Editorial #685 – El fin del centrismo
La gente exige una forma de hacer política distinta que les hable de frente
La política en la región es tan inquieta e impredecible que cuando uno piensa que ha logrado tomarle el pulso, vuelve a sorprendernos. En la actualidad, por ejemplo, una vez más un nuevo escenario está tomando forma, uno en el que la tibieza y la moderación están dando sus últimos pasos.
El ejemplo más cercano de esto es Chile, donde en las recientes elecciones presidenciales la tradicional e histórica polarización entre la coalición de izquierda moderada y el movimiento de centro derecha fue desplazada por dos líderes fuera del sistema y de posiciones más extremas: el conservador José Antonio Kast y el comunista Gabriel Boric.
Sin embargo, lo ocurrido en ese país no es una novedad. Ya vimos procesos similares, como en Brasil en 2018, con la llegada de Jair Bolsonaro al poder luego de derrotar a Fernado Haddad, el candidato del expresidente Lula que representaba al Socialismo del Siglo XXI.
En Ecuador, en abril de este año, el liberal Guillermo Lasso llegó a la Presidencia luego de vencer en las urnas a Andrés Arauz, otro referente de la izquierda chavista y elegido del expresidente Rafael Correa.
El pasado junio en Perú, el representante de esa izquierda regional, Pedro Castillo, se hizo del poder al derrotar a Keiko Fujimori, quien representaba valores conservadores totalmente opuestos.
En todos los casos anteriores, en el camino quedaron opciones más moderadas de partidos tradicionales. Incluso gran parte del establishment empresarial y mediático se puso en contra de posiciones “radicales” y apostaron más por el centro. No tuvieron éxito y la mayoría de los ciudadanos se decantó por alguno de los polos.
Argentina es otro ejemplo interesante. Si bien todavía el poder se disputa entre las dos coaliciones más tradicionales (la oficialista Frente de Todos y la opositora Juntos por el Cambio), en las elecciones legislativas de noviembre pasado la gran sorpresa fue Javier Milei, el candidato liberal y anti “casta” política que sorprendió a todos al alcanzar 17 puntos en la capital, convirtiéndose en un nuevo referente de la política nacional.
Tampoco puede ser ignorado el hecho de que el trotskismo se erigió como la tercera fuerza a nivel nacional, arrebatándole al peronismo un número importante de votos. La tendencia es, una vez más, hacia los extremos.
Ahora bien, que este sea hoy el escenario que se empieza a vislumbrar, ¿quiere decir que es una mala noticia? No necesariamente.
La región está inmersa en una decisiva lucha contra los residuos del Socialismo del Siglo XXI, que aún ostenta el poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua, México, Argentina, Bolivia y Perú. Ese mismo proyecto es también una amenaza latente en lugares donde se realizarán elecciones presidenciales en los próximos meses, como Chile, Brasil y Colombia.
Lo que los ciudadanos parecen haber comprendido, antes que la propia clase política, es que para enfrentarlos y derrotarlos, las posiciones tibias y grises no son las más efectivas.
Todo lo contrario.
La mejor manera de confrontar a una visión populista, estatista y socialista como la que el chavismo regional plantea, es con una propuesta completamente diferente, que cambie de raíz el rumbo que los países transitan, que les abra las puertas de la libertad y que sea un punto de inflexión en nuestra historia.
La gente exige una forma de hacer política distinta, sin tanta pose y que les hable de frente. Y que, por supuesto, les diga la verdad.
Ese parece ser el camino que nuestras sociedades ya han comenzado a recorrer y que nos lleva, por lo menos por ahora, al fin del centrismo.
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