Dislocación

Un extraordinario relámpago noticioso recordó al mundo de su existencia. Los talibanes tomaron el poder en Afganistán, e inmediata y viralmente circularon las escenas más siniestras de ajusticiamiento de las mujeres que incumplen el canon.

Nos zarandea el horror en un siglo que fue sólo promesa de libertades que, aún se cree, llegan solas.  Y además, tan distantes el lejano y el medio oriente, juramos que nunca nos darán alcance sus tragedias.

Las conquistas de la mujer occidental, ofrecen el inicial contraste. Sin embargo, muy poco o nada dicen para los fundamentalistas religiosos, o integristas, como se les llamaba antes.

Lo peor es que, en este lado del mundo, el contubernio antioccidental cuenta con el soporte e impulso decidido de un socialismo que, por una parte, no repara en sus fracasos históricos, regresando a sus medioevales posturas, las que se presumieron superadas después de la caída del muro de Berlín. Y, por la otra, apuestan al avance de lo que, en definitiva, es una guerra santa del Islam que parece desbordar las previsiones de Samuel Huntington en torno al choque de las civilizaciones.

En el casco histórico de Caracas, hubo movilización de sendos  grupos musulmanes que, desde una gran carpa, publicitaron una versión más amable de sus creencias. Y el socialismo el siglo XXI, por siempre oportunista, los concibe como formidables aliados para la dislocación de la sociedad venezolana, a fin de prolongarse hasta el infinito.

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