Latifundio de la violencia

Ciertamente, las favelas también han sido militarizadas en ocasiones para combatir a la delincuencia urbana que las tiene por cuarteles esenciales en Brasil. Sin embargo, en el caso de Venezuela, el problema adquiere distintas y graves connotaciones bajo el Estado Criminal.

Es desde las barriadas populares donde se expande el fenómeno de una delincuencia extraordinariamente armada que, faltando poco, ha suscrito acuerdos o pactos de pacíficación con el régimen que le reconoce el señorío ejercido en cada comarca citadina. Situación inédita en el continente, es de una difícil coexistencia porque, entendidas, sin lugar a dudas, el acuerdo, pacto o, mejor, negocio, implica un constante ajuste o reajuste de los términos.

El oeste caraqueño se ha convertido en un referente de ese proceso de ajuste o de reajuste, a veces, olvidando que otros señores de la gleba criminal cubren los restantes puntos cardinales. La situación genera conflictos indecibles y, luego de la demostración de violencia ejercida más allá de las fronteras de “paz”, atacando puestos policiales o militares con armas largas, queda una amenaza tenebrosa, una advertencia espantosa, una declaración de guerra inaudita: el ataque a los propios e inocentes habitantes o residentes de las adyacencias del barrio.

La cultura de la muerte en sus más indecibles extremos, dice autorizar e ajusticiamiento de cualquier transeúnte o residente preferiblemente de la urbanización aledaña, si alguna demanda delincuencial no es satisfecha. Con la venia del Estado que cede a la extorsión para re-entenderse una y otra vez, ofrece las escenas de una curiosa guerra civil.

Guerra que no es propiamente tal, según la nomenclatura tradicional, pues, no enfrenta a buena parte de la población con otra buena parte, ambas armadas, aspirando una de ellas a preservar o, la otra, a capturar el poder. En la perspectiva del Estado Criminal, son conflictos difusos del elenco que lo conduce, competido por socios que hasta ahora no desean la conducción, sino ampliar el peculiar mercado que los convoca, trastocada la violencia en numerosos latifundios de rivalidades que desean increíblemente reglamentar.

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