Filosofía, literatura e impacto del terror y de la anarquía

El terror se incuba en el reverso del mundo, en oscuridades, cuevas y guaridas marginadas de la luz. No hay lobos solitarios, definen los expertos en los terrorismos diversos que tanto dañan. Una pequeña banda que aterroriza es, al menos, deudora de un clima dominante que auspicia o propicia agresiones con bombas de ataques de pánico o que literalmente operan con organizaciones que las inducen a actuar y las encubren si pueden.

El terror opera en red. Aunque no parezca en principio. O se concatena con diversas situaciones de terror: los pseudo mapuches, Rosario y los narcos, la inseguridad creciente, todo aunado a la incertidumbre de la inflación y a la pauperización que se ahonda.

Hay agentes de radicalización, personas con poder de resonancia política que azuzan el terror de manera abierta o indirecta donde jamas falta el adoctrinamiento.

La venganza es un factor central . Se justifica la revancha por una presunta injusticia recibida. (Recordar a Jones Huala clamando venganza).

El reclamo territorial, justo o imaginario, motiva acciones violentas en todo el mundo Alrededor del 80 % de los actos terroristas planeados y abortados o perpetrados en España aluden en sus designios a la recuperacion de Al Andalus, cuando España era territorio musulmán, hace ya mas de 500 años.

La prensa en un objetivo frecuente. (Recordar Charlie Hebdo en Francia o los ataques violentos a los medios en Venezuela para citar solos dos ejemplos)

Las bombas molotov arrojadas contra el periodismo se articulan a ese escenario de desorganizaciones crecientes, que llevan fricción al gobierno hacia dentro de sí mismo. El terror desorganiza, rompe y apunta a borrar todas las palabras, a quemarlas con todos los fuegos, con el fuego y el ruido que ¡boom! acalle a quienes denuncian e investigan las crisis.

La producción de terror no previene a veces a un corazón delator. Es un cuento de Edgar Allan Poe que enseña mucho. Se titula precisamente “El corazón delator”.

El protagonista del relato es un hombre que convive con sus alucinaciones persecutorias. El texto provee algunas claves relativas a la mente de quien decide aterrorizar, cuando no, matar : “Me creen loco, pero adviertan que los locos no razonan. ¡Si hubieran advertido con qué buen juicio procedí, con qué tacto y previsión y con qué disimulo puse manos a la obra…”.

El hombre asesina, razonando, a un anciano que vivía en su casa. Lo diagrama todo con prolijidad de relojero. Había observado minuciosamente a su víctima. Supone, con la convicción paranoica de los fanáticos, que el anciano tiene un ojo de buitre que lo vigila y que lo acecha. Y decide liquidarlo con minuciosidad.

La víctima presentía el ataque. “El terror del anciano debía ser indecible”. El hombre lo liquida, al fin, como un orfebre de lo terrible. Lo mutila, esconde sus restos debajo del piso de madera.

Poco después llegan los oficiales de la policía. No encuentran los restos. El homicida comienza a oír un persistente sonido. Los policías parecen no escuchar nada. Creen que la víctima no está allí.

Pero el asesino sabe que lo que siente al interior de su mente es un latido. Un sonido rítmico como el de un corazón. Era el corazón del muerto que repiqueteaba en su cerebro, dentro de la cabeza del criminal.

¡El corazón delator! Sin poder contenerse más grita: “Basta, confieso mi crimen”.

El corazón de Nisman debería latir en la mente de alguien o de algunos. Es también el corazón delator de Edgar Allan Poe, delator en el sentido del testigo y emisor de la verdad.

Pero para que el corazón delator continúe latiendo, el victimario debería tener a la vez corazón. Y los terroristas de pronto han exterminado primero su propio corazón.

Y no sienten culpa.

Ese es el punto mismo de la radicalización.

La castración de la culpa. La sordera interior frente a los latidos del resto.

Aún así no son nunca meramente loquitos.

Hay algo de razonamiento en sus locuras. Un plan, un designio, unas reuniones, un armado de las bombas.

Hay una confluencia entre terrorismo y anarquismo histórico y contemporáneo.

Una convergencia que arraiga en una confusión raigal. Decía Mijail Alexandrovich Bakunin, uno de los “grandes” anarquistas de la historia: «La pasión por la destrucción es también una pasión creativa».

Lo hace explícito, “la pasión por la destrucción”, ese nihilismo que se presume constructivo porque destruye.

No hay creación sino un bombardeo de la libertad.

No hay libertad sin seguridad. Pero sí existe seguridad con libertad.

El impulso anárquico es también oportunista: golpea cuando se percibe que la tormenta está agazapada, que las nubes son negras, que se gesta un desorden diseñado a priori. Los anarquistas no son anárquicos para organizar sus golpes de efecto.

Operan -digamos así- con cierta “inteligencia”.

Y hay algo más, esa imposibilidad de tolerar las palabras argumentales y la información, esa necesidad de romper las gramáticas que permiten el debate público comprensible. Esa pasión por quebrar el lenguaje y por demoler la posibilidad de percibir los hechos tal como ocurrieron.

Es una vocación por borrar y por someter todo a la furia.

A la iracundia.

A la muerte.

La intención es sustituirlo todo por las explosiones, las hogueras, y la insensatez violenta. Es una intolerancia muy profunda hacia la convivencia y hacia la democracia.

Al fin y al cabo, la disyunción es simple.

O hay libertad o será la victoria de las bombas molotov.

Fuente: Clarin

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