El odio más implacable
Traición, revolución, dinastía, incesto, asesinato, locura, un pacto con el diablo, una protagonista cruel, delirante y desquiciada: el guión del drama que vive Nicaragua lo tiene todo. El desafío sería cómo integrar tantos género ─surrealismo, sátira, farsa y tragedia─ en una sola obra.
Acepto el desafío. Viví en Nicaragua y conozco bien a algunos de los personajes reales. El título que sugeriría sería ‘Tabú’. Aquí va un esbozo.
La historia recorrería más de medio siglo hasta el presente y comenzaría en la época del dictador Anastasio Somoza. Arrancaríamos en 1966 con la seducción de nuestra protagonista, una chica de 15 años, por un hombre más mayor. Ella pertenece a la clase media nicaragüense y se llama Rosario Murillo.
Acto seguido, 1967: Murillo da luz a una hija, a la que le pone el nombre Zoilamérica. Tiene otro hijo con el mismo hombre.
1972: devastador terremoto en Managua, la capital nicaragüense. Muere bajo los escombros el más pequeño de los niños. Murillo, traumatizada.
1973: redacción de un diario. Murillo trabaja como secretaria de Pedro Joaquín Chamorro, director del diario opositor la Prensa, y firma artículos contra el régimen somocista. En una celda somocista un dirigente sandinista llamado Daniel Ortega la lee, con fruición.
1977: valijas, autocar. Ortega liberado, se exilia en Costa Rica; Murillo también huye al vecino país. Se enamoran. Ortega formalmente adopta a Zoilamérica.
1978: el cadáver sangriento de un hombre dentro de un auto: el régimen asesina a Pedro Joaquín Chamorro.
1979: insurrección (banderas, armas, multitudes) y sandinismo al poder. Ortega triunfante: tuvo mínima participación en la contienda militar pero es un astuto político y se convierte en el máximo líder de la revolución. Murillo no deja su lado; tienen siete hijos juntos.
1980: jóvenes europeos desembarcan en el aeropuerto de Managua y se dirigen a las montañas a participar una campaña nacional de alfabetización. El sandinismo encandila a la izquierda internacional.
1981: imagen televisiva del presidente Ronald Reagan. El gobierno estadounidense declara la guerra a Nicaragua. Financia la contrarrevolución.
1990: multitudes votando; imagen de señora burguesa de pelo gris, sonriente. La nueva presidenta, amiga de los Estados Unidos, es Violeta Chamorro, viuda del periodista asesinado. Murillo y Ortega, desconsolados, se abrazan a solas pero se comprometen a seguir en la lucha.
1998: imagen de mujer joven de tez morena hablando a la prensa. Zoilamérica, la hija de Murillo, acusa a su padrastro de abuso sexual cuando ella tenía once años, de violación repetida a partir de los 15. Los Ortega-Murillo viven su propio terremoto. Ella, sola en su habitación, fumando un cigarrillo tras otro. Tiene el destino de su marido en sus manos. ¿A quién defender? ¿A su Daniel o a su primogénita? Opta por un pacto con el diablo. Antepone la ambición del poder al amor materno. Vende su alma. Murillo denuncia a su hija. Dice que miente, que está loca. El proceso judicial contra Ortega se cae. Zoilamérica abandona Nicaragua. Ortega, llorando, se arrodilla ante su mujer y le besa los pies. Ella sonríe. Sabe que por el resto de sus días su marido será su rehén.
2000: Murillo detrás de Ortega sentado en su despacho. Se convierte en asesora, estratega, Svengali de su marido, cuya imagen pública transforma. Él es su muñeco.
2007: imagen del interior de una iglesia, Ortega y Murillo de rodillas, un obispo celebra misa; hay elecciones, Ortega se presenta como un ferviente defensor de la iglesia católica, de la propiedad privada, de la prensa y de la paz y recupera la presidencia. La única de las promesas que acaba cumpliendo es la religiosa.
2011: Murillo rezando en un mitin político. No deja de invocar a Dios y la Vírgen, presentándose como una santa iluminada, una Bernardita de Lourdes, promesas de milagros incluidas. Elecciones y Ortega vuelve a ganar.
2017: entre gritos de fraude, Ortega y Murillo celebran su tercera victoria electoral consecutiva. Ortega la proclama vicepresidenta de la nación. Ella deja de ser el poder en la sombra. Imagen de él enfermo en la cama, decrépito y viejo; ella, despachando órdenes a gritos en la casa presidencial.
2018: pancartas en la universidad, estudiantes se lanzan a la calle a protestar. Murillo y su marido portavoz declaran que es un intento de golpe de estado del “imperialismo yanqui”. Barricadas, disparos, jóvenes caídos. Las fuerzas de seguridad matan a 328 personas.
3 de junio 2021: la policía allana la casa de una mujer furibunda. La detención de Cristiana Chamorro, hija de Violeta y Pedro Joaquín y la principal candidata opositora en elecciones presidenciales que se celebran en noviembre de este año. Reunión en la casa de un opositor del régimen: corre el rumor de que Ortega ha muerto; tanta impulsividad no cuadra, asienten, con el pragmatismo negociador que antes lo había caracterizado. Todo tiene su origen, opinan, en la paranoia, la venganza y el odio que encarna “la Rosario”. La policía detiene a catorce persona más, antiguos guerrilleros sandinistas incluidos.
23 junio 2021: Ortega, apenas visto hace meses, aparece en público. La titiritera pone las palabras en su boca. Ya ni se disimula el principio de la presunción de inocencia. “Aquí se está juzgando a criminales…”, declara. Murillo dirige una mueca cómplice a un alto oficial de la policía. Convertido en una caricatura de la figura romántica que una vez fue, Ortega interpreta el papel secundario en una sórdida opereta.
Última escena: extracto de una entrevista real que Zoilamérica concedió a la BBC en 2019 desde su casa en Costa Rica. ¿Teme a Ortega? “No. Pero a mi madre sí le tengo miedo. Una persona con semejante obsesión por el poder es capaz de cualquier cosa”.
Y así acabaría mi esqueleto de guión. Solo agregaría una idea que el director podría tener en mente. Este proyecto de película trata la ambición del poder, sí. Pero en el fondo hay algo más oscuro. Es una exploración del odio, del más implacable, el que respira Rosario Murillo: el odio contra uno mismo.
Fuente: Clarin
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