La carpa vacía
Los últimos textos de Fukuyama desarrollan un concepto central para entender la política actual: más que las ideologías, la situación económica y las doctrinas, cuentan las identidades.
El municipio de La Matanza fue gobernado durante décadas por el mismo partido que controló el gobierno nacional durante casi todo el período democrático. La situación de sus habitantes es desastrosa en todos los aspectos: tiene los peores índices de pobreza, delincuencia, desempleo, no funciona la mayoría de las escuelas, hospitales, servicios públicos.
A pesar de eso, ha sido el gran bastión del kirchnerismo radical y lo seguirá siendo mientras no aparezca un candidato identificado con la cultura matancera que pueda impulsar un cambio. Conozco a dirigentes nacidos en La Matanza que han trabajado allí, gente valiosa que no ha logrado un respaldo electoral suficiente para cambiar su municipio.
El concepto de pertenencia a un grupo tiene que ver con una red compleja de elementos que van más allá de cuestiones formales.
Si un candidato gusta en Recoleta, es probable que sea un mal candidato en los sectores deprimidos del Conurbano. El tema no tiene que ver con sus ideas o su programa, sino con su forma de hablar, de vestir, con la música que escucha, con lo que le gusta y no le gusta. Como dicen en México, no debe verse como sapo de otro charco.
Si observamos a un dirigente, sabemos si expresa o no a un grupo social. La comunicación política está más allá de las palabras. Si L-Gante se postula para jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, es poco probable que gane en Recoleta. En las elecciones presidenciales de 2011, en ese barrio, Hermes Binner sacó una importante votación, porque los vecinos sabían que era socialista, pero no lo sentían miembro de un grupo humano totalmente distinto. Los socialistas de Santa Fe siempre fueron gente de izquierda “dentro del sistema”, personas que tenían ideas revolucionarias, pero se comportaban como lo que los electores de clase media llaman “gente civilizada”.
Es probable que, desde el punto de vista de las ideologías, L-Gante tenga ideas más de derecha que los socialistas, pero su identidad es distinta. Sus seguidores seguramente no ven a Mirtha Legrand o a Eduardo Feinmann, ni leen PERFIL. La observación no tiene ningún contenido axiológico, no decimos que uno sea mejor o peor que el otro, simplemente describimos una realidad: pertenecen a grupos distintos.
En una subcultura hay costumbres y actividades más compatibles con ella que otras. Sería extraño que un grupo de cultores del heavy metal cante misas gregorianas o que los monjes de un convento de clausura toquen baterías y guitarras eléctricas.
En las sociedades occidentales, gracias a la tercera revolución industrial y la difusión de internet, se incrementó la diversidad de grupos que las constituyen. Personas que antiguamente no podían conocerse para realizar actividades conjuntas ahora se contactan por la red. Generalmente son grupos efímeros, unidos por alguna novelería.
Todos los días aparecen y desaparecen miles de grupos y relaciones interpersonales como la de Armin Meiwes, técnico informático de 42 años conocido como el “caníbal de Rotemburgo”, que mató, descuartizó y devoró a un ingeniero, un año mayor que él, tras haberle cercenado el pene, que ambos degustaron juntos. Meiwes usó la red para buscar personas que quisieran que las comieran vivas y escogió a su víctima de entre 160 interesados en la propuesta.
En todos los países se forman grupos que pretenden hacer algo, celebrar ritos o difundir ideas extrañas. Podríamos ordenarlos desde los más anómicos y violentos, que no quieren cumplir con las normas de convivencia, hasta los más integrados a las costumbres vigentes.
Entre los más alejados de lo que se llama “normalidad”, florecen ideas totalitarias y fantasías apocalípticas. Algunos de los que habitan en mundos imaginarios, con dioses, demonios y profetas, suelen decir que quieren dar la vida por alguien o por algo, y pueden creer que es más cómodo matar a los demás para conseguir sus fantasías. Por lo general, viven fantasías disparatadas, que no toman en serio y pronto olvidan un tema para pasar a otro. En las sociedades democráticas, estos no suelen cumplir con sus delirios. En otras culturas, como la islámica, pueden terminar convertidos en bombas vivientes.
Quienes están más cerca de la realidad, aunque a veces predican algún mito, solo buscan vivir una vida satisfactoria, no pretenden destruir el mundo, les interesa más la felicidad de sus mascotas que la teología o los discursos de los líderes. Comprenden la importancia de lo sencillo.
La mayoría de la gente no es fácil de engatusar, aunque se identifique con un grupo. Cuando se trata de implantar mitos muy descabellados, en vez de fortalecer sus prejuicios, los ponen en duda.
El kirchnerismo tiene una identidad instalada en los límites de la anomia y la violencia. Sus dirigentes critican la división de poderes, la libertad de prensa, el respeto al pensamiento de los distintos. Dividen a la gente en buenos y malos, patriotas nacionalsocialistas y sirvientes del imperialismo. Para su desventura, no llegan al 50% de los votos ni siquiera cuando ganan unificados.
