La pandemia ha puesto en evidencia graves falencias institucionales en casi todas nuestras naciones
Editorial #523 – El día después
Estamos camino a los seis meses de cuarentena y la única certeza que tenemos es la incertidumbre. Los aislamientos se prolongan en nuestros países, las economías están parcialmente paralizadas, millones de niños siguen sin clases y los abuelos sin saber cuándo podrán dejarse abrazar sin miedo.
Si bien las más recientes noticias sobre los avances en el desarrollo de la vacuna por parte de Oxford/AstraZeneca o Moderna, entre otras, generan esperanza y un horizonte, la realidad es que los lapsos todavía son largos y nuestras sociedades ya se encuentran económica y mentalmente exhaustas.
Aunque la pandemia tuvo efectos devastadores similares en todo el mundo, las consecuencias que tendrá en naciones estructuralmente pobres y débiles como las nuestras serán comparativamente peores.
Es por eso un error enfocarnos en el impacto sanitario, económico y social del coronavirus, lo importante es analizar la capacidad de reconstrucción y arranque de nuestras naciones. En eso, tenemos un panorama muy difícil por delante.
Países grandes como Brasil y México ya enfrentaban antes de la pandemia graves problemas fiscales, de desigualdad e inseguridad que ahora se profundizarán. Otros, como Argentina, Ecuador, Perú y Bolivia, por ejemplo, sumados a los anteriores, lidiaban hasta con inestabilidad política.
La pandemia ha puesto en evidencia graves falencias institucionales en casi todas nuestras naciones que no se deben subestimar. La estabilidad democrática y republicana está también amenazada por el Covid-19 y sus secuelas.
Incluso durante las guerras, mientras las bombas aún llovían del cielo y los jóvenes daban sus vidas en el campo de batalla, las naciones involucradas pensaban en la posguerra. Es por eso incomprensible que hasta ahora, cuando ya nos acercamos a cumplir medio año de la peor crisis global del último siglo, los gobiernos de la región -con la destacable excepción de Uruguay- no tengan listos planes de reconstrucción y reorganización que involucren a todos los sectores de la política, la economía y la sociedad civil. Que, además, también sean coordinados por lo menos a nivel regional entre todos los países.
La única manera de reconstruir la devastación que deje la pandemia será hacerlo exactamente igual que el daño que ésta ha causado: de manera global. Pensar en sacar adelante cada país por sí solo es condenar a sus ciudadanos a un largo y doloroso periodo de aislamiento, pobreza y violencia. Como si todo esto no fuera suficiente, preocupa aún más notar que en algunos países, incluso se empiezan a ver pujas de poder y profundas contradicciones internas.
Casi desde el principio, advertimos que la crisis sanitaria que tanto preocupaba a todos, no sería nada a comparación de la devastación económica, política y social que el coronavirus dejaría.
Hoy, casi seis meses después, ya son evidentes los estragos a todo nivel. A pesar de eso, son pocos los que están pensando y trabajando de manera seria y comprometida en lo que más debería importarnos hoy: el día después.
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