Siempre voy a estar listo

A mí me caen bien los cubanos. Intensos, divertidos, relajados. Algo maravillosamente cautivante tienen en esa sonrisa que despliegan como carta de presentación.  Además, me encanta la música cubana. 

Cubanos tenemos en Venezuela desde años antes de la instalación de la «Revolución Bonita». Muchos hicieron de este país su segunda patria cuando en la suya sintieron que no era ya posible ser y estar. En el área de comunicación y publicidad llegaron a compartir sus muchos conocimientos. Dudo que alguien que haya trabajado en los medios y en agencias no tenga en su portafolio varios buenos amigos cubanos. 

Cuando esta etapa tan destructiva y horrorosa de nuestra vida pase, una de las cosas que tendremos que hacer es limpiar la mala reputación que en estos años se les ha construido a los cubanos. Es cierto que entre los regímenes de Cuba y Venezuela (repito, regímenes) se ha construido una historia muy lamentable que no ha hecho sino oprimir, vejar y esclavizar. Pero una cosa son los regímenes y otra muy distinta los pueblos, las gentes, los seres de carne, hueso y corazón. 

Yo jamás he estado en Cuba. Hace algunos años, a raíz de un artículo que escribí y publiqué, fui declarada persona no grata por la tiranía castrista. Así que tengo, hasta nuevo aviso, vedada la entrada a ese país. Igual dije, y lo sostengo, que no voy a ir mientras exista allá esa dictadura. 

Una de mis mejores amigas, además comadre, es hija de cubanos. Y con sus padres y con ella aprendí a conocer de Cuba  más de lo que ya había aprendido por los muchos compañeros de trabajo cubanos que tuve la suerte de acumular en tantos años en las lides de comunicaciones.  

Hace años murió Fidel. Y su hermano Raúl se hizo de la silla, la corona, el cetro y la capa. Ahora se retira (¿o lo retiran?). Se convierte oficialmente en momia. Accede al poder máximo Díaz-Canel, que llevaba años sentado en la «otra silla» y ahora pasa al trono. 

Las opiniones están divididas. Algunos dicen que «Miguelito» es más de lo mismo. Que no sabe ni quiere cantar otro son. Pero quizás, solo quizás (y esto es el deseo mío y sospecho que de millones) al hombre se le enciendan algunas luces y entienda que es su oportunidad de cambiar el juego, de escribir una nueva historia, de hacer de su país una nación de la que todo el planeta pueda hablar bien. 

No es cierto que no puede haber cambio. Siempre puede haberlo. Para que lo haya, empero, «Miguelito» necesita coraje, empeño y decisión. Tiene que zafarse de las cadenas del pasado, desvestirse de ropajes ya caducos y atreverse a construir un nuevo camino. Si lo hace, si se atreve, los cubanos de la isla y los del exilio lo aplaudirán, acompañarán y ayudarán. Porque los cubanos aman a Cuba. Y harán todo lo que sea necesario para que brille con fulgor.

Y yo, entonces, algún día, si eso ocurre, podré caminar por el malecón de La Habana con mi comadre. Y seremos muy felices campaneando al fin un «Cuba Libre» en una Cuba Libre y bailando sones y cantando boleros.

Al extraordinario actor cubano Andy García le escuché una vez: «siempre voy a estar listo para una buena Cuba». Y si él lo está, pues yo también.

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Guayoyo en Letras