Hay que dejarlos trabajar
Lo sé. Hemos pasado años brincando entre pozos de ilusión. Y cayendo en fangos de desilusión. Y no creemos ya ni en el Padre Nuestro, ni que lo rece el mismísimo José Gregorio. Estamos hasta los tequeteques de promesas y de frases ridículamente optimistas. Todos los buenos hemos sufrido dolores inimaginables. No hay palabras ya para describir lo que estamos pasando. Porque a las muchas calamidades que ya son parte de nuestro paisaje cotidiano, se suma la pandemia. Venezuela amanece cada día sin vacunas. El «mercado negro», de cero confiabilidad, hace de las suyas. Unos pocos viajan a otros países a vacunarse. El resto, pues no puede. La irresponsabilidad del régimen es ya indescriptible.
Así que usted, yo y millones de venezolanos buenos tenemos justo derecho a la queja.
No voy analizar la escena política. Creo que abundan enjundiosos textos en medios y redes que entran en el tema. Y ya escribir o leer sobre el asunto tiene sabor piche, a más de lo mismo. Voy más bien a pedirle a usted que me lee lo que me pido a mí misma. Capacidad para aguantar. Sí, porque estamos en el trecho más difícil y doloroso de esta horrenda película. Y no podemos rendirnos. Por una simple y sencilla razón: porque si nos rendimos, si ahora tiramos la toalla y colgamos la bata de cola, todos estos años de «cantejondo», de llanto, sufrimiento y sacrificios, no habrán servido para absolutamente nada.
Lo que viene es muy difícil. El juego es muy complicado. Pero tenemos seres sensatos que están dispuestos a jugar por nosotros. Hay que dejarlos trabajar. No por esa tontería del «beneficio de la duda», sino porque ya llegamos al borde del precipicio.
El país se convirtió en un lodazal. Y estamos en un carro que se quedó pegado en este pantano maloliente. Hay que bajarse y sacarlo. Pero no a los gritos de todos. Porque si todos gritamos a la vez no escucharemos nada, salvó los gritos. Hay que sacar el carro. Escuchemos bien y, luego, con todas nuestras fuerzas, empujemos todos.
Se lo digo claro y raspao. No sé trata ya de nosotros. Lo que está en juego son nuestros muchachos, su futuro. Está en juego el país, nuestro país.
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