Toma de las flecheras

Para principios de 1818, las tropas de Bolívar controlan Oriente con base en Angostura, erigido como jefe indiscutido de los rebeldes, gracias a méritos acumulados durante su campaña admirable de 1813, la expedición de los cayos a finales de 1815, y el fusilamiento del general Manuel Piar en 1817. 

En aquellos tiempos, con el propósito de abultar su tropa, el Libertador se ve obligado a solicitar el apoyo del ejército del Casanare, horda salvaje conformada por diestros jinetes que cabalgan descalzos, van de pecho desnudo, llevando como armas el machete y una larga rama amolada que suelen apoyar del estribo. Acatan las órdenes del único personaje de piel blanca entre su multitud. Un rubio de ojos claros, mirada verde y profunda, como sabana invernal. Se llama José Antonio Páez, máxima autoridad patriota en las planicies.

Simón y José Antonio se conocen gracias a rumores de boca en boca e intercambio epistolar. De cierto modo, se admiran, ambos arrastran leyenda en vida debido a sus hazañas. Están ansiosos por conocerse y precisan el encuentro, evento sucedido la noche del 31 de enero de 1818, en un hato llamado “Cañafístola”, cerca del poblado de San Juan de Payara en Apure. El Libertador hizo su entrada al campamento de los llaneros sobre su alazano, luciendo charreteras y botas, escoltado por una brigada de la Legión Británica, impecablemente uniformada. Deseaba impresionar al cabecilla de los llaneros, en aras de formar una coalición para combatir al ejército expedicionario comandado por el general Pablo Morillo, uno de los más experimentados entre las filas de España.

De la reunión en Cañafístola nació una alianza en la cual se fusionaron par de elementos forjando un arma perfecta para la guerra emancipadora. La formación académica de Bolívar esculpió un brillante estratega, encargado de la estructuración y gerencia de planes de la campaña bélica, mientras Páez brindaba experticia en el manejo de los medios, liderando personalmente comandos especiales, convirtiéndose en el brazo ejecutor de los planes del Libertador. Desde aquel momento en adelante, juntos lograrán las más insólitas victorias. 

La primera acción realizada en conjunto por este par de próceres fue la conocida como “Toma de las flecheras”, instante plasmado en la obra del mismo nombre pintada en oleos por Tito Salas. Los eventos se desarrollaron el seis de febrero de 1818, a pocas leguas de San Fernando, durante la “Campaña del Centro”. El ejército Libertador, conformado por cuatro mil soldados, alcanzó la orilla sur del río Apure buscando pelea. Montaron campamento y les tocó sentarse a esperar una escuadrilla que navegaba por el Orinoco para cruzar al otro lado y atacar a las tropas del general Pablo Morillo, acantonadas en Calabozo. 

En el paso del Diamante, en la ribera opuesta del río, está plantada una guarnición de seiscientos cincuenta soldados realistas, así como varias flecheras artilladas. Páez, a sabiendas que Morillo, comandante en jefe realista, se encuentra en Calabozo, resalta la importancia de atravesar el río cuanto antes y sorprenderlo en su puesto. A Bolívar le parece imposible llegar a la ribera contraria sin el auxilio de la flota que remonta la corriente del soberbio Orinoco, hasta que el llanero le comenta tiene un plan en mente. Propone al caraqueño capturar las embarcaciones enemigas y así acelerar el cruce.

-¿Y cómo se propone usted hacer eso?- inquiere.

-Con la caballería.- responde.

-Y dónde está la caballería de agua, que no la veo, por que con la de tierra necesitamos un milagro.-

Páez dibuja una sonrisa socarrona en su rostro. Ya le muestro, dice. El Libertador concede permiso al catire, sin saber cómo tomaría las naves. Al otorgar su beneplácito, quedó curioso, pensando el otro estaba loco, mientras explicaba su estratagema para hacerse con las barcas. Eligió a dedo y por nombre completo a cincuenta de sus mejores lanceros, integrantes de su Guardia de Honor, como llamaba a la corte de intrépidos que lo escoltaba, organizándolos en par de cuerpos comandados por dos de sus tenientes coroneles, José de la Cruz Paredes y Francisco de Arismendi.

Tanto Bolívar, recostado de un chinchorro, como los españoles a bordo de las flecheras, observan estupefactos como él y su piquete de llaneros, sobre sus cabalgaduras, se sumergen dentro de la corriente turbia, plagada de caribes y caimanes, para llegar ilesos a la mitad del cauce, alcanzando las naves. Cuando los oficiales realistas pudieron percatarse de lo que sucedía, intentaron defenderse, pero ya era demasiado tarde. Lograron descargar plomazos un par de veces, aunque sin mucha puntería. Antes que pudiesen recargar munición empezó el abordaje con golpe de lanza y filo de machete, muchos prefirieron lanzarse al agua que luchar, salvando el pellejo de la escabechina. 

Según los cronistas, las flecheras fueron tomadas sin bajas para el bando patriota. Al presenciar aquella escena, la tropa real custodiando la orilla norte, recibió a los sobrevivientes y emprendió penosa retirada camino hasta Calabozo, con el propósito avisar al general Morillo sobre los acontecimientos. Una vez en posesión de las flecheras, los patriotas atravesaron el río Apure. Tan solo una semana después, caían con sus fuerzas intactas sobre Calabozo. 

Creo importante recalcar que esta acción militar es una de las pocas registradas en los anales de la historia universal, o quizás la única, en la cual algún cuerpo de caballería se hizo con el control de una flota.

Sobre los hechos, relata el mismo José Antonio Páez en su autobiografía: -Catorce embarcaciones apresamos entre armadas y desarmadas. Asombrado Bolívar, dijo que si no hubiera presenciado aquel hecho, nadie habría podido hacérselo creer.-  

Jimeno Hernández
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