De una solitaria taza de café

Nos declaramos agobiados por las conexiones digitales, sobre todo las del oficio. Lucen interminables, por interesantes que sean las conferencias o necesarias las reuniones de trabajo.

Extrañamos los encuentros presenciales, el intercambio inmediato, vivo y espontáneo alrededor de una taza de café, ahora, solitaria de atrevernos a la incursión en un local comercial, o un espacio público cualquiera. Además del verbal, existe un insustituible lenguaje corporal que nos explica, como si dijéramos de una psicológica transmisión en clave Morse de tan secreta eficacia que precisa las palabras, ahorrándolas.

Se dirá de un fenómeno universal, encaminándonos a la agorafobia. Sin embargo, el Covid19, agravándose, tiene particulares consecuencias en la Venezuela adicionalmente aquejada por una enorme brecha digital.

Solemos aceptar – resignados – los tropiezos, pesares y obstáculos que empeoran nuestras conexiones, lidiando con el íntimo impacto personal que ocasionan. La interrupción o el variado flujo eléctrico que amenaza con aniquilar el mismo equipo electrónico empleado, es fuente segura de angustias, al igual que una conversación innecesariamente prolongada por la pésima calidad técnica del servicio.

Los regímenes de clara vocación totalitaria, apuestan por el absoluto aislamiento de las personas que es algo muy diferente a la soledad, pues, ésta,  lo es, enriqueciéndonos, cuando la podemos compartir o comentar con otros, aunque parezca un contrasentido. Superar el extremo retraimiento individual que tanto afana al régimen socialista, procurando internalizar el estado de zozobra, sugiere compartir solitariamente una taza de café por cualquier medio posible, comentándola. 

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