítico del comunismo primitivo y que ello no sólo le otorgaba «instintos comunistas» y «vocación revolucionaria», sino que su presencia hacía innecesario el tránsito previo por el capitalismo. Proponían además que el principal motor de la historia era el individuo predestinado, el héroe o caudillo, personaje providencial que conducía los destinos de la historia. La acción populista estuvo concentrada en el terror, cuyo objetivo no era otro que «despertar la conciencia» de los pobladores del agro. Su operación más aparatosa fue el asesinato del zar Alejandro II (1881), quien se aprestaba a introducir medidas tendientes a modernizar la política y la economía rusas.

En la vereda opuesta, los marxistas aseguraban la necesidad de pasar obligatoriamente por el capitalismo a fin de desarrollar la industria y poner en pie a un vigoroso movimiento proletario, en la perspectiva de instaurar el socialismo.

En ese contexto, en febrero de 1881 Marx recibió una carta de Vera Zasúlich, populista rusa exiliada en Suiza, quien le pedía dirimiera tan aciago dilema, debido a que los seguidores de Marx sólo aceptarían su error si el argumento viniese del propio creador del marxismo. Zasúlich se quejaba de la obsecuencia intelectual de los marxistas: «El más poderoso de sus argumentos suele ser: ‘Lo dice Marx’».

Marx ensayó tres borradores de respuesta a Zasúlich. En su respuesta final subrayó su apoyo a los populistas, debido a las condiciones particulares de Rusia. Explicará que la comuna agraria podría avanzar hacia el comunismo apoyándose en los avances técnicos de Occidente, pero sin necesidad de pasar por sus largas etapas de desarrollo, ni por los «horrores» propios del capitalismo.

A la muerte de Marx (1883), la ruptura entre ambas tendencias fue definitiva. Encabezado por Mijaíl Bakunin, Nikolai Chernyshevsky y otros, el populismo ruso mantuvo su orientación comunitarista y el uso del terrorismo como arma pedagógica, mientras la comunidad agraria se debilitaba a extremos de quedar exánime, devorada por el inevitable avance de la economía capitalista.

Esta realidad empujó a los principales líderes marxistas a embestir con firmeza. Dos fueron sus argumentos más importantes contra el populismo:

1. La desintegración acelerada e inevitable de la comunidad agraria, por obra del avance de las formas económicas capitalistas, acentuaba las desigualdades entre campesinos pobres y campesinos prósperos (kulaks).

2. Antes que despertar la conciencia revolucionaria, el terrorismo atenuaba la posibilidad del desarrollo político y, más bien, alentaba la tentación a creer en salvadores que sustituyesen la acción consciente y revolucionaria de la clase obrera.

La inocultable decadencia de la comunidad agraria se hizo tan notoria que incluso la aguerrida Vera Zasúlich y otros líderes populistas, como Gueorgui Plejánov, abandonaron el populismo para unirse a las fuerzas marxistas, encabezadas poco más tarde por Lenin.

Las críticas más duras contra el populismo vendrían de la pluma de los más importantes representantes del marxismo luego de la muerte de Marx. Engels no se anduvo con rodeos: «En ninguna parte y jamás el comunismo agrario… ha engendrado por sí mismo algo que no sea su propia desintegración»[iii], mientras que Lenin terminará lapidario: «De la armónica doctrina del populismo, con su pueril fe en la comunidad rural, no quedan más que jirones»[iv].

La realidad ulterior terminaría por demostrar que, de forma incuestionable, ya sea en Rusia del siglo XIX o en Bolivia del siglo XXI, antes que fortalecer los lazos comunitarios que perpetúan su condición de atraso y pobreza, los productores del agro tienden hacia formas económicas capitalistas, traducidas en la inevitable y genuina aspiración a la prosperidad individual e incluso a las frivolidades propias del consumismo; de ahí su inclinación a la economía de mercado y al ámbito urbano. Esta tendencia se acentúa ahora, en la Era Digital, que acelera la desintegración de los escasísimos lazos comunales, vinculados a la sobrevivencia, para fortalecer la formación de redes digitales de socialización, comercialización y lucro. De esta forma, no sólo el socialismo se constituye en una quimera reaccionaria, sino también su vertiente populista-comunitaria, reñida incluso con el propio marxismo ortodoxo.

