¿Por qué Venezuela va a salir del hueco?
El día que murió Chelique Sarabia sentí que el corazón se me partía en mil pedazos. Nos conocíamos de muchos años atrás. No puedo decir que éramos grandes amigos. Pero él representaba para mí el amor bueno, bonito, auténtico, sabroso y sagrado por Venezuela. El amor quitapesares.
Se preguntará usted a qué viene la alusión a Chelique en conjunción con el título de este artículo. Tiene todo que ver.
Chelique de veras conoció las pasiones. Y les puso música y verso. El amor, la rabia, la tristeza, la desilusión, el entusiasmo. Y, mucho, la ansiedad.
Hace años, tal vez diez o doce, me llamó. Estaba furiosamente triste. «La peor de las estupideces es la que desencadena la mengua del alma», me dijo. Una pomposa estupidez nos ha conducido a estos años menguados. Ha generado en algunos un estado idiota de conformismo sin orillas. Y ha hecho algo mucho peor: nos ha convertido en cazadores de culpables. Nos miramos al espejo y nos creemos inocentes. No lo somos.
Pero precisamente porque estamos hartos de todo y de todos, porque llegamos finalmente al punto de entender que repartir culpas es absolutamente inútil y extremadamente aburrido, por eso mismo estamos parados frente al barranco y decidiendo que no vamos a caer.
En Venezuela y en el exterior hay montones de venezolanos que le están echando un camión de ganas. Mientras algunos políticos se pelean entre ellos con sus colmillos rotos y muelas con caries y desprecian a los ciudadanos, esos venezolanos -la mayoría de ellos sin nombre fulgurante- están construyendo una nueva Venezuela. Lo hacen sin faramalla, sin gastarse escribiendo cartas solemnes ni creando comités con títulos casi nobiliarios. Esos venezolanos trabajan catorce o dieciséis horas diarias. No están zambullidos en el pozo de la quejadera y mucho menos están afanados en el «resuelve». No están tapareando huecos con mastique vencido, ni vendiendo regaderas sin huecos. Están creando, trabajando, produciendo. Se van a la cama agotados, molidos, pero con el cuerpo lleno del aliento de la pasión. Ya entienden la abismal diferencia entre el exito y el triunfo. No se parecen ni en el blanco del ojo a los bolichicos y enchufados que se pavonean con sus plumas plásticas por las calles de grandes ciudades del mundo, esparciendo el hedor del dinero mal habido y desplegando su rastacuerismo insolente.
Por esos venezolanos que no son cujíes llorando de dolor, que usan el telescopio, el microscopio y el periscopio, por ellos y con ellos, Venezuela va a salir del hueco. Nada los va a detener. Harán bien los políticos en entender eso. O verán su liderazgo cocerse en baño de María. No habrán entendido por quién y cómo doblan las campanas. Y yo, mi Venezuela querida, estoy ansiosa. Tengo «ansiedad, de tenerte en mis brazos». Quiero musitarte palabras de amor.
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