Dignidad Democrática Vs. “No intervención en asuntos internos”

Por el mes de Abril de 1945 se registró un intenso debate parlamentario con motivo a la ruptura de relaciones diplomáticas de Venezuela con la dictadura de Francisco Franco en España. El partido de gobierno, el medinista PDV, al plantearse un acuerdo parlamentario que exhortaba al Gobierno Federal a proceder con dicha ruptura diplomática, empezó a mostrar con argumentos leguleyos y timoratos su indisposición de aprobar tal acuerdo en términos concretos y claros. El PDV sucumbió ante una gran inconsistencia, debía expresar rechazo por un régimen usurpador, un gobierno sin soporte en la voluntad popular respaldado, exclusivamente en la violencia, lógicamente, era criticar en casa ajena el pecado original del postgomecismo.

En ese contexto, el diputado por Acción Democrática, Andrés Eloy Blanco, fue el encargado de ejercer dignamente la vocería no solo de la minoría dentro del hemiciclo sino también de la mayoría popular que se expresaba en toda la nación venezolana que deseaba tanto la libertad de España como la de Venezuela. Cuando se intentó mostrar el ya entonces desgastado argumento de “no intervención en los asuntos internos”, Andrés Eloy Blanco expresó “el pueblo mismo en sus actitudes de tantos años es más elocuente que cualquier orador; es lo que sale de la entraña popular; es la amistad de la carne y la identidad del verbo; somos amigos y hermanos de los españoles, pero ha ocurrido, señores diputados, algo semejante a lo que ocurre con ciertos gobiernos de la América del Sur y Central: a veces no sabemos cuándo mantenemos relaciones con estos gobiernos, si somos amigos de los pueblos o de los gobiernos; a veces no nos damos cuenta que una cosa excluye a la otra; que el ser amigo de un pueblo requiere de manera indudable el ser enemigo de sus verdugos” luego indicó, con la claridad de miras propia de los adecos, la exigencia de la fracción parlamentaria socialdemócrata “que la Cámara de diputados, como representante idónea del pueblo de Venezuela, recomiende al Ejecutivo Federal la ruptura de relaciones diplomáticas de nuestro Estado con el gobierno usurpador que, al mismo tiempo que constituye un peligro cierto para las democracias americanas por la índole del contenido ideológico que claramente irradia, representa una facción que mediante el uso de la fuerza y la deslealtad a los juramentos constitucionales, ha venido suplantando la soberanía de la nación española”.

Ante argumentos tan sólidos, y entre el aplauso de buena parte del resto de los parlamentarios, pidió la palabra el diputado Ramírez Macgregor para intentar, fallidamente, defender la tibieza del medinismo. Sus argumentos fueron básicamente dos: 1) que la ruptura de relaciones es atribución exclusiva del ejecutivo y por tanto el parlamento podría invadir competencias de otro poder y 2) insistía en la “prudencia” y recordó el principio de “no intervención”.

Nuevamente toma la palabra Andrés Eloy Blanco para responder diáfana y contundentemente “niego totalmente que esté sea un asunto interno del pueblo español. He demostrado aquí y lo han demostrado todos los compañeros, cómo de cada foco de dictadura, de cada foco de fascismo, igual que cada foco de infección, en cualquier endemia o epidemia, deben salvarse los vecinos, deben salvarse los demás, porque constituye una amenaza” (…) “cada foco de dictadura es un peligro para las democracias. De manera que el sistema de Francisco Franco no es un sistema que interesa exclusivamente al pueblo español. Es un sistema en que nosotros estamos interesados y en que cualquier labor profiláctica que nosotros realicemos, como romper relaciones con ellos, es una labor defensiva que nos cura previniendo antes que tener que curarnos ya enfermos”.

Continuó el poeta del pueblo “Hemos hablado de atribuciones y facultades. El ejecutivo tiene la atribución, la facultad de dirigir las relaciones diplomáticas. Cuando la Cámara de diputados pretenda tomarse esa atribución para si estará realizando una usurpación de atribuciones constitucionales. Pero ni en la proposición ofrecida por mí a la consideración de la Cámara, ni en el Acuerdo ofrecido por los distinguidos compañeros cómo modificación de ella, aparece en ninguna forma el que la Cámara pretenda atribuirse funciones del presidente de la República. (…) He expresado simplemente un sentimiento del pueblo venezolano a través de quien lo puede interpretar mejor que nadie: la Cámara de sus Representantes”.

La mayoría parlamentaria oficialista de entonces terminó por aprobar un Acuerdo que fue reflejo de la tibieza gubernamental. Pero los archivos del parlamento nacional están allí para demostrar la raíz de lo que luego se convirtió en la Doctrina Betancourt, es decir, la política venezolana de no reconocimiento a gobiernos antidemocráticos.

Como venezolano y como adeco estoy profundamente orgulloso de esa historia a veces poco conocida. Espero que sirvan estas líneas para respaldar a todos los gobiernos del mundo libre y democrático que hoy desconocen al régimen usurpador que sufre Venezuela. El torpe argumento de hablar de “no intervención en asuntos internos” cuando estamos en presencia de gobiernos que impiden la celebración de elecciones libres y justas y además son reos de una comprobada violación sistemática de los derechos humanos no fue usado por los adecos en el pasado para mirar en otra dirección cuando las víctimas eran otras naciones, hoy celebramos que más de 50 naciones democráticas tampoco se detengan en ese sofisma cuando las víctimas del oprobio militarista son los venezolanos. Todos los demócratas del mundo debemos unirnos contra el fascismo, sea contra Franco y Hitler en el pasado como hoy contra Nicolás Maduro.

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Guayoyo en Letras