Finalmente, el hecho de que el gobierno del MAS no haya ensayado medida alguna tendiente a rearticular y expandir las depauperadas comunidades agrarias -¿cómo avanzar hacia el socialismo comunitario sin la presencia de comunidades?-, confirma que el socialismo comunitario no sólo es impensable, sino que se constituyó en otra promesa dolosa.

Por otra parte, y pese a que la comunidad agraria es un fenómeno en franco proceso de extinción, el MAS aseguraba el carácter indispensable del liderazgo indígena. La razón por la que el poblador nativo sería el portador del bastón de mando se encontraría nada menos que en su «piel», la misma que concentraría el acervo de las idílicas comunidades agrarias prehispánicas. Para el MAS, el indígena, reducido a raza, se constituía en «la fuerza histórico-moral» destinada a «levantar otro cuerpo de nación».

Esta posición, abiertamente racista, recuerda a las llamadas bioideologías, como el Darwinismo Social y el Biohistoricismo, las mismas que desembocaron en posiciones que exaltaron la presencia de grupos humanos predestinados, ya sea por su condición de clase (marxismo) o por el color de su piel (nazismo). Curiosamente, y según sus propios escritos, el MAS se adscribiría a la segunda. Si para Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos del nazismo, «la raza es el ser mismo del hombr[v], para el MAS “en la vida, lo más duradero –más que las ideas- es la piel”. Mientras los ideólogos nazis aseguraban que la redención de Alemania sólo era posible a condición de que se «germanice», el MAS aseguraba que “lo boliviano deviene real sólo en el momento en que se indianiza”.

De esta forma, el paradigma del socialismo comunitario significaría, de hecho, anunciar como norte un socialismo-racial, más cercano a las posiciones del fascismo alemán que a los enunciados marxistas. Si bien las posiciones totalitarias se funden y confunden, existen suficientes elementos para considerar la hipótesis de que el socialismo comunitario podría ser definido como el esbozo de una forma particular de fascismo, el mismo que habría tomado cuerpo al calor de la crisis de la institucionalidad democrática precedente y del discurso socialista-racial del régimen destronado. El «masismo» devino en «mazismo» (¿fascismo andino?).

Foto: Archivo ABI.

El Estado Plurinacional

La teoría de la revolución por etapas hacia el socialismo tiene su origen en el ala conservadora (llamada menchevique) del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (1898), más tarde Partido Comunista.

Los teóricos mencheviques sostenían que el magro desarrollo económico en Rusia obligaba a encarar, primero, una revolución burguesa que permitiese acabar con los resabios del feudalismo y avanzar hacia la edificación del capitalismo. La burguesía tendría en sus manos la dirección de la revolución, con el apoyo del proletariado y del campesinado. Ya en el poder, la burguesía desarrollaría el capitalismo, mientras que el partido revolucionario organizaría al proletariado a la espera del desarrollo económico que permitiese el tránsito hacia el socialismo.

Más tarde, Lenin cuestionará el carácter conservador de la burguesía, de manera que el liderazgo revolucionario debía recaer en el proletariado y en el campesinado. Por otra parte, y debido al peso premoderno del campesino, la revolución no podía avanzar directamente hacia el socialismo, por lo que el camino a seguir debía ser la instauración de una «dictadura democrática de obreros y campesinos», cuya misión sería acabar con el estado zarista, entregar tierras a los campesinos e iniciar el desarrollo del capitalismo en Rusia a ritmo acelerado. En oposición, León Trotski señalaría que, dado el carácter pequeño burgués del campesinado, la dirección revolucionaria debía recaer en manos exclusivas del proletariado, clase que cumpliría las tareas burguesas y desarrollaría el socialismo en un proceso simultáneo (Dictadura del Proletariado).

Luego de la muerte de Lenin, Stalin no sólo perseguiría y asesinaría a sus opositores (incluido a Trotski), sino que daría forma final a la teoría menchevique de la revolución por etapas, al estimular el enriquecimiento de campesinos, dando lugar a condiciones para una sostenida acumulación capitalista.

