Del satelitaje artificial
Por intensas que hubiesen sido, muchas son las noticias, situaciones y acontecimientos que se diluyen prontamente, Incluso, poco o ningún registro digital quedan de ellas, permitiéndonos reivindicar herramientas que las preservan con sobriedad como Wikipedia.
Un importante ejemplo es el de los tres satélites artificiales de factura china, adquiridos por Venezuela en la última década. La célebre enciclopedia avisa de fechas de orbitación, propósitos y beneficios alegados estridentemente por la usurpación, intentando legitimar la inmensa inversión de recursos hecha.
Obviamente, la actual pandemia ha revelado o delatado el nulo alcance de tales propósitos y beneficios para nuestro país, pues, por una parte, la sola catástrofe humanitaria, por no citar las inundaciones por lluvias, el caos sanitario y la brecha digital que ha pulverizado las posibilidades del aula virtual, desmiente todo afán propagandístico. Así, por otra, pierde justificación la inversión acumulada en áreas como la tele-ambiental, tele-medicina y tele-educación, agravada por la pérdida de uno de los dos satélites efectivamente orbitados, y la oportunidad misma de una inversión cercana al inicio del colapso de nuestra economía que los expertos ubican entre 2013 y 2014.
Olvidado el régimen de la construcción de una base de lanzamiento en territorio nacional, prometida en el anterior decenio, tampoco los satélites Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Guacaipuro, autorizan a la tan proclamada política espacial que no se tiene, porque nunca se tuvo. En el prólogo a un interesante libro coordinado por Carlos Mascareño (“Políticas públicas del siglo XXI: caso venezolano”, CENDES-UCV, Caracas, 2003), Luis Salamanca hizo referencia a la vinculación entre políticas públicas y gobernabilidad, observando que ésta “no se consigue con mayor autoridad o control del gobierno sobre la sociedad y sus formas de expresión, sino incrementando la calidad de sus políticas”. Sin embargo, huelgan las palabras, el asunto nos lleva al otro satelitaje.
En efecto, los barriles petroleros comenzaron gravitando sobre Venezuela y, después, en el presente siglo, la situación se ha invertido, porque si bien es cierto que logramos sembrar el petróleo hasta donde fue posible, según los términos sagrados y consagrados, no menos lo es que, en el presente, el despilfarro llegó a extremos inauditos. Cundido de crudo pesado y extra-pesado nuestro sótano, ya no somos el país petrolero, promisoria potencia al iniciarse el siglo XXI: esperanza artificiosa, podemos concluir, ante el evidente fracaso de lo que grandilocuentemente el régimen socialista llamó política espacial.
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