Simpatizan con todo grupo anómico que aparece. Aunque representen al Estado y la nación argentina, tienen funcionarios que fomentan las actividades de grupos que fantasean con hacer la guerra al país porque creen que descienden de los mapuches.
A lo largo de su historia, los kirchneristas han fomentado la cultura del odio, de la que parecen arrepentidos después del atentado en contra de Cristina. Parece que se percataron del peligro de sembrar vientos que pueden provocar tempestades. Saben que, si los lunáticos que atentaron en contra de Cristina hubiesen logrado su cometido, el país podría haber caído en una espiral violenta de imprevisibles consecuencias, en la que todos habríamos sufrido.
La anomia violenta de la que surge el rocambolesco grupo de los copitos, que organizó el atentado, está en el mismo ecosistema de otros grupos marginales que fomentan la destrucción del orden constitucional.
Uno de sus integrantes dice que es necesario que corra sangre para que cambie el país, coincidiendo con un dirigente gobiernista, funcionario vaticano, que dijo que quería dejar su sangre en las calles del país. También han fomentado la violencia dos voceros de la vicepresidenta, Luis D’Elía y Hebe de Bonafini, que propusieron fusilar a Mauricio Macri o torturar a los hijos de funcionarios de su gobierno. Otra amenaza de violencia es el “quilombo que se va a armar” si sigue el juicio a Cristina por el caso de la obra pública. No exponen pruebas de su inocencia, solo amenazan con usar la violencia para amedrentar a los jueces y a la sociedad.
En esta crisis han manipulado a la Iglesia, como siempre, pero la maniobra rebotó. La gente es cada vez menos ignorante. Cuando bendijeron las piedras con que los kirchneristas querían sepultar al Congreso hace cuatro años, tuvieron más recato. Por lo menos, en esa “misa por la paz” que también tuvo lugar en Luján, no bailaron ni tocaron bombos dentro del templo. Esta vez su comportamiento fue descaradamente manipulador, semejante al uso que hacen de San Cayetano, un religioso conservador del siglo XV que vería horrorizado cómo se usan políticamente su imagen y su culto.
Hasta donde se conoce por los medios, el atentado en contra de Cristina fue organizado por un grupo de marginales que vendía copitos de azúcar y tenía alucinaciones mesiánicas. Es bastante ridículo el intento de vincularlo con la oposición, y la gente lo percibe.
En los últimos años estuve muchas veces en la casa de Mauricio Macri y de otros dirigentes del PRO. Desde hace décadas llevo un diario detallado de mis actividades, apunto en mi computadora lo que pasa y lo que discuto. Estoy ordenando el material para preparar una producción cinematográfica. Al hacerlo, constato que casi nunca conversamos de temas políticos concretos. Teníamos muchas otras cosas más interesantes de que hablar.
Hay algo más: en cientos de reuniones mantenidas en esas décadas, nunca dedicamos una a discutir acerca de Cristina Fernández, sus problemas, ni acerca de otros políticos. Era un grupo que trataba de comprender lo que sienten los argentinos, cuáles son sus puntos de vista acerca de temas y problemas que les interesan y cómo podían crear una alternativa para solucionarlos. Esa fue la metodología en la que, lideradas por Mauricio, participaron decenas de personas de todos los niveles, cuyo aporte fue indispensable para que ganara Macri en 2005, 2007, 2011 y 2015, y lo hicieran en la provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal, Francisco de Narváez y otros integrantes del proyecto. Lo fue también para las elecciones en la Ciudad en 2015 y en 2019, y ayudó para que este gobierno fuera exitoso.
¿Qué papel tuvieron en esa construcción algunos complots o colecciones de chismes acerca de Cristina y otros adversarios? Ninguno. No teníamos tiempo para averiguar en dónde había jugado al fútbol un juez o para analizar si el pariente de alguien había hecho un negociado. Mauricio, Horacio, María Eugenia y muchos dirigentes de distintos niveles trabajaron con entusiasmo durante muchos años, incluso cuando pocos apostaban por sus ideas. Solo así pudieron construir una alternativa al kirchnerismo, lograr que se eligiera el primer presidente no peronista y no radical en un siglo y lograr que terminara su mandato.
Hay un abismo entre los temas de los que habla la gente normal y el discurso de políticos que se dedican a discutir lo que les interesa a ellos, a agraviarse, descalificarse y defenderse. A veces parecería que creen que el mundo son solamente ellos y su mundito.
En investigaciones cualitativas hechas esta semana en la provincia de Buenos Aires, casi nadie toma en serio el atentado en contra de Cristina. Dibujan la situación como una carpa de circo sin público. Está llena de políticos que discuten tonteras que no interesan a la gente. Por eso se fue latente y ellos se quedaron discutiendo sus maniobras.
Fuente: Perfil
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