A la búsqueda de la clase media enojada

El país del encierro sanitario se está convirtiendo en el país de la apertura. No cambió el Gobierno. El Presidente es el mismo. Pero las elecciones le muerden los talones. Según la mayoría de las encuestas, el Gobierno está tan mal ante la opinión pública como lo estuvo Mauricio Macri en su último año, cuando debió ajustar los gastos del Estado hasta lograr el déficit cero. Sin embargo, Alberto Fernández está ya en modo electoral. A la clase media baja y la baja les ofrece las compras en cuotas con el Ahora 12 (o el Ahora 30 para algunos productos). A la clase media la beneficia también con esos planes de compras y, además, intenta seducirla con un acercamiento al gobierno de los Estados Unidos, lejos de sus aliados de los últimos tiempos: Nicaragua, Venezuela y Cuba.

Cristina Kirchner se ocultó detrás de las cortinas. No está en el escenario. Ella misma sabe que su figura es irritativa para grandes sectores de la clase media. La apertura sanitaria se contradice con los pronósticos públicos del ministro de Salud de la Capital, el preciso Fernán Quirós, quien anticipó que la fulminante variante delta del coronavirus estará en el país dentro de una o dos semanas. Sus colegas de la autoridad sanitaria nacional no discrepan con él. Están de acuerdo. Pero la gente está cansada de las restricciones y el encierro. El cliente siempre tiene razón. Habrá, entonces, menos restricciones. Falta poco más de un mes para las primeras elecciones. Irán viendo (¿hay o hubo algún otro plan?) cuando lleguen los contagios de la variante delta.

El objetivo fundamental del Gobierno es la seducción de una parte de la clase media. Néstor Kirchner solía decir que el peronismo necesita de una porción de ese sector social para ganar las elecciones. Él aspiraba a conquistarla definitivamente; su esposa prefiere ser la lideresa de una facción ideológica. Un alumno de Kirchner, Alberto Fernández, sigue las enseñanzas del maestro. El enfrentamiento con Estados Unidos y la alianza con las tiranías latinoamericanas espantan a los sectores medios. Ahora bien, una cosa es querer llevarse bien con Washington y otra cosa es llevarse bien. La prioridad de Biden es frenar el desembarco de China en América Latina. Esa es una obsesión de Estado en Washington. Trump promovía la misma política. Según una noticia publicada por medios brasileños, el influyente consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Jake Sullivan, le ofreció a Jair Bolsonaro incorporar a Brasil como “socio global” de la OTAN a cambio de que vete el ingreso de la tecnología 5G de China. Sullivan habló del mismo tema con Alberto Fernández en un almuerzo en Olivos el viernes, aunque no se sabe qué ofreció aquí a cambio, si es que ofreció algo.

Sullivan, dicen en Washington, no es un funcionario al que le gusta escuchar sermones y menos aún promesas vacías. “No le gusta escuchar sarasa”, lo tradujo un diplomático argentino. Hace poco, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, le pidió al canciller Felipe Solá el voto de la Argentina en la OEA para reclamar por los presos políticos de la tiránica diarquía que gobierna Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. La Argentina no lo escuchó: votó en contra de la resolución de la OEA. En un encuentro posterior con Blinken, Solá le explicó que su gobierno respeta el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países. Solá y su gobierno atrasan. Las cuestiones de derechos humanos no son desde hace mucho tiempo asuntos internos de los países. Sin la participación de la OEA (y del gobierno norteamericano de Jimmy Carter), la desaparición de personas en la Argentina hubiera sido una tragedia mucho más larga durante el último régimen militar.

