El gran suceso (r)

Entre nosotros,  cada vez es más notoria la ausencia o la (auto) censura de los especialistas en materia internacional, por lo que nos obliga a la búsqueda personal de la información necesaria, o, alcanzándola, a una mejor preparación para perfeccionarla en las conversaciones privadas que nos conceden con cierta cautela.  Por distante que se encuentre, saben al régimen venezolano como un obstinado defensor de Corea del Norte, capaz de encapricharse con un nombre que adquiera alguna sonoridad en los medios.

Por supuesto, a este lado del mundo no llega con facilidad el repertorio bibliográfico que profundice un poco más en el casi consabido Kim Jong-un, quien detenta el poder desde 2011 en una de las dos “Chinas”, como espontánea y jocosamente las ifentificó  Alicia Machado,  convertido en general de cuatro estrellas antes de cumplir la treintena de edad: hoy, ostenta al mismo tiempo la secretaría general del Partido del Trabajo,  la presidencia de la Comisión Militar Central, la comandancia suprema del Ejército del Pueblo,  y la presidencia de la Comisión de Defensa Nacional, colocándose al frente de la “espada atesorada”. Ésta, siguiendo a  Anna Fifield (*), versa en torno a algo más que hacerse de un poder atómico para la perduración de la dinastía comunista (205 ss.).

Prácticamente desconocido antes de monopolizar y confundirse con el Estado, sin que los servicios de inteligencia surcoreanos supieran de él, se convirtió en el gran sucesor y suceso legado por su padre Kim Jong-il, formado anónimamente en Suiza, con dominio adicional del inglés y el alemán, un millennials integrado a la exclusiva élite social de Pyongyang  (134 ss., 147 ss.). Inconcebible en este lado del mundo,  además, su abuelo, Kim Il-sung, fundador de la remota dinastía, por lo menos, guardó las formas al convocar a un Congreso del Partido para formalizar su sucesión en 1980 (71).

Ascendido al poder,  Jong-un  inmediatamente emprendió el culto a la personalidad de sí, directa e indirectamente, invirtiendo fabulosas sumas para construir monumentos como The Kumsusan Palace of the Sun de 35 mil metros cuadrados que tragó alrededor de $ 900 millones, aun proviniendo el país de un no menos monumental caos económico, incluida una pavorosa hiperinflación. Cierto, los “autócratas son un grupo paranoico por naturaleza” (188), por lo que arreció la represión e, inferimos,  temiendo por una sólida conspiración mundial para derribarlo, la prisa por hacerse de un incontestable poder atómico.

La biografía hasta ahora conseguida del propietario de NorCorea y de sus habitantes, pudiera parecer absurda en nuestro hemisferio, pero toda reedición, corregida y aumentada, siempre es posible. Tratándose de regímenes comunistas, todavía más.

(*)  Anna Fifield (2019) «The great successor. The divinely perfect destiny of brilliant comrade Kim Jong Un». PublicAffairs, New York.

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