Coronavirus: domingo de Pascua a distancia

Llegó el domingo de Pascua, uno de los más clásicos, esperados y tradicionales encuentros familiares de cada año. Pero esta vez estamos en cuarentena,apartados físicamente de nuestros seres queridos, muy especialmente de los mayores. No vamos a poder invitarlos al almuerzo multitudinario ni acompañar a los chiquitos a buscar los huevos que dejó el conejo.

¿Cómo andamos? Ya van varias semanas y nos vamos acostumbrando; a los chicos les pasa lo mismo. Tenemos días mejores, en los que sentimos que podemos con la situación; otros no tan buenos, en los que todo nos cae mal o lloramos por cualquier cosa. Con facilidad podemos distraernos de lo difícil que es esta situación para los adultos mayores, que a menudo están solos, ya no trabajan, se encuentran confinados en sus casas y con más miedo a enfermarse -por las posibles consecuencias- que los más jóvenes.

Aun con los avances de la tecnología y la facilidad con la que encontramos información en las pantallas, los mayores siguen -y seguirán siendo- «portadores de cultura» para los chicos: ellos cuentan historias de su infancia, muy distinta a la de hoy, de los lugares que conocieron, de las aventuras que vivieron, enseñan canciones tradicionales, juegos, tienen tiempo disponible para los chicos, hablan con ellos, les leen, juegan, se deslumbran con cada uno de sus logros, hacen pochoclo o una huerta, enseñan a cocinar, a tejer o carpintería, juegan interminables partidos de cartas, los llevan a pasear, al cine o a la plaza. Hacen aquello que sus abuelos hicieron con ellos en su infancia, o lo que les hubiera gustado que hagan. Pero muchas de esas cosas hoy no son posibles; para otras, es cuestión de que tomen conciencia de lo importantes que son en la vida de los chicos y les pongan imaginación e ingenio, o que otros los ayuden a mantenerlas en la distancia.

Para los jóvenes y los de mediana edad sus mayores siguen siendo enciclopedias vivas a quienes consultar por un tema de trabajo o de familia, para pedir una receta tradicional de la familia (esta semana un sobrino me pidió la de la lasaña que hacían mis padres, así se la preparaba a mi hermano), para pedirles auxilio para cuidar a los chicos o apoyo emocional en una situación difícil. Como dice el proverbio serbio: «Familia grande, ayuda rápida».

La cuarentena nos cortó de cuajo por un tiempo esa posibilidad de enriquecimiento mutuo -todos nos enriquecemos-, pero podemos descubrir nuevas formas de encontrarnos y seguir creciendo juntos a la distancia, tal como hacen algunos integrantes de familias que viven lejos aun sin cuarentena.

Es valioso para todas las edades.

Para los jóvenes, porque es muy fortalecedor seguir en contacto con esas raíces que, aunque no nos demos cuenta, nos permiten plantarnos firmes ante la adversidad, o encontrar respuestas para las situaciones sencillas de todos los días, o simplemente pasarla bien en un rato de encuentro.

Para los mayores, por mil y una razones: para sentirse útiles, para entretenerse, para celebrar una y otra vez todo lo bueno que sembraron en este mundo a través de hijos, nietos, alumnos, discípulos, amigos. Los mayores -salvo que sean muy viejitos- no pueden, no podemos, sentarnos a esperar a que nos llamen ni ofendernos cuando no lo hacen. Inventemos algo, mandemos videos, contemos cuentos por WhatsApp, a veces alcanza solo con tener las pantallas abiertas y ver a los chicos jugar o a nuestra hija cocinar para recuperar el calorcito del encuentro humano.

Las relaciones se construyen en presencia, eso no significa necesariamente presencia física. Está en nosotros, adultos, jóvenes y chicos, encontrar la forma de seguir encontrándonos en la distancia de amoroso cuidado a la que nos obliga la cuarentena.

Crédito: La Nación

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