Editorial #540 – El coyunturalismo
Nuestra incapacidad de diseñar el futuro mientras transitamos el presente se traduce inevitablemente en improvisación
Uno de los mayores problemas que enfrentan nuestros países es su eterno cortoplacismo, vivir solo en el hoy y no tener esa capacidad que tienen las grandes naciones de transitar el presente con la mirada puesta en el futuro.
Esta característica se hace más evidente cuando se enfrentan crisis profundas, como un descalabro económico, un colapso institucional o, la más reciente, una emergencia sanitaria.
Vale la pena aclarar que sería injusto culpar a todos por igual de esta situación que ha condenado a nuestros países a la pobreza y al retraso. Es difícil pedirle, por ejemplo, a esos 215 millones de pobres que existen en América Latina y el Caribe (40 millones de nuevos pobres debido a la pandemia, según el más reciente estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)), que dediquen parte de su día a pensar en el futuro mientras no tienen para dar de comer a sus hijos esa misma noche.
Sin embargo, existe un sector de la sociedad que no solo tiene la posibilidad, sino incluso la responsabilidad, de mirar más allá. Sobre todo los liderazgos políticos y sociales y la clase dirigente empresarial e intelectual. Desafortunadamente, tampoco lo hacen, a veces por mezquindad y otras por incapacidad.
Lo peor de todo, como bien lo explica el filósofo argentino Santiago Kovadloff, es que en nuestros países “no hemos logrado generar una República, porque una de las características en la República, cabalmente entendida, es venir desde el futuro hacia el presente. Es decir, desde la planificación, desde la construcción de ideas innovadoras y desde la previsión, hacia la realidad actual, para poder en ella desplegar algunas condiciones que han permitido pensar que la adversidad puede sorprendernos, pero a la vez encontrarnos con recursos para enfrentarla”.
A nosotros cada adversidad nos encuentra más desnudos de recursos que la anterior. De nuevo, las crisis profundas no generan estas fallas, sino que las ponen en evidencia. El Covid-19 así lo hace en estos largos meses que aún transitamos, cuando vemos a nuestros gobiernos, casi sin excepción, fracasar de manera contundente en cada paso que dan.
Primero, en su diagnóstico, en el que tardaron demasiado en comprender la magnitud del problema que enfrentábamos y, en muchos casos, lo subestimaron. Luego, en el manejo de la crisis, aplicando cuarentenas tan extensas como inefectivas en lo sanitario y destructivas en lo económico, en las que supieron cómo entrar, pero nunca cómo salir. Y, ahora, también se los ve a la deriva en medio de la puesta en marcha de lo que podría ser el próximo gran fracaso: el proceso de vacunación masiva.
Reiteradamente insistimos el año pasado que, incluso en medio de la pandemia, deberíamos estar pensando en el día después, así como las grandes naciones pensaban en la post guerra incluso durante la guerra. Nuestra incapacidad de diseñar el futuro mientras transitamos el presente se traduce inevitablemente en improvisación, que no es solo un rasgo de los gobiernos actuales, sino también una enfermedad crónica de nuestros países y nuestras sociedades.
En medio de la peor pandemia del último siglo, nuestras debilidades se hicieron más visibles que nunca. Sin embargo, entre todo lo malo, quizá esta experiencia que ha hecho crujir los cimientos del mundo entero, nos pueda servir para superar uno de nuestros peores males históricos: el coyunturalismo.
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