La revolución por etapas se hizo oficial en el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935). En aquella oportunidad, se estableció la necesidad de poner en pie a nivel mundial alianzas de comunistas con sectores burgueses (Frentes Populares), cuya misión consistiría en llegar al poder por la «vía democrática» (revoluciones democráticas), a fin de avanzar hacia el socialismo a través de la construcción del Estado Nacional Soberano (viejo sueño nacionalista del siglo XVIII y XIX), responsable del control y desarrollo estatal de los sectores estratégicos de la economía, teniendo al socialismo como norte (socialismo de estado).

Resulta tentador realizar aquí una digresión. La toma del poder por vía electoral a manos de tendencias totalitarias no fue invención de las corrientes marxistas. Ya en 1928 el nazismo había ganado terreno en los procesos electorales: Joseph Goebbels celebraba así su curul en el Reichstag o Parlamento Alemán: «Entramos en el Parlamento para abastecernos en el arsenal de la democracia de sus propias armas… Si la democracia es tan estúpida como para regalarnos un billete y unos salarios para realizar este trabajo, es asunto suyo… Llegamos como enemigos. Igual que el lobo irrumpe en el rebaño, así venimos». No sorprende que, al poco tiempo (1932), militantes nazis y socialistas votasen juntos para debilitar al régimen del canciller Franz von Papen, hecho que aceleraría su caída y la ascensión de Hitler a la cabeza del poder total. Más tarde, y a vista de todo el mundo, Hitler y Stalin devorarían Polonia y asesinarían, juntos, a intelectuales y civiles ─entre ellos a miles de judíos─, y a oficiales del ejército y de la policía polaca.

Siguiendo esa herencia, y respetando a pie juntillas la receta de la revolución por etapas, el MAS anunció la nacionalización de los recursos naturales y su posterior industrialización a fin de inaugurar un período de desarrollo soberano, lejos de la injerencia de las transnacionales y del inefable -y siempre presente en los discursos-, imperialismo norteamericano. El Estado Plurinacional daba sus primeros pasos hacia el socialismo, se aseguraba. La teoría estalinistas se hacía carne, y con masivo apoyo. Pocos fueron los que no se sumaron a los aplausos.

El ambiguo concepto de «Estado Plurinacional» no tardó en ser adoptado por la intelectualidad en general y por la oposición y la ciudadanía en particular, sin la comprensión cabal de que significaba un peldaño en la edificación de un ensueño totalitario. Su consolidación definitiva se dio a partir de la promulgación de la Constitución Política del Estado (CPE) en 2009, la cual intentó sustituir al estado republicano, moldeado en torno a la soberanía popular, las leyes y las instituciones, por una nuevo (plurinacional), formado por una curiosa amalgama que entremezcla, con sorprendentes impresiones, criterios raciales, étnicos y culturales. Aun así, y pese a que la CPE fue promulgada en condiciones sangrientas, salpicadas luego por oscuras e ilegales modificaciones posteriores, todos dieron como inevitable el nacimiento de la nueva realidad. Fue una capitulación sin condiciones; una colusión general contra la República.

Sin embargo, detrás de aquel término (Estado Plurinacional) y de la propaganda que lo arroparía, se escondería una de las mayores estafas políticas conocidas en la historia boliviana, cuyos rastros pueden estudiarse a partir de tres hechos centrales: la indianización, la nacionalización y la desinstitucionalización del Estado.

Propaganda soviética que promovería las políticas de indigenización (korenizatsiia).

Indianización

Como factor esencial del Estado Plurinacional, la indianización no sería ni original, ni originaria. Es, en rigor, una estrategia inspirada y empleada por el estalinismo, primero, y por el llamado marxismo cultural, después. De hecho, durante el régimen soviético se inició una sostenida promoción de las diversidades étnicas, con el objetivo de promover un sentido de identidad cultural nacional en la perspectiva de alcanzar una mayor cohesión en torno al régimen.

Así, en 1923 se introdujo la política de indigenización (korenizatsiia), cuyo propósito era terminar con los resabios de la «cultura burguesa» a través de la promoción de una mayoritaria identidad nativa. La medida alcanzó su mayor avance con la promulgación de la Constitución que dio vida a la URSS como «Estado Multinacional» (1924). Para 1927 el Estado soviético había reconocido oficialmente a 172 grupos indígenas.

