Bolívar odiado por todos

A finales de 1827, la oposición a Simón Bolívar y el resentimiento popular en su contra empieza a manifestarse sin eufemismos entre las páginas de la prensa que circula en Bogotá, capital de la recién fundada Colombia.

En periódicos como “El Fuete”, “El Buscaniguas” y “El Gavilán” se pueden leer los más osados y picantes escritos. En éstos se le acusa de haber violado todas las leyes de la República en su conducción política del movimiento separatista auspiciado por José Antonio Páez y sus seguidores en el Departamento de Venezuela. La decisión de hacer las paces con el caudillo llanero y ratificarlo como Jefe Político y Militar de Venezuela plasmará las primeras letras del último capítulo de su vida, el instante histórico en que el resplandor de la buena estrella que lo ha acompañado por tanto tiempo comienza a extinguirse.

En los curules del Congreso Colombiano aparecen enemigos del proyecto de Bolívar cual maleza y ahora, desde el podio del Parlamento, se dice que la absolución de la contumacia del General Páez y el movimiento separatista venezolano se convertirá en el fin de Colombia, por lo que se le achacan al Libertador las culpas de todos los males que flagelan a la joven República.

Sus detractores denuncian su vocación por el absolutismo y la tiranía. Alegan que desea coronarse para regir sobre los territorios emancipados del yugo español y suplantar una monarquía por otra, la suya, la bolivariana. Así lo demuestra la creación de ese nuevo país en el Alto Perú que lleva por nombre “Bolivia” y cuya Constitución, redactada por su puño y letra, acumula los poderes del Estado en manos de un Presidente Vitalicio y establece, como único censor del Ejecutivo, un senado hereditario cuyos primeros integrantes serán nombrados a dedo por él mismo.

-¡Bolívar se ha vuelto loco de poder en las alturas de Los Andes!-.

Es en abril de 1828, cuando se reúne la Convención en Ocaña con representantes de todos los departamentos de Colombia, que se pone en evidencia la fortaleza de la oposición al Libertador. Bolivarianos y Santanderistas se ven incapacitados para lograr acuerdo y solventar la crisis. El diálogo se rompe al evidenciarse que no existe pacto posible entre las partes, pues ninguna de las dos contempla la idea de ceder en sus aspiraciones. Entonces, poco más de un mes después de la primera sesión, se firma un acta en la que se declara disuelta la reunión en Ocaña.

El fracaso de la Gran Convención da paso a que una Asamblea se reúna el 13 de junio en Bogotá. En ésta se le hace solicitud formal a Bolívar para que se encargue del mando supremo de la República con plenitud de facultades, la cual aceptó. Según ellos, solamente un gobierno fuerte y enérgico, como lo sería el del Libertador, “podría salvar a la República haciendo el bien y reprimiendo el mal en toda su extensión”. Es así como, el 24 de junio de aquel año, se encarga el caraqueño del Poder Ejecutivo en lo que se convertirá en el episodio más funesto de su vida, el de la dictadura.

El odio en su contra aumenta con el paso de los días y con este los improperios y calumnias en la prensa. Se dice que su dictadura es la antesala a un gobierno de talante monárquico, que desea esclavizar a los pueblos y hará lo imposible por coronarse como realeza al igual que lo hizo Napoleón Bonaparte en Francia. Que si eso sucede se perderían los logros forjados en las llamas de la Guerra de Independencia.

Por las calles de Bogotá, Caracas y Quito se pueden leer pasquines en los que se le tilda de absolutista, malvado, hipócrita, usurpador y criminal. El mensaje es claro y hasta viene en verso, guerra eterna a Simón Bolívar por tirano y traidor, se ha hecho Liberticida y ya no es Libertador.

El irrespeto hacia su persona alcanza su clímax cuando, en un popular rotativo que circula en la capital colombiana, se publica una estrofa redactada por un político afecto al General Francisco de Paula Santander y de nombre Luis Vargas Tejada.

Si de Bolívar la letra con que empieza

Y aquella con que acaba le quitamos,

“Oliva” de la paz símbolo hallamos.

Esto quiere decir que la cabeza

al tirano y los pies cortar debemos,

si es que una paz durable apetecemos.

Aquello es un claro llamado a acabar con la vida del Libertador y la pretensión busca ser satisfecha la noche del 25 de septiembre. Al filo de la medianoche, mientras el dictador se encuentra en la cama disfrutando de la compañía de su amante Manuela Sáez, en una habitación del Palacio de San Carlos, sede del Poder Ejecutivo, un grupo de individuos penetra las puertas del edificio e intenta asesinarlo.

Simón Bolívar salta semidesnudo por el balcón y escapa al atentado, pero su suerte ya está echada. Desde aquel momento en adelante inicia el último trecho del camino que lo llevará al sepulcro en Santa Marta.

Jimeno Hernández
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