La Venezuela fuera de Venezuela
Diversas experiencias internacionales en materia de migración, en distintos episodios históricos, dan cuenta de ciertas coincidencias que vale la pena resaltar. Los países sometidos a intensas crisis tienden a ver como sus pobladores emprenden la migración a otras naciones buscando las oportunidades que su propio país les restringe. Europa, durante las dos guerras mundiales, mostró una experiencia notable, a pesar de la acelerada reconstrucción tras la conflagración bélica, aunque muchos europeos regresaron a sus países de origen, otros tantos nunca volvieron y se establecieron en sus segundas patrias.
El migrante atraviesa por una dura fase de adaptación en la cual, eventualmente, debe elegir entre la total asimilación de la forma de vida en el país receptor o mantener cierto lazo, nostálgico con una tierra a cuyo regreso solo pueden verse incógnitas. Ciertamente, hay venezolanos cuya experiencia migratoria fue traumática y han regresado al país. La xenofobia y, más propiamente, la aporofobia, han revictimizado a muchos connacionales de forma cruel y dolorosa. Sin embargo, el grueso de los seis millones de venezolanos que han migrado, han encontrado, en medio de sacrificios indecibles, cierto grado de asimilación a sus naciones de acogida, establecido comunidades permanentes, desarrollado emprendimientos, continuando sus carreras profesionales e, incluso, suministrando remesas a sus familiares dentro del país. Estos venezolanos, producto de nuestra severa crisis institucional, ni siquiera cuentan con un servicio consular esencial como para contar, por ejemplo, con acceso a la renovación oportuna de pasaportes. Esto último equivale, de facto, a perder la ciudadanía al ser migrante.
Conforme a la Constitución, los venezolanos no perdemos la ciudadanía al migrar, de hecho, los venezolanos en el exterior tienen derecho a ejercer el voto en las elecciones presidenciales. ¿Cómo se vota en el exterior y al mismo tiempo no se puede gozar del derecho a la identidad? Misterios de la Revolución.
En cualquier caso, es obvio que la nueva realidad de una Venezuela fuera de Venezuela, exige varios cambios de actitud. La primera es asumir, con lo doloroso del caso, que Maiquetía no se convertirá, incluso en el mejor de los escenarios, en un lugar de abrazos de bienvenida al final de nuestra crisis, muchos regresarán pero la mayoría nunca volverá. Debemos pasar, desde la perspectiva de los hacedores de políticas públicas, de ver una diáspora a ver Colonias de venezolanos en el resto del mundo.
El venezolano migrante actual, el que lleva a lo sumo 10 años fuera del país, en plena edad productiva, es un migrante de primera generación. Come arepas, hace hallacas en navidad, envía remesas a sus familia directa en el país, ve los noticieros nacionales, escucha nuestra música, se sabe el himno nacional, anhela nuestras playas, si puede hacer turismo lo hace en Venezuela… pero eso cambiará con la llegada del Venezolano migrante de segunda y tercera generación. Ese venezolano, que tiene derecho a votar, a tener cédula de identidad, puede que hable alemán, inglés, francés o portugués como primera lengua, puede que en ciertos casos no conozca dónde está o cómo se llama la ciudad donde nacieron sus padres y sus referencias gastronómicas sean el ceviche peruano, los tacos mexicanos o el mate del cono sur.
El Estado venezolano, no solo por cumplir sus obvias responsabilidades sino también con el criterio de aprovechar las oportunidades que trajo la pavorosa crisis actual, debe asumir algunas tareas que presuponen una comprensión profunda de estas realidades, entre ellas:
- Impulsar la creación de Cámaras empresariales binacionales: En Venezuela tenemos un ejemplo, desde hace muchos años, existe CAVENIT, la Cámara Venezolana Italiana, cuya sede funciona como centro cívico para la numerosa colonia italiana en Venezuela y centro de promoción del intercambio comercial entre empresarios italianos en Venezuela y empresas en Italia, además de una relación estrecha con su consulado y las instituciones de su gobierno.
- Reformar nuestras instituciones políticas para dotar de representatividad a los venezolanos en el exterior: No solo se trata de facilitar el voto en elecciones presidenciales para los venezolanos fuera del país, que es un derecho ya establecido, es que además deben constituirse circuitos electorales para que puedan elegirse diputados a la Asamblea Nacional en representación de los venezolanos en Europa, en Suramérica, en Norteamérica, en Asia y en Oceanía. Estos diputados, serán postulados por los partidos políticos venezolanos organizados en el exterior, tendrían una agenda legitimada por los votos de los connacionales y se sentarán en su respectivo curul en el Palacio Federal cuando tal cosa sea posible o ejercer su voto correspondiente vía telemática.
- Promover la continuidad de estudios en las Universidades Nacionales vía telemática para los venezolanos en el exterior y, a la vez, establecer convenios de homologación de títulos con las naciones receptoras.
Es claro que nuestras propuestas contemplan obvias reformas legales, cambios administrativos e incluso una rigurosa formación para los funcionarios públicos en puestos clave donde serán atendidas las solicitudes de venezolanos de la Venezuela sin fronteras (necesitaremos burócratas que puedan atender vía telemática las solicitudes y, además, en diversos idiomas).
La política exterior debe dejar de ser orientada a las relaciones entre Estados exclusivamente, ahora, de forma creciente, deberá privilegiar las relaciones del Estado Venezolano con las colonias venezolanas, atendiendo sus particularidades, a sus representantes, a los gremios a constituir, a sus problemáticas colectivas. Se debe pensar en hacer perdurable la relación de los migrantes de segunda y tercera generación con el Estado de sus padres, una relación que además de sentimental, deberá ser satisfactoria para las partes en el plano político, social y económico.
La identidad del venezolano se está transformando, esta nueva identidad no atiende a la localización, no atiende a sentimientos, atenderá a un sentido de colaboración política, económica y social de un pueblo sin fronteras. No tiene que ver ni con el himno, ni con las arepas, ni con la bandera, tendrá que ver con derechos humanos exigibles, respaldo mutuos, sentido de comunidad global entre personas que comparten un lazo histórico común. Si damos ese paso, veremos nacer una venezolanidad que traspasa fronteras creciendo y prosperando, sino lo damos, nuestro país encerrado en sus cuatro paredes se condenará al aislamiento y a llorar sus irrecuperable herida de 6 millones de errantes.
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