Editorial #536 – Los bailes del Diego
La genialidad no puede ser ejemplar
Los primeros rumores del fallecimiento de Diego Maradona empezaron a circular pasado el medio día del miércoles, pero como algunas otras veces en las que los medios y las redes lo habían “matado” (la última durante el Mundial de Rusia de 2018 cuando sufrió una descompensación), muchos no lo creyeron. No podía ser verdad.
A pesar de sus excesos de muchos años y de haber estado varias veces al borde la muerte (en el año 2000 sufrió una sobredosis que casi termina con su vida y en el 2004 estuvo tres días en estado de coma por problemas de corazón), nunca nadie pensó en serio que Maradona podía morir. Por lo menos no todavía.
Pero esta vez era cierto: el inmortal, el eterno, “el más humano de los dioses” (como lo describió el escritor uruguayo Eduardo Galeano) había muerto a los 60 años. En cuestión de minutos, la conmoción se apoderó de Argentina y de gran parte del mundo, considerando que el exfutbolista fue una las personas más famosas del planeta.
La historia de Maradona había terminado, comenzaba su leyenda. Como no podía ser diferente, lo hizo en medio de la controversia. No solo por el escándalo en el que se convirtió su breve y multitudinario velorio que el gobierno argentino le organizó en la Casa Rosada y terminó en caos y violencia en plena pandemia, sino también por la cantidad de sentimientos encontrados que, ya fallecido, Diego Maradona sigue generando.
Muchos lo defienden con la misma pasión que gritaron cada uno de sus goles, hasta de manera irracional y casi religiosa. Otros, sobre todo por sus desmanes personales y sus pecados políticos, insisten en enterrar su gloria deportiva con sus equivocaciones en casi todo lo demás que hizo en la vida.
La mejor reflexión sobre este dilema la hizo uno de los más grandes pensadores que tiene hoy la Argentina, el ensayista y poeta Santiago Kovadloff. Al ser consultado sobre si el legado de Maradona se había visto dañado por todos los errores que había cometido fuera de la cancha, Kovadloff asegura que “la genialidad no puede ser ejemplar, la genialidad es un don que no puede ser transmisible por la vía de la enseñanza. La genialidad no es un atributo democrático, es un verdadero milagro que de pronto toca a alguien que unido a la capacitación puede dar lugar a un profesionalismo notable. Ejemplaridad no, admiración sí en lo que hace al despliegue de esa genialidad”.
Resulta siempre difícil separar al ídolo de la persona, ya sea en la política, en el arte, en la música o, por supuesto, en el deporte; mucho más en el más apasionante de todos ellos: el fútbol.
Maradona, dentro de la cancha, fue un genio. Fuera de ella, tanto en su vida privada como en la pública, fue un desastre. Y si bien su legado deportivo no puede ser olvidado por sus fallas humanas, sus errores tampoco no pueden ser tapados y menos justificados por su genialidad con el balón. Entre estos, uno de los peores fue su imperdonable apoyo a regímenes criminales como los de Cuba y Venezuela que tanto daño han hecho y siguen haciendo.
“El Diego”, como lo llaman con cariño los argentinos, pudo bailar con la misma pasión y talento a siete jugadores ingleses para convertir el mejor gol en la historia de los mundiales como también pudo hacerlo de la mano de Castro, Chávez y Maduro sobre la muerte, el hambre y la destrucción de sus países.
Ahora que acabó su vida y comienza su leyenda, solo el tiempo dirá cuál de los bailes del Diego será el más recordado.
Lo único seguro es que no será sin controversia.
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