Si bien en sus primeros años el régimen había gozado de mayor apoyo, el plan de indigenización abrió las puertas a movimientos étnico-nacionalistas y a la formación de dirigencias contestatarias. A fin de aplastar a los sectores levantiscos, en 1933 se abandonó oficialmente el programa de korenizatsiia, se persiguió y deportó a poblaciones íntegras, y se inició un compulsivo proceso de centralización en torno a los valores culturales rusos (rusificación), acción que consolidó un coercitivo colonialismo interno.

Asimismo, la indianización propuesta por el MAS no sólo abrevaría en el populismo ruso y en el estalinismo, sino también en una vertiente del marxismo que prioriza la necesidad de desmontar los valores que sostienen a la Civilización Occidental, como paso indispensable para derruir al capitalismo: el marxismo cultural o neomarxismo.

Luego de la victoria de la Revolución Rusa de 1917, las corrientes marxistas esperaban que la ola insurgente avanzara sobre Europa Occidental. Sin embargo, sólo Hungría y Alemania conocieron movimientos revolucionarios, sofocados al poco tiempo por la ausencia de apoyo de los movimientos obreros. La negativa del proletariado a los requiebros marxistas provocó desazón en las filas revolucionarias. El análisis de aquel inesperado desdén obrero llegó de la mano de dos intelectuales marxistas: el italiano Antonio Gramsci y el húngaro Georg Lukács.

Lejos del marxismo ortodoxo, Gramsci y Lukács señalaron que el proletariado no podía elevar su nivel de conciencia revolucionaria debido a la acción de la «cultura occidental». Así, la tarea a seguir no podía ser otra que el “combate cultural”, es decir, extirpar de la sociedad en general, y del proletariado en particular, todo resabio civilizatorio occidental.

El marxismo cultural parte de la reivindicación de los primeros escritos de Marx, los cuales otorgaban importancia a factores socioculturales antes que a los económicos. Establece que es la cultura y no la economía el factor esencial en las relaciones de dominación en el capitalismo. Postula además que el triunfo del socialismo requiere, primero, erosionar las bases de la Civilización Occidental. Para ello, plantea la necesidad de debilitar, hasta anular, los valores occidentales, como la democracia, la moral, la religiosidad, etc. y las instituciones que los fomentan y representan: el Estado, los medios de comunicación, la escuela, la iglesia y la familia[vi].

Un subproducto del marxismo cultural es la llamada «Teoría Crítica de la Raza», la cual postula que, al ser la raza blanca el asiento sobre el que descansa Occidente, la acción revolucionaria debe priorizar el debilitamiento de las llamadas «identidades blancas».

De esta forma, y siguiendo la orientación estalinista de la korenizatsiia, enriquecida por el marxismo cultural, el MAS enarbola la «indianización del Estado» con el objetivo de, según su propio discurso, devaluar el «capital étnico colonial». De acuerdo a su posición racista, el hecho de sembrar de piel cobriza las diferentes esferas del Estado, permitiría teñir tanto al poder como a la sociedad con los valores éticos y políticos del comunitarismo primigenio que el poblador nativo traería aferrado a su envoltura corpórea.

La realidad terminaría por demostrar que, primero, aquellos sectores de ascendencia nativa, como cualquier otro, se hallan bajo la influencia de procesos de aculturación, mestizaje y modernización, hecho que los empuja fuera de las concepciones premodernas propias del mundo comunal y los acerca hacia valores modernos, como la economía de mercado y la democracia. Segundo, la teoría de la presencia indígena como «reserva moral» se vio demolida por superlativos hechos de corrupción que terminaron por confirmar que no existe sector social alguno que posea mayores o menores cualidades morales y que la moral es atributo exclusivo del individuo, sin importar el color de su piel o su extracción social. Finalmente, no está demás recordar que las culturas prehispánicas estuvieron moldeadas bajo formas políticas autoritarias, lejos de los idílicos cantares del romanticismo comunitario.

