La profundidad de un instante

Disculpándonos por la alusión personal, hemos combatido el inevitable insomnio de los días que transcurren en Venezuela a través de una serie de cortos videos sobre el béisbol mayor. Los grandes fildeos, los errores garrafales, los batazos de antología, o la solemne celebración del récord que detiene el juego,  desfilan por el teléfono celular en las altas horas de la noche, reemplazando el conteo de las ovejas que ya piden contrato colectivo.

Quizá, por ello, nos impresionó mucho la escena del pelotazo  recibido por Kevin Pillar, jardinero de los Mets de Nueva York, en el cajón de bateo, días atrás (https://www.youtube.com/watch?v=BjjZFj5dhLk).  Fueron 95 las millas por hora que estallaron sobre la humanidad de Pillar, estremeciéndolo de dolor, en un lanzamiento que probablemente ocupará más al neurólogo que al traumatólogo del hospital que lo recibió, dirimiendo a largo plazo ese instante personalmente tan decisivo del juego. Sin embargo, nos llamó aún más la atención la inmediata actitud de Jacob Webb de los Braves de Atlanta, autor de la recta descontrolada,  para algo más que una crónica deportiva.

Luego del involuntario lanzamiento, Webb se agachó, dio la espalda al home plate ensangrentado, e, imaginamos, recorrió toda su vida con la densidad de un momento inesperado que será también decisivo para el futuro desempeño profesional. Y es que, en este u otro ámbito, a cualquiera le puede ocurrir algo parecido, encontrándose o no en un montículo, con el éxito o el fracaso a cuestas, asaltado por todos los sentimientos de culpa, extraviada la confianza en sí mismo.

Tratándose de una actividad deportiva tan organizada, legítima y especializada, como es la del béisbol rentado, precisamente esa confianza será materia a tratar por los psicólogos seguramente contratados por ambos equipos, procurando que el bateador y el pitcher vuelvan a la faena con la mayor normalidad que se les sea posible. No es poca cosa: el uno, polifracturado; y, el otro, polifracturador que no tardó en irse al dogout para escuchar, apesadumbrado, al que suponemos el manager, mientras seguía el juego.

Exageración alguna es traer a colación a Gabriel Marcel y su “El misterio del ser” (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964): “… Podemos afirmar que ser en situación y ser en marcha constituyen los modos inseparables, los dos aspectos complementarios en nuestra conducta” (116),  llegando a la profundidad por un instante jamás sospechado que nos encamina al sentido de la vida (142 ss.).  Un suceso deportivo, aparentemente efímero, nos impone del asunto con un par de observaciones pertinentes: por lo menos, en los medios estadounidenses que cubren la disciplina, tamaño pelotazo será motivo de reflexión, al difundir un hecho que alguna inquietud suscitará entre las personas ajenas al espectáculo mismo; en contraste con los medios venezolanos, escasos y censurados, además, ausentes de nuestros televisores aquellas faenas deportivas que tanto entusiasmo despertaron. 

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