Los primeros mártires de la revolución
El presidente Thomas Jefferson recibió a Francisco de Miranda en la Casa Blanca a finales de 1805. En dicha reunión se produjo el primer encuentro oficial de los Estados Unidos con quién se introdujo como representante diplomático de Venezuela.
La entrevista fue breve, pero cordial. Jefferson quedó sorprendido por sus conocimientos exhibidos al momento de platicar sobre la situación política de Europa y América. El redactor de la constitución norteamericana disfrutó conocer a un personaje tan interesante, devoto a los clásicos grecorromanos y bibliófilo, igual que lo era él. Se entendieron como masones y Míster President, evitando comprometerse, bajo ningún concepto, en la aventura del general si ello comprometía su gobierno, lo invitó a cenar en par de ocasiones, tan solo para darse el lujo de alargar la sobremesa con el viajero ilustrado, aburriendo al resto de los comensales mientras mezclaban latín con griego en sus diálogos.
El general Miranda no se achantó por la falta de apoyo de Jefferson y comentó su postura en torno al movimiento emancipador que promovía, argumentando Estados Unidos había recibido todo tipo de ayuda por parte de Francia y España en la guerra librada por su independencia, eso sin que oficialmente quedase constancia.
-All’s fair in love and war Mr. President.-
Lo mismo solicitaba, aunque podía conformarse con el hecho que su gobierno no entorpeciera trámites realizados a través de amistades y contactos. Conocía empresarios dispuestos a prestar su apoyo a la empresa, pero temían reacción de las autoridades.
-Hable usted con el secretario James Madison.- concluyó el presidente.
La presencia de Miranda en Washington causó revuelo en la sede diplomática de España. El embajador, Carlos Martínez de Irujo, estaba al tanto era personaje a seguirle los pasos y mantener vigilado. Un rebelde, conspirador y traidor a la patria. Debía obstaculizar las tareas del insidioso. El senador Jonathan Dayton, detractor del presidente Jefferson, previno al español. El general planeaba invadir Venezuela y liberarla con la colaboración de ciertos hombres de negocios. El tema no podía tomarse a la ligera, pero a don Carlos le fue imposible actuar, pues ya era demasiado tarde. El marqués de Casa Irujo solo pudo redactar una carta destinada al capitán general de Venezuela, Manuel de Guevara y Vasconcelos, suministrando la pieza de información más valiosa obtenida gracias al sondeo de sus espías.
Tras culminar preparativos, el general Miranda zarpó de Nueva York el 2 de febrero a bordo de una corbeta artillada puesta en sus manos por un comerciante llamado Samuel G. Ogden. En la cubierta de aquella nave bautizada “Leander”, en honor a su hijo, se sintió en su salsa, reuniéndose con el capitán Thomas Lewis, estudiando mapas y cartas náuticas, realizando cálculos, organizando raciones.
Había pensado en todo. Contaba con doscientos efectivos uniformados de campaña; seiscientos fusiles; treinta cañones; toneladas de pólvora y munición. Para suplir a los adeptos que sumarían en tierra al momento del desembarco, llevaba instrumentos de lucha como carabinas, trabucos, machetes y sables. También una imprenta, artefacto que imaginaba serviría para seducir a las masas con panfletos informando sobre sus ideales revolucionarios.
El 14 de febrero reunió a todos los hombres en cubierta para repartir cargos en la organización de su diminuto “Ejército Colombiano”, nombrando oficiales distribuidos en cuerpo de ingenieros, artilleros, artesanos, dragones ligeros, fusileros e infantes. Cinco días más tarde atracaban en el puerto haitiano de Jacmel, donde consiguió en conversaciones con Alexandre Petión, docena de reclutas y un par de barcos más para su expedición. Las diligencias tardaron semanas. Mientras tanto la correspondencia escrita por Martínez de Irujo arribaba al puerto de La Guaira, para terminar en el despacho del capitán general Guevara de Vasconcelos, quien leyó el dato proporcionado por el embajador español.
-Miranda planea desembarcar en Ocumare de la Costa.-
La bandera colombiana, tricolor amarillo, azul y rojo, fue izada por primera vez el 12 de marzo al momento del zarpe en Jacmel. Se disparó un cañonazo y la tripulación brindó por el nuevo estandarte que llevaría la emancipación a los pueblos de América del Sur.
El viaje desde Haití hasta las costas de Venezuela sufrió retraso por causa de un imprevisto y la incompetencia del piloto. Cuando estaban cerca de Aruba, una tormenta desvió la flota de su ruta, empujándola en dirección del golfo de Venezuela, demorando aún más el itinerario del viaje. Era mitad de abril cuando por fin desembarcaron en Aruba para efectuar ejercicios de táctica y disparo.
La tarde del 27 de abril se aproximaron a Puerto Cabello. Dos barcos, un bergantín y una goleta, custodiaban el litoral esperando el ataque. Hacían señales entre ellos y el fuerte. El general ordenó atacar, pero la oscuridad obligó a suspender la operación. Al amanecer del día siguiente intercambiaron plomo de artillería. Menos de una hora duró el tiroteo hasta que las acciones llegaron a su fin. Las goletas “Bacchus” y “Bee” fueron capturadas al quedar rezagadas con la repentina huida del “Leander”.
Miranda fue derrotado sin poder pisar la playa, perdiendo un cuarto de su tropa, que resultó prendida, encadenada y conducida al castillo en triunfo. Se les arrojó en sucias mazmorras. Poco después el grupo fue sometido a proceso, acusado de piratería, rebelión y asesinato. La gran mayoría fue sentenciada por el tribunal a pasar el resto de sus días realizando trabajos forzosos en las fortificaciones de Puerto Rico, Cartagena y Omoa. Diez de ellos fueron condenados a guindar bajo los tres palos.
El 21 de julio de 1806, los reos puestos en capilla fueron conducidos al cadalso. Esa jornada colgaron a los tenientes de artillería Francis Farquharson y Charles Jhonson; primer teniente Miles L. Hall; capitán Thomas Billopp; capitán de caballería Gustavus A. Bergud; teniente de infantería Daniel Kemper; oficial asistente John Ferris; teniente Paul T. George; mayor Thomas Donohue; y James Gardner, capitán del “Bacchus”.
Se ordenó al verdugo arrojar al fuego la proclama del pérfido Miranda, así como su bandera, antes de proceder a impartir la justicia del rey. Una vez ahorcados, cortaron sus cabezas y las colocaron dentro de barriles para repartirlas. Los despojos fueron lucidos en pequeñas jaulas de madera fijadas sobre altas picas en distintas urbes.
Fue así como esos jóvenes norteamericanos se convirtieron en los primeros mártires que dieron su vida por la independencia de Venezuela y esa gran Colombia soñada por el general Francisco de Miranda.
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