De la post-verdad a la post-mentira

Objeto de interminables ejercicios académicos, a nuestro entender, la post-verdad (PV) es y tiene por desenlace la mentira. Escudada por una sencilla o compleja falacia, manipulado el contexto y omitidos algunos datos, parte de la verdad para traicionarla sin rubor alguno.

El discurso político está afincado en la PV e impregna toda la comunicación política; esto es, de la razón que sufre de las adulteraciones de la propaganda. Y quizá porque expresa una determinada estética, a veces, irresistible, le da sentido al más burdo de los oportunismos.

En cambio, la mentira puede ganar prestancia y dignidad al derivar en la verdad, por paradójico que parezca. Está fundada, por ejemplo, en la metáfora.

Tenemos un amigo al que nunca le gusta mentir y se esfuerza a todo trance por decir la verdad,  aunque es ateo y, por tanto, no gestiona su salvación eterna cumpliendo con el mandamiento bíblico. Nos comentó que, en una ocasión, tenía mucho sueño como para conectarse digitalmente, pero no quería excusarse por la caída de la señal, al mismo tiempo que le apenaba admitir las ganas de dormir: ¿Cuál era la diferencia práctica entre la desconexión y la somnolencia? ¿A veces no sostenemos una hipótesis invocando un recurso literario, como el de inventar que otros pasaron por esa experiencia con determinados resultados?

Puede aseverarse, la post-mentira (PM) es y tiene por desembocadura la verdad. Hay narrativa de ficción para ejemplificarla, logrando una verdad que tiene un nombre diferente.

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