Sobre música y las bellas artes
En 1870, luego del triunfo de la “Revolución de Abril” y al asumir el poder el general Antonio Guzmán Blanco, encontró Caracas un pasatiempo del que disfrutaba mucho, una intensa actividad musical, quizás un tanto modesta en cuanto a calidad y amplitud, pero sostenida por la pasión que generaba entre la población.
Fue por ello que el 7 de mayo de ese año, decretó la creación del Conservatorio de Bellas Artes, una escuela dedicada a la enseñanza musical.
Comenta el escritor Tomás Polanco Alcántara sobre el hecho, en un capítulo titulado “La música, los libros y la pintura” de su biografía del “Ilustre Americano”, lo siguiente:
-Es muy significativo que Guzmán, cuando no tenía ni siquiera un mes gobernando el país y en medio de enormes problemas de toda índole, se hubiera ocupado de crear este instituto.-
El primer director del conservatorio fue el doctor Felipe Larrazábal, un respetado liberal de antigua cepa, amigo personal del nuevo Presidente de la República, hombre de reputada fama por su formación y nivel intelectual, además de ser también el músico más importante y compositor más distinguido del Siglo XIX en Venezuela. En el instituto debía enseñarse, de modo gratuito, música teórica y práctica, así como también dibujo, pintura y grabado.
La preocupación por el tema de la educación musical se refleja también en una carta pública escrita por Ramón de la Plaza y dirigida a Eduardo Calcaño, ambos personajes apasionados por aquella forma artística, a los pocos días de la creación del Conservatorio de Bellas Artes. En ésta se lamenta de un asunto en particular, únicamente la clase privilegiada alcanzaba en el país algún tipo de enseñanza musical. Nadie, afuera de las casas más pudientes, conocía los nombres de famosos compositores de sinfonías como los vieneses Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart, o Ludwig van Beethoven. Decía que aquello era sólo para un reducido número de personas, pero debería esa “música divina” ser enseñada obligatoriamente en el nuevo Conservatorio, así como la escuela primaria.
Continúa Polanco Alcántara diciendo: -El Decreto de Guzmán y la angustia de Ramón de la Plaza, coinciden, no solamente en demostrar preocupación por la música, sino por su necesaria proyección popular, que se trataba de lograr mediante la gratitud de la enseñanza que iba a ser impartida a quienes poseían talento para aprovecharla.-
Al finalizar el “Septenio”, Francisco Linares Alcántara se ocupó de perfeccionar el sistema, al decretar que el Instituto Nacional de Bellas Artes se decantaría en tres Academias: música, dibujo y escultura.
Según la recopilación de “Leyes y Decretos de Venezuela”, Tomo VII, página 492, Academia de Ciencias Políticas y Sociales: -La de música abarcaría melodía, solfeo y canto, música instrumental, armonía, contrapunto, instrumentación, composición, historia del arte, estética y filosofía crítica de la música.-
Entonces se convirtieron Ramón de la Plaza en el nuevo director del Instituto y Eduardo Calcaño en el Presidente de la Academia de música. Tras la repentina muerte de Linares Alcántara en 1779, Guzmán Blanco retomó el poder para concentrarse en el evento que marcaría el momento más glorioso de su tiempo. En 1883, durante el último año de su segundo mandato, conocido como el “Quinquenio”, se celebraría el centenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar.
Para celebrar la conmemoración de tan magna fecha, necesitaba el ritmo de una banda magnífica que supiese tocar al pelo el “Gloria al bravo pueblo” y un repertorio de piezas bien analizadas por los profesores Mario Milanca e Isabel Aretz.
-Los trabajos citados llevan a la convicción de haber sido Guzmán el encauzador de todo el movimiento musical que tiene precisamente su máxima manifestación en la festividad del centenario.-
Uno de los factores más importantes en este sentido fue la construcción del Teatro Guzmán Blanco, que ahora se conoce como el Teatro Municipal, y que, junto al Teatro Caracas, se convirtió en el escenario habitual para las manifestaciones musicales caraqueñas.
En esas fechas del “Centenario” la ciudad de Caracas se llenó de música, pues se ordenó la temporada de ópera con obras como La Traviata; La Favorita; el Trovador; Linda; El Barbero de Sevilla; Rigoletto; Aída y Fausto. Las funciones contaron con las actuaciones del tenor venezolano Fernando Michelena, así como distintos hombres y mujeres dedicados al canto, flauta, violín y el piano, camada en la que brillaron personajes como Salvador Llamozas, Federico Villena, Eduardo Calcaño y José Ángel Montero, entre otros.
Así comenzaba una nueva era para la música en Venezuela, al ritmo de la batuta del “Ilustre Americano”.
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