Dos versiones para un mismo retrato

Parando en alguna estación del vapuleado metro caraqueño, extrañará ver a la distancia el reluciente objeto de uso personal sin un dueño aparente. Acaso, contentivo de dinero o un móvil celular, pudiera tentar a cualquier transeúnte, aunque sólo se trate de una cartera para damas dejada en el cesto metálico de basura.

El tren estuvo por más de quince minutos detenido y, quienes se dieron cuenta del detalle, pasaron distantes del cesto cuadrulento. Causa temor al común ciudadano, revelando a la sociedad misma que le da sentido, o dice darle,  a su existencia, llevándonos a dos versiones, por lo pronto.

Una, tratándose de París, por ejemplo,  siendo tan vistosa la cartera en el andén,  nos remitiría a la escenificación de un acto terrorista. Los cuerpos de seguridad procederían inmediatamente, desolando la  estación para desactivar la probable bomba.

Otra, padeciendo tanto la urbe venezolana, sospecharíamos de una trampa cazabobos. Y la policía tampoco aparecería en el sitio para zanjar el desafío que alguna banda de delincuentes plantea, descartando una broma demasiado ociosa.

Entonces, una fotografía, cualesquiera que fueren, no es algo diferente a un retrato hablado de la sociedad que la habita de un modo u otro.  En nuestro país no tenemos una remota idea del sufrimiento que suscita el terrorismo contemporáneo en otras latitudes, quedando, en la nuestra, tan distante el cuerdo del  subversivo que nos marcó en los sesenta del veinte. 

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