Oda a la vacuna

En 1580 se detectó el primer brote de contagio y epidemia de viruela en la provincia de Venezuela. Sucedió en Caraballeda, cerca del puerto de La Guaira, cuando desembarcaron allí unos negros variolosos de un navío portugués dedicado al tráfico de esclavos venido desde Guinea, en las costas occidentales de África.

Las crónicas de la época relatan que cuando por fin se advirtió el daño ya era demasiado tarde y no hubo remedio para cuando descubrieron la maldición, ya que siendo una enfermedad que nunca se había padecido en estas partes, cundió con tal violencia, que al encenderse el contagio entre los indios causó tal estrago que prácticamente despobló el territorio. Consumió a tribus enteras, sin que de ellas quedase otra cosa que su nombre para la memoria. Según el mismo José de Oviedo y Baños, uno de los primeros historiadores de esta región, aquello fue un verdadero desastre. 

-Fatalidad de las mayores que ha padecido esta gobernación desde su descubrimiento, pues convertida toda en lástima, y horrores, hasta por los caminos y orillas de las quebradas se encontraban los cuerpos muertos a decenas, sin que por todas partes se ofrecieran a la vista otra cosa que objetos para la compasión y motivos para el sentimiento.- 

Durante tres siglos sufrió la provincia el castigo de la viruela. Los síntomas se manifestaban en forma de fiebre, fatiga intensa, dolor de cabeza, malestar general, y vómitos. Luego se cubría la piel del individuo con manchas rojas aparecidas en la cara, brazos, tronco y piernas, convirtiéndose en ampollas hinchadas de un líquido transparente que luego se trasformaba en pus, mezclado con sangre al brotar por los poros. Muchos fallecían, y los pocos sortarios que lograban escaparse de las garras heladas de la muerte, quedaban marcados de por vida por cicatrices, quedando desfigurados de por vida. Su sola mención era capaz de vaciar un pueblo entero y poner de rodillas al clérigo para orar solicitando al cielo por un milagro. La cosa era peor que la lepra en tiempos bíblicos. 

En 1804 se produjo un hecho digno de recordar, que no fue el bendito milagro por el cual rezaban los sacerdotes, pero cualquiera podría decir que casi constituyó un acto divino, pues vino por mano del rey. Ese año llegaron a Caracas un par de médicos españoles, Francisco Javier Balmis y José Salvany, quienes zarparon de La Coruña con un objetivo filantrópico en mente: propagar en América y Filipinas la vacuna contra la viruela, descubierta por el inglés Edward Jenner en 1796. 

A bordo de la corbeta “María Pita” se aventuraron a cruzar el Atlántico llevando consigo un grupo conformado por dos cirujanos, cinco médicos, tres enfermeros, y veintidós huérfanos que fueron inoculando sucesivamente a lo largo del viaje para mantener vivo el virus. Así llegó la primera vacuna a la entonces Capitanía General de Venezuela. 

La expedición dio inicio a su misión humanitaria en Caracas el 30 de marzo, procediendo a dar los pasos para establecer una “Junta Central de Vacunación”, órgano encargado de llevar un registro de vacunaciones y mantener el suero necesario para propinar futuras inmunizaciones. Tan solo un mes después, el 28 de abril, quedaba oficialmente instalada esa junta bajo la presidencia del Gobernador y Capitán General, don Manuel de Guevara Vasconcelos.

Inmediatamente pusieron manos a la obra, comenzando el proceso de inmunización de la vacuna antivariólica. Para ello tuvieron que predicar sobre los beneficios de los avances científicos. Con un simple pinchazo se podía reducir significativamente los riesgos de vivir otra epidemia, eso de las cuarentenas, o sufrir tan terrible padecimiento. Esta moderna manera de suministrar remedio antes de hallarse enfermo causó cierto recelo en la población, de forma que las familias de noble apellido pasaron primero por la aguja antes que el resto de los habitantes se dejase inocular.     

Se trata del comienzo de una nueva era. Significó un avance indiscutible contra un agente infeccioso que durante siglos aniquiló mediante diversos brotes a la población, sobre todo la infantil. Este fue, probablemente, el primer programa oficial de vacunación masiva realizado en el mundo, y se llevó a cabo por orden de Su Majestad, Carlos IV, como programa de gobierno para traspasar los nuevos avances sanitarios a las colonias de España.

Imagine usted, tal fue la emoción e impresión que causó en Caracas el plan implementado por el monarca, que un joven diestro en las letras de nombre Andrés Bello, mostrando su faceta poética, compuso una lírica en acción de gracias y alabanza al rey, oda que dedicó al Capitán General Guevara Vasconcelos y puso por título: “A la vacuna”. 

La expedición abandonó Caracas, pasó por Puerto Cabello y Maracaibo, para perdurar más de un lustro visitando los virreinatos de América. El cuerpo de galenos y su tropa de huérfanos, se dividió en el istmo de Panamá, Balmis partió en dirección Norte y Salvany hacia el Sur. Viajando a pie, a caballo, o en canoa, durante siete años, atravesaron selvas impenetrables, navegaron ríos y mares, treparon montañas, contactando con poblaciones aisladas, vacunando gente y dejando cierta organización para mantener el proceso andando.

Balmis llegó hasta México, atravesó el Pacifico, pasó por Filipinas, Macao y Cantón. Regresó a España dándole la vuelta al mundo. Salvany hizo la tarea en Panamá, Cartagena de Indias, Santa Fe de Bogotá, Cali, Popayán, Pasto, Quito, Guayaquil, Cuenca, Loja, y Chiclayo, por la costa del pacífico alcanzó Lima, donde vacunó un total de 22.726 personas. Empeñado en seguir la ruta del Alto Perú, y pasar por La Paz, en su camino al Virreinato del Río de la Plata, determinado a finalizar la misión en Buenos Aires, pereció en Cochabamba el 21 de julio de 1810 a los 34 años de edad, maltratado por una mezcla de tuberculosis, malaria y vómitos de sangre.

Se calcula que la expedición de Balmis y Salvany llegó a inyectar a más de un millón de personas. El propio Edward Jenner, inventor del método de inmunización contra la viruela, al enterarse de semejante aventura, dijo: 
-No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste.-

Jimeno Hernández
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