Breve elogio del coleto

En su acepción más universal, el coleto es un atuendo que protege al soldado de la incómoda coraza, pero en Venezuela nos lleva directamente al trapeador húmedo que absorbe o recoge cualquier inmundicia del suelo. Por supuesto, adquiere otras significaciones en la vida social y, el verbo o adjetivo, retrata  frecuentemente una situación de humillación. No obstante, en su más conocida o popular presentación, la humilde pieza de tela adquiere una importante jerarquía en estos tiempos de pandemia.

En el marco de la escasez y de la hiperinflación, los alimentos y medicamentos constituyen una demanda estelar, vehemente y persistente, como no ocurre con las herramientas y productos del aseo hogareño y personal. Y no es porque éstos, sobren o sean prescindibles, sino por las agudas tonalidades que impone la supervivencia con sus inmediatas prioridades.

Los más elementales consejos para mantener la limpieza en los espacios públicos y privados, chocan ante la realidad de un país hundido en la catástrofe humanitaria. siendo tan obvio el ambiente de contaminación y de suciedad que encuentran su mejor garantía en a indiferencia del Estado, hagamos una breve referencia al hogar: no hay suficiente agua, o simplemente no llega el vital líquido para todas las labores de higiene, tan encarecido para el propio consumo humano; la envejecida lencería y la propia vestimenta personal, por consiguiente, es difícil lavarla y bien, con la frecuencia deseada; los detergentes y suavizantes, prácticamente de precios prohibitivos, facilitan la realización de un contrabando igualmente caro y de dudosa calidad; jabones de baño, desinfectantes, ambientadores y productos afines, deben ahorrarse en la medida de nuestras posibilidades; confundido todo el basural, se llevan a la calle para el desesperado asalto de otros supervivientes que la expanden, cual explosión atómica en una callejuela o avenida.

Hay sectores de la vida social más disciplinados que otros, firmes combatientes de los malos olores, pero otros, habituados por el régimen socialista, resignadamente los soportan. Acotemos, por más pobres que seamos, esa disciplina se mantiene así se tengan las más elementales piezas de la artillería de limpieza: después de la escoba, así no tenga cloro, con la poca agua disponible, el coleto realiza el esfuerzo heroico de mantener, en todo lo posible, en condiciones de higiene el hogar.

Semanas atrás, lo constatamos, pues, llegamos al humilde hogar de una distante localidad mirandina: en contraste con la calle, puertas adentro, en la casa, todo estaba impecablemente limpio. Y la amable anfitriona, nos dijo: con el poquito de agua y de cloro que tratan de rendirlo, sirviendo cualquier trapo ante el costo de los paños absorbentes, no deja de coletear la casa a diario y, así, lo han aprendido los dos pequeños nietos que la ayudan, cuyos padres están fuera del país y realmente los mantienen con lo poco que les envían; no hay para antibacteriales ni una sofisticada mascarilla, pero improvisa los desinfectantes y el tapabocas. Luego, levantó orgullosa el haragán y sentenció que “el gobierno que ha pasado coleto con nosotros, pero estoy segurísima que nos lo vamos a coletear”.

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