El gobierno de Biden tiene una política exterior dura cuando promueve la vigencia de los derechos humanos, de las libertades públicas y privadas y del sistema democrático. Sullivan se lo explicó sin eufemismos al presidente argentino. En un drástico cambio de la política de Trump, Biden denunció públicamente a Vladimir Putin por perseguir a sus opositores y por promover el cibercrimen (como llaman en Washington a los ciberataques rusos). Venezuela, Nicaragua y Cuba son tiranías que deben condenarse. “Venezuela y Cuba son dos Estados fallidos con crisis humanitarias y democráticas sin solución a la vista. Nicaragua es otra cosa: es un Estado que se convirtió en una tiranía”, explican en Washington. ¿Qué hará Alberto Fernández si quiere seducir a la clase media? ¿Qué hará para que no lo vea confrontando con el gobierno de Biden? ¿Cambiará su posición sobre los estragos políticos en esos tres países latinoamericanos?

Por ahora, se limitó a enviarle una formal carta de agradecimiento a Biden por la mayor ayuda que la Argentina recibió para enfrentar la pandemia. Fue una donación de la Casa Blanca de 3,5 millones de dosis de la vacuna Moderna. No hubo una frase cordial y trillada, como la que el Presidente le regaló personalmente a Putin (“los amigos se ven en las malas”, lo halagó mientras el líder ruso cobraba cada vacuna que enviaba), y mucho menos una alusión pública de la poderosa vicepresidenta, como la que ella les dedicó tiernamente a China y Rusia por la provisión de vacunas. Los disimulos exponen más que lo que tapan.

La corrupción impune es otro tema que escandaliza a la clase media. No hay cambios sobre eso, salvo el de ordenarle al impolítico ministro de Justicia, Martín Soria, que también se escabullera detrás del escenario. Arrogancia y bravuconadas son actitudes que los sectores medios aborrecen. Soria comete las dos cosas. Desde que murió el juez Claudio Bonadio, hace un año y medio, no hubo ningún otro juez con su decisión y dedicación para investigar hechos de corrupción. La causa de los cuadernos, la más explícita, probada y testimoniada sobre la corrupción en la anterior era kirchnerista, aguarda desde noviembre de 2019 que el tribunal oral fije la fecha del comienzo del juicio. Es una de las últimas cosas que hizo Bonadio: concluir la investigación y enviar la causa a juicio oral y público. Tampoco se sabe nada de los juicios orales para las causas de Hotesur y Los Sauces, que interpelan directamente a la familia Kirchner por lavado de dinero. La última información es que podría (el condicional es de los tribunales) comenzar a fines de este año, después de las elecciones de noviembre, poco antes de la feria judicial del verano. Los jueces dilatan. Hacer justicia es una tarea para después.

¿Por qué los jueces retroceden o se paralizan? Las explicaciones son muchas. El miedo es una de ellas. ¿Miedo a qué, si ellos tienen la estabilidad asegurada por la Constitución si son honestos? Miedo a perder el puesto, dicen algunos magistrados; miedo a no influir para colocar un familiar en la plantilla de la Justicia; miedo a no ascender; miedo al escrache mediático y político en personas que no están acostumbradas a la pelea pública. El ejemplo del fiscal Carlos Stornelli los asusta. Stornelli fue el fiscal de la causa de los cuadernos. Una vasta operación judicial y mediática lo puso contra las cuerdas en una causa armada a todas luces. Los tribunales orales fueron llenados, además, de militantes de Justicia Legítima.

En días recientes, el Presidente aseguró públicamente que los jueces deberían estar solo un tiempo en sus cargos. Metió más miedo. El jefe del Estado se olvidó del precepto constitucional que protege la estabilidad de los jueces. El viejo profesor de Derecho suele olvidarse con demasiada frecuencia de muchos párrafos de la Constitución. ¿Se olvida o hace que se olvida? Conoce el miedo que provoca. La Asociación de Magistrados no pudo emitir una dura declaración contra esa manifestación del Presidente. Las distintas líneas internas de la agrupación solo permitieron un documento liviano, insignificante. El miedo es el sentimiento que más detesta la enojada clase media.

Fuente: La Nación

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