Una carta del dictador
El doctor Abel Santos fue figura destacada de la política tachirense de finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Además de ser notable jurista, poseía grandes conocimientos de medicina, ciencia que aplicó durante su largo destierro en Colombia. Muchos lo describen como un “godo” recalcitrante, un hombre antagónico y de mal carácter, también dicen que por eso estuvo preso en varias ocasiones durante el gobierno de Cipriano Castro.
Una vez derrocado Castro y sustituido en el poder el general Juan Vicente Gómez, Santos desempeñó en distintos puestos burocráticos, pero su temperamento, algo atrabiliario, terminó por llevarlo a romper posteriormente con el nuevo caudillo, entonces se vio forzado a abandonar el país desde finales de 1911 hasta 1925, época en que el dictador abrió las puertas del país a los numerosos exiliados políticos.
El 27 de Septiembre de 1911 el Presidente Gómez respondía una carta al doctor Abel Santos, quien se encontraba para ese momento en la ciudad de San Cristóbal. Esta pieza de correspondencia se convertiría en el motivo del rompimiento definitivo de relaciones entre ambos.
Tiempo hace que usted me conoce y me trata, y ha debido observar que entre mis escasas cualidades tengo dos resaltantes: la rectitud de carácter y la consecuencia que guardo a la amistad. Con usted, más que con ningún otro amigo, he puesto en evidencia esas dos cualidades.
Cuando resolví llamarlo a Caracas a colaborar en la obra de diciembre, no faltaron quienes me advirtieron que usted, por carácter y por intransigencia de opiniones, no era el aparente para la labor de apaciguamiento y confraternidad que inicié a fines de 1908. Sin embargo insistí en su llamamiento, porque entrando en mi programa el concurso de todas las aptitudes, no debía excluir la de un paisano inteligente, que en nuestra región andina se había significado por la excelencia de su intelectualidad.
Vino usted a Caracas a formar parte de la Junta que había de redactar leyes y códigos. Más luego lo llamé a servir al Ministerio de Hacienda, en cuyo puesto evidenció usted no solo sus tendencias exclusivistas por intransigencia de opiniones, sino que extralimitó facultades, alterando el arancel, provocando colisiones entre los industriales y el gobierno y dictando providencias sin mi conocimiento, como la de dar el préstamo al Gobernador del Distrito Federal, doctor Carlos León, doscientos mil bolívares que he tenido que pagar al banco.
A pesar de tales procedimientos, no quise retirarle de mi causa, sino que opté por llevarlo al campo de la diplomacia, donde todo debe ser serenidad y justicia, y le envié a Bogotá como nuestro ministro plenipotenciario y enviado extraordinario. A poco de llegar a la capital de Colombia comenzaron a percibir mis oídos los fatídicos augurios que usted hacía con respecto al final resultado de las cuestiones que tratamos de arreglar con la República hermana. Empero nada dije a usted por semejante indiscreción.
Finalmente, me pidió usted licencia para venir a Venezuela por tres meses, y se la concedí con mucho gusto; pero a poco de estar usted en Caracas supe que en sus conversaciones particulares vaticinaba para mi Gobierno escasos días de duración y para las próximas fiestas del Centenario el más ruidoso fracaso. Tampoco dije nada a usted sobre tan tristes augurios, que ya no me alcanzaban a mí, sino que se referían al lustre de la patria en sus días de remembranzas gloriosas, y lo dejo marchar hacia el Táchira con toda tranquilidad, pero a bordo del vapor que lo conducía repitió sus opiniones.
Llega usted a Maracaibo, y de allá me vienen autorizados anuncios de lo que usted hablaba, ratificando sus expresiones de Caracas, y más luego vienen de Bogotá informes de lo que usted escribía a personas de aquella ciudad en idéntico sentido.
Es por ello que el general Juan Vicente Gómez, finaliza la carta dirigida al doctor Abel Santos:
Fue entonces que tomé expresa providencia de exonerarlo de la Plenipotencia de decir al Presidente del Táchira que le notificase su permanencia en San Cristóbal, limitándome a tan leve determinación, porque no quería ejercer con usted ninguna medida severa en gracia de nuestros antecedentes y de nuestro paisanaje… Ojalá que usted, pensando tranquilamente, encuentre que mi conducta con usted ha sido, más que justa, esencialmente magnánima.
Soy su atento servidor.
General Juan Vicente Gómez.
Al día siguiente de recibir la carta del General Gómez, última que le escribiría en su vida a quien fuera su paisano, el doctor Abel Santos preparaba sus baúles con sus pertenencias para abandonar el país en dirección a Colombia.
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