Si a estos hechos se añade la represión a los indígenas de tierras bajas por asumir una posición contestataria frente al MAS, la planificada fractura de las organizaciones sindicales de campesinos de tierras altas, la ausencia de políticas de fortalecimiento de las demacradas comunidades campesinas, el uso clientelar y prebendal de los pobladores del agro, incluso como carne de cañón en hechos sangrientos, y el simbolismo nativo que no termina de materializarse en verdaderas y efectivas políticas públicas de inclusión, se puede concluir que tanto la indianización como el Estado Plurinacional constituyen un mero recurso discursivo y simbólico, destinado a alimentar la cohesión en torno al gobierno. Las estafas suman.

Sin duda, la relación antagónica entre el discurso indigenista y la realidad concreta (entre lo que se dijo y lo que se hizo), constituye la prueba de que asistimos al derrumbe de un proyecto político fallido.

El 1 de mayo del 2006 las Fuerzas Armadas tomaron los campos petroleros en el país, inaugurándose así la llamada «nacionalización de los hidrocarburos». Foto: La Razón.

Nacionalización

El 1 de mayo de 2006, el Movimiento al Socialismo colocaría la piedra fundamental de la llamada revolución democrática: la nacionalización de los hidrocarburos.

Empero, lejos de constituirse en un hecho auspicioso para las huestes revolucionarias (y para la gran mayoría de intelectuales, incluidos académicos, políticos y comunicadores que aplaudieron la osadía), tal medida inauguraría el prematuro fracaso económico del «masismo».

Si bien la tricolor comenzó a flamear sobre los campos gasíferos recién «reconquistados» por las Fuerzas Armadas, en los documentos de propiedad de las «empresas nacionalizadas», el nombre del propietario se mantuvo inalterable. Lejos de estatizar o expropiar, la nacionalización fue más discursiva que real, reducida a una renegociación de contratos con empresas petroleras transnacionales, al amparo de medidas jurídicas y técnicas que impulsaron gobiernos anteriores.

Aquella medida, presentada como un logro extraordinario del régimen, no hizo más que demostrar que el Estado boliviano no tenía ni los recursos, ni la tecnología, ni la fortaleza institucional como para asumir la responsabilidad del desarrollo autónomo y soberano por su propia cuenta y riesgo. Como había ocurrido en el anterior período del nacionalismo (1952–1985), y dado el atraso del país, la promesa nacionalista mostró ser un ensueño desahuciado en tiempos de la economía mundial, y ahora de la Globalización y la Revolución Digital.

Pese a ello, la medida cobró vuelo a la vista asombrada de todos, debido a los ingentes ingresos que comenzaron a nutrir las arcas estatales, dando vida a la mayor bonanza económica que Bolivia haya conocido en su historia. Poco después se conocería que tal milagro económico no fue producto de la nacionalización taimada, sino más bien de la vertiginosa subida de los precios internacionales de las materias primas.

Con el paso del tiempo, la ausencia de una orientación emprendedora, moderna y visionaria, impediría que aquellos cientos de miles de millones de dólares que ingresaron a las arcas públicas, fuesen destinados a levantar una economía sólida y diversificada, de cara al mundo global-digital. Todo lo contrario, el régimen no sólo dilapidó semejante fortuna, sino que pasó del auge al endeudamiento. Hoy, el país se halla hipotecado y con nuevos patrones.

Terminada la fiesta de millones, Bolivia sigue siendo un país pobre, productor de materias primas, con una economía en números rojos y devorado por la corrupción y la delincuencia.

Asentado el polvo que dejaron las arengas nacionalistas y anticapitalistas, se hace claro que el «nuevo modelo económico» no fue más que una reedición del congénito mercantilismo: ominoso saqueo de las arcas públicas a manos del gobierno de turno y de sectores empresariales, nacionales y extranjeros (formales, informales e ilegales). La promesa de prosperidad, terminó en festivo latrocinio.

Finalmente, la desastrosa administración de la economía y de las empresas públicas, se vería acentuada por un efectivo y sombrío proceso de desinstitucionalización del Estado.

Entronización al poder de Evo Morales en la localidad de Tiahuanacu (22 de enero de 2006). Foto: El Diario.

Desinstitucionalización del Estado

Sin duda, éste es el único logro efectivo del MAS.

