El hombre gato, y el maullido bolivariano argentino
El sanguinario y tenebroso hombre gato, asesino de su madre y de su tía, maullaba pero no hablaba. Maullaba como un diablo sin detener nunca su maullido chillón y lastimero, enfundado en su casaca roja naranja, unas bermudas eternas y su barba destartalada.
Gatuno y con las zarpas imaginarias listas era amenazante y ajeno durante el juicio y se exhibía al margen de toda comprensión de sus actos letales.
Pero llegó el momento del veredicto y Gilad Gil Pereg, así se llama, dejó de maullar. Habló: “Me están intentado culpar a la fuerza. Quieren decir que yo hice cosas que yo no hice…”.
“Milagro”, replicó el fiscal. Dejó de maullar.
El felino habla.
No era un gato. Simulaba serlo y creer su patraña.
Lo condenaron a cadena perpetua.
El asesino está loco, sí, pero no tanto como para no comprender la criminalidad de sus actos.
Pero este no es un análisis sobre el caso policial sino una mirada sobre el artilugio lingüístico en cuestión: se trata de negar y de camuflar los hechos locutando una teatralización que no borra al fin los hechos.
Hay algo pseudo gatuno, no asesino por cierto, en el discurso político dominante.
La comparación aquí sólo puede remitirse estrictamente al procedimiento discursivo de Pereg y a ciertas alquimias de la palabrería oficial. El resto por supuesto es incomparable.
Se ha afirmado por ejemplo que el dólar blue no existe. Y que el único real es el dólar oficial.
Es un maullido alevoso y deliberado. Todos saben que el blue es el verdadero y que el oficial es ficticio. Y el blue vuela.
¿Por qué mienten?
Siempre es triste la mentira, lo que no tiene es remedio.
Es imprescindible la prudencia en estas cumbre borrascosas pre electorales.
La realidad está derrotando y por knock out a las ficciones propaladas por altavoces cada vez menos creíbles.
Apoyar a Daniel Ortega, el cruel autócrata de Nicaragua y a su mujer Rosario Murillo, la co-presidente, es un maullido de la política exterior disfrazado burdamente de progresismo. Se afirma que esa alianza argentina con el autoritarismo más cerril arraiga en una pretendida intención de no injerencia en los asuntos de otras naciones.
Para colmo, Ortega está acusado de violar a la hija de Rosario Murillo, Zoilamérica Narvaez Murillo, quien vive amedrentada en el exilio.
Esa sí es una historia sangrienta pero como si no se entendiera lo que ocurre maullamos una alianza -por omisión de condena por parte del gobierno argentino- que encubre intereses comunes asociados a Ortega y por lo tanto a Nicolás Maduro. Todo arraigado en contantes y sonantes petrodólares que sostuvieron al bolivarianismo continental.
La Argentina tiene un gobierno bolivariano
Este es el punto.
El bolivarianismo argentino está en el poder. A diferencia de alguno de sus asociados en el subcontinente, la oposición aquí ha resistido más, los medios autónomos al gobierno también, y la sociedad se ha movilizado con eficacia frente a abusos diversos.
El bolivarianismo argentino maulla liberación y produce corrupción, opresión y pauperización.
Nicolás Maduro sí se parece mas integralmente al hombre gato. Maulla para afuera -aunque no se devora al pajarito de Chavez que lo visita- y ordena atormentar opositores en sus campos de concentración. Es un asesino serial gubernamental y sus amigos nacionales y populares en el poder lo siguen apoyando a pesar de esos inocultables horrores.
Alberto Fernández, junto a Evo Morales y Rafael Correa.
El bolivarianismo nacional encontró su última escena en la reunión entre Alberto Fernández con Evo Morales y Rafael Correa, alabando aquellos buenos tiempos cuando el actual oficialismo tutelaba con ellos y sin mayor oposición el populismo continental, aunado en la corrupción, y diverso a la vez por los respectivos matices nacionales.
Los fantasmas de esa utopía regresiva son venerados por el oficialismo argentino.
Es una nostalgia de impunidades que ahora parecen restringirse al menos parcialmente.
La soledad del Primer Magistrado en su gira europea exhibió el aislamiento y la falta de interés en su oferta de pasado.
Venden pasado, no exhiben al futuro en sus vidrieras vintage.
Juan Carlos Portantiero, el profundísimo sociólogo fallecido que participó activamente como intelectual en la refundación de la democracia tras el triunfo de Alfonsín en el ‘83, hablaba, inspirándose en Antonio Gramsci, del empate catastrófico: cuando los bloques políticos que compiten entre sí sólo tienen la posibilidad de vetar las iniciativas profundas de sus opositores, pero no la capacidad de producir proyectos propios, viables y concretos. La catástrofe es el triunfo de la negación, de la imposibilidad y de la parálisis. Nada es posible. Y nadie gana.
Y entretanto todo se agrava, lo pobreza y la conflictividad social.
Parecería en estos tiempos sísmicos que en la Argentina acontece una crisis del modelo bolivariano por el que opta el oficialismo.
La discusión al respecto es social, es política y es económica.
Va prevaleciendo el desconcierto dentro mismo del gobierno. Y el miedo a perder el poder progresivamente.
Y el miedo no es sonso.
Fuente: Clarin
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