Calles, avenidas y autopistas

Ha envejecido y disminuido dramáticamente el parque automotor de Venezuela, bajo el antifaz de la pandemia. Desde muy antes, por no citar el caso de los grandes centros urbanos,  las carreteras más distantes y sinuosas,  ya no exhiben aquellos numerosos vehículos diurnos y nocturnos de carga pesada que nos proveyeron de alimentos.

Variados son los motivos para un fenómeno impensable en el país con más de cien años de tradición petrolera, destacando la hiperinflación, la inseguridad personal y el atraso tecnológico.  El solo costo de la gasolina y de los repuestos, frena el empleo de los vehículos personales y, más de las veces, depreciados, debemos venderlos, o tratar de hacerlo, para cubrir las más disímiles urgencias domésticas.

Calles, avenidas y autopistas, antes repletas, están ahora demasiado despejadas y únicamente las alcabalas policiales o militares, le conceden tal lentitud que, por momentos, crean la ilusión de los antiguos embotellamientos.  Rumbo al deterioro, con una población desvehiculada, puede decirse, el régimen probablemente ideará alternativas diferentes al uso deportivo y recreativo del pavimento, sin que descartemos su conversión en grandes y vistosos jardines hidropónicos.

De los amplios espacios disponibles, los habrá proyectando curiosas zonas residenciales de imposible realización en las vías aéreas. El desmontaje de las autopistas, impone severos costos de demolición, en el proceso de desurbanización en marcha.

Símbolos de la modernidad perdida, el régimen procura evitar la otra significación que cobraron nuestras calles, avenidas y autopistas, pues, asombraron al mundo, como los escenarios que resultaron insuficientes para la decidida, masiva y espontánea protesta de la ciudadanía. Bajo el socialismo, sobran esos espacios, porque el libre tránsito desaparece como derecho.

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