Mientras aplaudía, la mayoría de la población, incluidos políticos, intelectuales y periodistas, no advirtieron que la entronización al poder de Morales, realizada en enero de 2006 en la localidad de Tiahuanacu, anunciaba a gritos la sustitución de un gobierno de instituciones y ciudadanos (democracia) por el gobierno de un caudillo y súbditos (autoritarismo). Desde ese instante, y con beneplácito multitudinario, la institucionalidad democrática quedó condenada.

De ahí en más, con el aval ciudadano, incluso con el entusiasmo de sectores urbanos y rurales, y con la sorprendente quietud de la oposición política, el MAS demolió, uno a uno, todos los pilares que dan vida a la democracia, con el objetivo de edificar un régimen totalitario (el socialismo comunitario) a partir de un Estado fuertemente centralizado (socialismo de estado):

· La Independencia de Poderes como forma de impedir la concentración del poder. No sólo se cooptaron todos los poderes del Estado, fomentando además la obsecuencia antes que el mérito, sino que se desplegó una cruenta persecución de opositores que concluyó con muertos, presos políticos y exiliados. Una fracción de la oposición, de la intelectualidad y de la prensa decidió mirar hacia otro lado, asumiendo aquel hecho como inevitable, incluso como necesario para superar «el pasado». Sí, hubo cómplices, y no fueron pocos.

· El Estado de Derecho, expresado en el respeto a la Constitución y el ordenamiento jurídico. El MAS no sólo consolidó la cultura del «le meto nomás»[vii], que refleja el desapego de la ciudadanía y de la clase política por el respeto a la norma, base de la modernidad, sino que la llevó a niveles tan extremos que abrió las puertas a la relación incivil y a la anomia legal. El hombre volvió a ser lobo del hombre, asomando amenazante el Estado de Naturaleza; la barbarie. Menudearon los muertos por mano propia o turba descarriada.

· La vigencia plena de los Derechos Humanos. Bajo la égida del MAS, Bolivia dejó a un lado todo referente axiológico y moral que sirviese de fundamento civilizatorio. Los Derechos Humanos se constituyeron en valores inaprensibles, relativos y prescindibles. El ser humano dejó de ser un fin en sí mismo, para convertirse en un medio. En sectores rurales y urbanos empobrecidos, el ciudadano perdió su frágil autonomía individual, para ser amansado, envilecido y aborregado. La vida perdió valor y adquirió precio; la dignidad fue sepultada en la obsecuencia, mientras la libertad fue reemplaza por la sumisión, en muchos casos entusiasta y militante.

· La Soberanía Popular, expresada en el voto libre. Antes que ser la expresión de la opinión del Soberano, el voto fue reducido a formalidad banal, cuyo objetivo fue arropar al régimen de consensos prefabricados a través de una amplia y permanente campaña de persuasión y desinformación (demagogia). El Soberano dejó de ser elector para convertirse en votante pedestre. El tiro mortal a la Soberanía del Pueblo fue dado con el desconocimiento del resultado de Referendo del 21 de febrero de 2016 (21F) que negó a Morales la posibilidad de modificar la CPE para repostularse y el posterior fallo del Tribunal Constitucional que anuló la voz de la ciudadanía (28/11/2018). Fue ahí que se produjo el verdadero golpe de estado, con la perplejidad cómplice de la oposición y de los medios de comunicación que, con su silencio, se sumaron al ultraje. Finalmente, el tiro de gracia, que consolidó el golpe iniciado en 2018, fue el grotesco fraude electoral perpetrado el 20 de octubre de 2019.

Debe hacerse hincapié que este proceso de desinstitucionalización del Estado no sólo produjo el derrumbe de la democracia y la constitución de un régimen autoritario, primero, y dictatorial, después. La ausencia de una base institucional y jurídica, sumada a la caída del precio internacional de las materias primas (hecho que confirmó la ausencia de un verdadero modelo de desarrollo), condenó al país a una inevitable degradación política, moral, económica y social. El fallido Estado Plurinacional terminó devorado por una estructura informal e ilegal que hizo de la corrupción su conquista más notable.

11 de noviembre de 2019, 21:10 horas. Con lágrimas en los ojos, Evo Morales se despide de sus seguidores más cercanos para abordar el avión que lo llevaría a su asilo en México. Foto: Tiempo.

