Cada loco con su tema
Una de las pocas cosas buenas del 2020, según mis fuentes en el mundo editorial, es que la gente ha estado leyendo más libros. Bueno, yo creo que es bueno. Otros, su opinión muy respetable, dirán que no, o que les es indiferente.
Leer libros no es un valor absoluto. No es algo intrínsecamente superior a cocinar, o rezar, o ir de compras, o hacer deporte, o tender el jardín, o entretenerse con la política, o jugar con el móvil, o ver series o partidos de fútbol. Chacun a son goût, como dicen los franceses. Cada uno a su gusto. O cada loco con su tema.
La especial utilidad de los libros para mí este año ha sido poder huir del estático mundo viral y viajar en el tiempo y en el espacio. He leído como cien desde enero, la enorme mayoría de ficción. Muchos cuentos de detectives o de espías, muchos misterios y aventuras. El último que leí, el lunes, fue ‘l espía que surgió del frío, de John Le Carré, que murió el sábado a los 89 años.
Lo leí por primera vez en la universidad. Pensé que era un fiel retrato del mundo del espionaje. Muchos años después, tras haber conocido a varios espías de ambos bandos de la Guerra Fría, sé que es pura fantasía. Tan alejado de la realidad, casi como James Bond. También sé más ahora sobre John le Carré (nombre real David Cornwell).
Volví a leer su libro menos por diversión que por respeto a la figura. La trama es tan absurdamente inverosímil que tuve que luchar para creérmela, pero con lo que me quedé fue, primero, la omnipresencia (como en todo lo que escribió) del fantasma de su padre y, segundo, la resonancia que sigue teniendo en la época actual un libro que se publicó hace 57 años.
El padre de Le Carré, Ronnie Cornwell, entraba y salía de la cárcel. Socio de una temible mafia londinense, fue un estafador cuyo secreto profesional consistía en hacerse pasar por un gentleman de la clase alta inglesa. Engañar era su profesión, como la de Donald Trump, o Boris Johnson, o, bueno…elijan ustedes, lectores y lectoras.
El espía que surgió del frío es un libro cuyo protagonista engaña a su amante, a sus amigos y a sus rivales de la KGB, que se engañan entre sí. El protagonista es a su vez engañado por sus jefes en the Circus, el apodo ficticio que Le Carré le da al servicio exterior de inteligencia británico, conocido popularmente como MI6, aunque su nombre oficial es SIS, the Secret Intelligence Service. De principio a fin de la historia reina un clima agobiante de desconfianza y de duplicidad. La verdad es tan escurridiza como el agua.
El propio Le Carré reconoció en una entrevista publicada en The Guardian el año pasado que lo más auténtico de sus libros no es el retrato que ofrece de las batallas secretas de la Guerra Fría sino los recuerdos de su infancia que los sobrevuela.
Su madre apenas le dejó huella porque lo abandonó cuando tenía cinco años, edad en la que en fue enviado a un internado. Ahí fue dónde el niño David aprendió a imitar el hábito paterno de ocultar y fingir. Tras vivir como niño en un mundo inventado fue con naturalidad que dio el paso a los servicios secretor y luego, como carrera profesional, a escribir ficción.
Trabajó dos o tres años para MI6 en los años cincuenta pero en cargos menores en los despachos, nada que ver con las aventuras que viven los espías de sus novelas en las calles de Berlín o del otro lado de la cortina de hierro. Sus historias no se basaron en hechos reales, como él mismo reconoció, e incluso sus personajes provinieron no tanto del mundo del espionaje como de “la procesión incesable de gente fascinante” que contaminó su infancia, período de su vida en el que perdió “cualquier concepto real de la verdad”.
La figura de su padre se repite hoy, según él, en personajes “fraudulentos” como Boris Johnson, “oradores populistas cuya misión consiste en despertar nostalgia y rabia”. Johnson es el primer responsable de lo que Le Carré consideró ser la gran estafa al pueblo británico del Brexit.
El actual primer ministro británico apeló a una falsa nostalgia basada en una gran mentira: la idea de que los ingleses ganaron la segunda Guerra Mundial tras la vergonzosa rendición del resto del continente ante los nazis. Tener que oír a los brexiteros predicar esta versión de la historia le resultaba “vomitivo”, dijo Le Carré.
La verdad para él es que “no fuimos buenos soldados” y “aunque estuvimos del lado ganador en realidad fuimos actores bastante menores”. No sorprende que confesara en la misma entrevista que perder el respeto por su país en su vejez había sido a la vez liberador y triste.
También ha tenido su punto de tristeza para mí liberarme de sus libros, de los que he leído ocho. Los dos más recientes, publicados en la última década, los tuve que dejar después de diez páginas. No fue porque no me creía las tramas. Fue en parte porque no me creía los diálogos, escritos en el inglés ortodoxo de la BBC de hace medio siglo, pero más todavía porque me empecé a aburrir de las torturas internas de los protagonistas, de sus conflictos entre fingir por la patria o ser fiel a uno mismo. El espía que surgió del frío es el último de sus libros que leeré, o que releeré.
Pero hay que sacarse el sombrero. Le Carré fue el padrino de todo un género, patentó un estilo y se ganó una fortuna, en buena parte gracias a la cantidad de sus libros que se llevaron al cine o a la televisión. Antes que a él, yo prefiero a uno de sus ahijados, el escritor de thrillers de espionaje Alan Furst (la serie Soldados de la noche, salvo el último libro Bajo ocupación, es una maravilla). Ya que estamos, Le Carré, que solo escribió 26 libros, no se puede comparar con mi compañero parisino de confinamiento, Georges Simenon, que escribió 400, 70 de los cuales he leído este año. Un escándalo que no ganó el Nobel, premio por el que Le Carré, creo, nunca fue un serio competidor. Pero bueno, estas cosas son muy opinables. Chacun, como Simenon hubiera dicho, à son goût.
Fuente: Clarin
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