Editorial #668 – Autocracias del siglo XXI
La región enfrentó problemas críticos en los últimos 30 años, como la pobreza, la poca capacidad de generar empleo y la gran brecha de desigualdad que se profundizó por la escaza y deficiente educación. También se quedó muy atrás en términos de desarrollo y productividad si la comparamos con algunos otros continentes. Sin embargo, entre todo lo malo, en un aspecto parecía que habíamos logrado superar nuestras peores épocas: la democracia.
Luego de décadas de brutales dictaduras militares y todo tipo de violación a las libertades y a los derechos más básicos, todo indicaba que, por lo menos en ese aspecto, América Latina había entrado al siglo XXI de forma apropiada. Con una excepción: Cuba.
Es por eso por lo que pocos se imaginaron que ese detalle iba a poner en riesgo, tantos años después, la estabilidad de la región. Se pensó que la isla iba a padecer en soledad su propia desgracia, sin afectar a nadie más. No imaginaron -a pesar de todas las señales que envió a lo largo de los años Fidel Castro- que ese iba a ser el epicentro de una tragedia que hoy amenaza a todo el continente.
El resto de la historia la conocemos. Vinieron Venezuela y Nicaragua, donde ya ni siquiera hacen el menor esfuerzo por ocultar su talante autoritario y su violación a los derechos humanos. Conscientes, seguramente, de que lo único que recibirán de la comunidad internacional son “condenas firmes” y “repudios”.
Por lo menos, en los últimos años, existió una resistencia a la pretensión populista y autocrática de estos países, asumida por la mayoría de la región. Sin embargo, lo más preocupante hoy es el camino de complicidad -tampoco disimulada- que algunas otras naciones han empezado a recorrer, entre ellas México, Argentina, Bolivia y, ahora, Perú.
A muchos les cuesta entender que puede existir una dictadura que no haya llegado al palacio de gobierno con tanques y balas. Por eso, incluso a la generación que ha padecido dictaduras tradicionales en el pasado, le tomó tiempo darse cuenta que vivimos en un tiempo diferente. Las neodictaduras -Venezuela y Nicaragua, por ejemplo- llegaron con votos, en las urnas, y apoyadas por la mayoría de la gente.
Es desde el poder que consolidan su proyecto totalitario, desmontando las instituciones, coartando las libertades, comprando o persiguiendo a quienes piensan distinto y destruyendo la democracia por dentro.
Hoy todo es ya demasiado evidente como para no darse cuenta. Debemos comprender que, a esta altura, quienes no lo ven, no lo hacen por ingenuidad, sino por afinidad.
Quienes tenemos un firme compromiso con la libertad y la democracia, tenemos la difícil tarea de pasar del diagnóstico correcto a la fórmula que nos permita enfrentar de forma efectiva a las autocracias del siglo XXI.
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