Epílogo

La ciudadanía acaba de echar del poder al MAS a través de la más importante movilización ciudadana de su historia, no sólo por su alcance nacional, sino principalmente por sus objetivos. Por primera vez, el ciudadano reivindica su rol como gobernante (Soberano) a través del voto. No es un hecho menor. Es, sin duda, un destacado avance hacia la modernidad, caracterizada por el respeto y preservación de los principios e instituciones de la democracia. Sin embargo, todavía un amplio sector de la población se mantiene de espaldas a los valores propios de la civilidad, como el respeto a la vida, el apego a la Ley y la reivindicación de la pluralidad.

No hubo golpe de estado alguno, fue un alzamiento nacional ciudadano pacífico, resultado de una larga acumulación de hastío que hizo erupción ante el inocultable e insolente fraude electoral.

Al momento de su expulsión del poder, el MAS ya era un cadáver político. Todos sus objetivos demostraron ser inviables y fueron demolidos por la propia realidad. La acción conspirativa que todavía ejerce no es indicativo de su vigencia como partido. Es apenas el indicio de su despojo político, revitalizado de forma artificial, tanto por intereses ilegales como políticos, ambos usados como contención por las dictaduras de Venezuela y Cuba. Este hecho no significa que el MAS, como sigla, no vaya a seguir actuando en el escenario político. De hacerlo, su acción estará lejos de sus postulados iniciales (socialismo, socialismo comunitario, Estado plurinacional) y del liderazgo de sus principales dirigentes, ahora refugiados en México.

Tres apuntes finales:

Primero. La movilización pacífica ciudadana, aún latente, expresa una sentida demanda de respeto a los principios que inspiran a la democracia, de formación y mérito en la función pública y de moralidad en la práctica política.

Segundo. El derrumbe del MAS puede ser entendido como la caída del último eslabón de las tendencias nacionalistas y socialistas totalitarias, y sus expresiones políticas, ambas derrotadas por la realidad con saldos dramáticos y cruentos. Este hecho obliga a los partidos políticos en proceso de constitución o reestructuración a mudar sus raíces de aquellas dos corrientes para enfrentar los desafíos del mundo actual, el mismo que exige organizaciones políticas democráticas principistas y de acción permanente, ya no séquitos que despiertan y se apuran en llevar en andas a caudillos incíviles cada vez que rechina el clarín electoral.

Tercero. Es difícil prever cómo terminará la acción subversiva que impulsa el ex presidente Morales desde su exilio en México y los grupos delincuenciales que lo secundan. Sea como fuere, de lo que no hay duda es que la mayoría de la ciudadanía se inclina a exigir y garantizar nuevas elecciones en las que pueda ejercer su derecho a votar en libertad. Pese a los gritos del «mazismo» que anhela una «guerra civil», asoma a lo lejos un tiempo de paz, justicia y democracia.

¡Quién se rinde! ¡Nadie se rinde!

*Ramiro Calasich G. es Escritor Educativo.

[i] Cordel delgado.

[ii] El sustento teórico del MAS, nacido de la pluma del ex vicepresidente Álvaro García Linera, constituye una monumental obra que requiere ser leída y estudiada para un efectivo análisis crítico. Sin duda, uno de los errores de la oposición política y de la intelectualidad democrática fue desconocer y por ende no rebatir la base teórica del llamado Proceso de Cambio. Cuatro textos son emblemáticos y sirvieron, entre otros, de base para este breve ensayo: El Estado PlurinacionalSocialismo ComunitarioEstado, Democracia y Sociedad y Democracia Estado Nación.

[iii] Acerca de la cuestión social en Rusia.

[iv] El contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve.

[v] Hitler y sus filósofos.

[vi] La esencia del marxismo cultural puede sintetizarse en esta frase de Gramsci: «Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura».

[vii] «Cuando el presidente Evo Morales dijo si “los abogados me dicen es ilegal, yo le meto nomás y les digo métanle nomás y después lo legalizan, para eso han estudiado” (Sucre, agosto, 2008) eran previsibles sus futuras acciones» (HoyBolivia).

Crédito: Medium

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