El secuestro

Caracas amaneció tranquila el 24 de agosto de 1963. Se asomaba el sol por el lado de Petare y la gente caminaba hasta las paradas de autobús para acudir a sus trabajos, cuando a las seis de la mañana en el Hotel Potomac, un moderno y renombrado establecimiento ubicado la parroquia de San Bernardino, se presentaron en recepción dos sujetos con uniforme de la Policía Técnica Judicial. Informaron que necesitaban hablar con el huésped alojado en la habitación número diecinueve. El empleado pidió excusas a los oficiales, ya que no deseaba interrumpir el sueño del cliente, pero uno de ellos explicó que se trataba de una investigación por tráfico de narcóticos.

Sonó el teléfono de la habitación tres veces y alguien atendió. La voz del otro lado le dijo que abajo habían dos policías que deseaban hablar con él. Pensando se trataba de una broma de alguno de sus compañeros, respondió: -Si quieren hablar conmigo, que suban ellos.-, para luego colgar de mala gana, darse vuelta en la cama y seguir durmiendo.

A los pocos minutos se hallaban los oficiales frente a la puerta y tocaron un par de veces. Abrió un personaje en alto, rubio, y de porte atlético, todavía en pijamas y con aspecto de recién levantado. Su rostro se mostró confundido ante la escena de ver dos agentes. Observó a los funcionarios extrañado y les preguntó con acento foráneo a qué se debía la visita. Uno de ellos le informó que debía acompañarlos a la comisaría para rendir declaraciones, asegurándole sería cuestión de cinco minutos. El extranjero creyó ser víctima de una confusión, pero de buena fe decidió colaborar con las autoridades, pidiendo esperaran afuera mientras se cambiaba de ropas para atenderlos. Una vez vestido en camisa deportiva, pantalones marrones y zapatos de goma blancos, abandonó la habitación y fue escoltado hasta el lobby.

Mientras el huésped se dirigió al recepcionista para solicitarle realizar una llamada, uno de los policías tomó uno de los ejemplares de la paca de periódicos que estaban en la mesa. En la portada figuraba la noticia del resultado de la final del  “Trofeo de la ciudad de Caracas”, o la “Pequeña copa del mundo”, como se bautizó un torneo amistoso internacional de fútbol a nivel de clubes que se disputaba en el estadio Olímpico de la Universidad Central. El São Paulo venció al Real Madrid con marcador 2-1 en lo que fue un partido reñido e interesante. En la nota pudo leer que el gran ausente del encuentro fue el delantero estrella del equipo merengue, Alfredo Di Stefano, quien no pudo jugar debido a un malestar. Retratado en la gráfica estaba mismo personaje que habían sacado de su habitación y tenían en custodia. No había error, se trataba del hombre que buscaban.

Alfredo pidió al recepcionista que al lograr conexión pidiera hablar con el señor Damián Gaudeka, organizador de la gira del Real Madrid. A él debía explicarle lo que estaba sucediendo y pedirle se comunicara con el vicepresidente del club blanco, Francisco Muñoz Lusarreta, o el secretario de gerencia Agustín Domínguez. Uno de los oficiales tomó nota en su libreta del número dictado por Di Stefano, y aprovechando que el empleado del hotel no conseguía línea, apuró el tramite de convencerlo sin mucha explicación que debían presentarse en la comisaría cuanto antes, era parte de un procedimiento de rutina, cuestión de un momentito.

Accedió colaborar con las autoridades y caminaron los tres por el piso de mármol de Carrara, pasando frente al bar decorado con los cuadros de Graziano Gasparini, hasta la puerta. En la calle le señalaron el vehículo, le abrieron la puerta del copiloto y él subió, seguido de los policías. Manejaron un par de cuadras alejándose del Potomac en silencio, hasta que el jugador preguntó qué pasaba que tenía que rendir declaraciones ante la policía. Entonces el chofer comenzó a explicarle con una frase que le heló la sangre.

-En realidad no somos policías, pertenecemos a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional… Somos guerrilleros.-

Para clamar sus nervios le dijeron que no tenían nada contra él y lo que menos deseaban era hacerle daño. Buscaban presencia en la prensa, pues el gobierno de Rómulo Betancourt prohibía que los periódicos hablaran de la FALN.

-No se preocupe, no tiene nada que temer. Estará unas horas con nosotros y después lo dejamos ir. Nadie quiere hacerle daño.-

 El que iba atrás suyo le pidió que no se moviera mientras le colocaba una venda para taparle los ojos. Mientras se lo llevaban secuestrado, el recepcionista del Potomac pudo comunicarse con Gaudeka para informarle que la policía acababa de llevarse a Di Stefano a la comisaría. Damián soltó el auricular incrédulo, no entendía nada, pasó unos minutos sin pronunciar palabra, intentando pensar en que debía hacer, hasta el instante que volvió a sonar el teléfono. Atendió y pudo escuchar la voz de un desconocido.

-Alfredo Di Stefano no está en poder de la policía. Lo hemos secuestrado nosotros, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, y no sufrirá ni un rasguño. Pronto estará en libertad.- No escuchó mas nada y se cortó la línea.

Gaudeka empezó desesperado a llamar a los periódicos para informarles la noticia, pero se enteró que ya habían recibido todos el mismo mensaje.

Jimeno Hernández
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