La corte del zar Vladimir

El lunes 7 de febrero un yate zarpó con urgencia del puerto de Hamburgo hacia el enclave ruso de Kaliningrado, en el mar Báltico. El yate mide 82 metros, tiene seis suites, un helipuerto, jacuzzi, sauna y una piscina de 15 por tres metros que al apretar un botón se convierte en una sala de baile. Costó 100 millones de dólares, se llama “Graceful” y pertenece a Vladimir Putin, el presidente ruso.

Fue noticia la abrupta salida del yate porque se interpretó como otra señal más de que Rusia piensa invadir Ucrania. Se anticipaba la posibilidad de que, en caso de guerra, las autoridades alemanas lo confiscarían.

Putin posee tres yates más y, tras 22 años en el poder, ha acumulado varios palacios, uno de los cuales fue tema de un documental que produjo Alexéi Navalny, el disidente ruso que hoy paga por su indiscreción en una cárcel siberiana. Situado sobre el Mar Negro, el versallesco hogar veraniego es todo mármol, madera y oro. Tiene un teatro decorado al estilo de la Scala de Milán, un escenario diseñado para espectáculos de strip-tease, una pista de hockey de hielo subterránea y su valor estimado es de mil millones de dólares.

Buen material, Putin, para una de esas series de televisión que durante la pandemia se han convertido en tema de conversación para media humanidad. Basada en hechos reales, como “Narcos” o “The Crown”, lo tendría todo para triunfar. Asesinatos, espías, mafias, guerras, intriga política, glamour nuevo rico y -entre orgías y jovencitas con cuerpos de infarto casadas con viejos verdes- todo el sexo que uno quiera.

El elenco sería imbatible, empezando por la figura de Putin: un ex agente de la KGB que trabajó de taxista tras la caída de la Unión Soviética, que tuvo la astucia de congraciarse con el presidente Boris Yeltsin (al que luego descartó como si fuera una botella de vodka vacía), y que acabó siendo lo que es hoy, el todopoderoso Luis XIV de un país pobre y decadente pero capaz de lanzar mil misiles nucleares sobre Estados Unidos.

La corte del zar Vladimir consistiría en oligarcas temerosos de que un capricho del monarca les pueda condenar a muerte o prisión. Pero de mayor interés sería el espectacular conjunto de estrellas internacionales. No cuesta mucho visualizar a Putin interpretado por Javier Bardem como cuando hizo de malo en aquella película de James Bond. Lo veríamos recibiendo a jefes de estado extranjeros en un trono de oro y terciopelo, acariciando un gato blanco. Aparecería primero en escena Donald Trump como un niño chico, temblando ante el poder animal que emana Putin. Y luego todos los demás presidentes, primeros ministros o monarcas que le veneran en la vida real.

Algunos se dicen de izquierdas, otros de derechas, pero lo que todos comparten es el culto al autoritarismo. Entre los zurdos, el venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel, cuyos países reciben ayuda militar de Rusia. También el mexicano Manuel López Obrador y Alberto Fernández, al que se le caía la baba en las fotos que se hizo hace un par de semanas con Putin en Moscú. Y no olvidemos al norcoreano Kim Jong Un o, quizá el único aliado que no se achica frente a Putin, el líder chino Xi Jinping.Los presidentes Alberto Fernández y Vladimir Putin, en Moscú, el jueves 3 de febrero de 2022.

Los presidentes Alberto Fernández y Vladimir Putin, en Moscú, el jueves 3 de febrero de 2022.

En la extrema derecha los devotos de Putin son más. Viktor Orban, el primer ministro húngaro que abandera lo que llama “la democracia liberal”, siguió en los pasos de Fernández la semana pasada y visitó a Putin, al que felicitó por “haber hecho Rusia grande otra vez”. Otros que admiran al dictador ruso: Mohamed Bin Salman, el descuartizador que manda en Arabia Saudita; Bashar Al-Asad, el tirano sirio al que Rusia aportó tropas en su guerra civil; Benjamín Netanyahu, el ex primer ministro de Israel, azote de los palestinos, que durante la campaña electoral de 2019 exhibía orgullosamente un cartel en el que él y Putin se daban la mano.

Un poco más sorprendente -un poco pero no tanto- es la presencia en el club de fans de Putin del italiano Matteo Salvini y el inglés Nigel Farage. Salvini, ex vicepresidente de Italia y líder del partido de extrema derecha “Liga”, posó una vez en la Plaza Roja de Moscú vistiendo una camiseta con la cara de Putin. Farage, el fanático que lideró el partido brexitero UKIP, ha definido a Putin como “brillante”.

Como casi siempre en las películas, los malos son los más interesantes. Entre los antagonistas de Putin hay pocos que uno asociaría con el agente 007. El viejito Biden no da la talla, ni el payaso Johnson, ni el pomposo Macron, ni los honorables pero poco conocidos líderes de países como Estonia o Letonia que tanto han prosperado tras salir del yugo soviético. Se necesitarían héroes para la serie de televisión, por supuesto, y donde habría más probabilidad de encontrarlos sería entre los guerreros de la resistencia ucraniana.

Para completar el posible elenco, un papel secundario lo podrían ocupar aquellos que insisten en ver una equivalencia moral entre Putin y los líderes democráticos que se le oponen. Stalin, el que mató de hambre a 3,5 millones de ucranianos en los años 30, llamaba “idiotas útiles” a aquellos en Occidente que insistían en la fantasía de que la Unión Soviética era la tierra prometida. Lo mismo podríamos llamar hoy a aquellos que dicen que Putin está justificado en batir los tambores de guerra debido a “la expansión de la OTAN” y a la amenaza militar que supuestamente supone.

La “expansión” a algunos países de Europa del este fue por la explícita invitación de sus gobiernos democráticos, no imperialismo en plan Gengis Khan en la estepa rusa.

Y respecto a los que se creen el cuento de Putin de que Estados Unidos, Reino Unido, España, Francia y compañía representan la misma posibilidad de invadir Rusia que Rusia de invadir a sus antiguas colonias vecinas, bueno, la explicación más generosa sería que han visto demasiadas series de ciencia ficción.

Fuente: Clarin

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