El saqueo de Caracas
Walter Raleigh iniciaba su exploración por el Orinoco, mientras Amyas Preston se plantaba con su propia flota, conformada por seis navíos artillados, frente a la isla de Margarita. Afortunadamente, después ser atacada dos años antes por los piratas William Burg y James Langton, el gobernador Pedro de Salazar construyó un fuerte y trincheras para proteger el puerto de las fechorías de aquellos perros del mar.
Intentó desembarcar, pero los cañonazos disparados desde el Castillo San Carlos de Borromeo y Fortín de la Caranta lograron proteger la bahía y poblado de Pampatar, frustrando sus pretensiones. Vencido el asalto, navegó hasta Coche, isla que saqueó sin mucha resistencia, igual que Cubagua.
Según las anotaciones de su bitácora, en Coche capturaron un puñado de españoles y algunos esclavos como rehenes, también modesto botín de perlas para sus baúles. A orillas de aquella isla lo sorprendió la presencia de un “pez” que los españoles llamaban lagarto, los indios apodaban caimán, y no era otra cosa que un cocodrilo.
El amanecer del 22 de mayo de 1595 fondeó frente a Cumaná y sus habitantes, aterrorizados, hicieron saber al corsario estaban dispuestos a ofrecer pago de un rescate razonable, con la condición que no quemara la ciudad y entregase los rehenes en su poder. Además del tesoro en sus arcas podía cargar las bodegas de sus naves con bastimento, llevando consigo tocino, maíz, trigo y agua dulce.
Luego de asaltar pacíficamente aquel puerto, navegó rumbo a La Guaira. Desembarcó la tarde del 27 sin percances en Macuto, al mando de quinientos hombres, armados hasta los dientes, y con suficientes provisiones para marchar hasta Santiago de León de Caracas.
La noticia de su intentona sobre Pampatar llegó a La Guaira antes que lo hiciera el corsario, dilatado por sus negociaciones en Cumaná. El camino hasta la otra urbe estaba bloqueado por las fuerzas españolas, ya prevenidas sobre su inevitable visita. Así lo supo Preston gracias a un tal señor Villalpando, quien, rogando le perdonase la vida, ofreció guiarlo por otro camino a través de la cordillera. Trillo marcado por los indios que no solían transitar los españoles, pero entrada segura para caer sobre Caracas sin toparse con resistencia.
Las fuerzas defensivas de la ciudad, comandadas por el alcalde Garci González de Silva y Francisco Rebolledo, apoyadas por el veterano capitán Pedro Alonso Galeas, bajaban en dirección a La Guaira por Maiquetía, mientras el ejército invasor del corsario trepaba la escarpada montaña desde Macuto hasta Galipán, viendo el valle y ciudad desplegarse ante sus ojos en el camino cuesta abajo. Dejó al traidor Villalpando colgado por el cuello de un árbol, castigo digno de Judas Iscariote.
La villa desguarnecida probó ser presa fácil. Sus habitantes, despavoridos, abandonaron sus casas, buscando refugio en los montes aledaños. Preston y sus piratas entraron al valle la tarde del 29 de mayo, cuando el piquete liderado por González de Silva, Rebolledo y Galeas, apenas al llegar a Macuto, se percató el enemigo tomó ruta distinta al camino real y tenía tomada Caracas, obligando a trazar sus pasos de regreso, con el propósito de rodear la ciudad y desalojar a los ingleses.
El episodio se encuentra registrado en la obra “Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela”, escrita por José de Oviedo y Baños. Este libro relata que una sola persona salió de su hogar para defender la villa de sus atacantes.
El conquistador, don Alonso Andrea de Ledesma, llegó a Coro en 1540 bajo las órdenes de Juan de Carvajal; colaboró en la edificación de primeros ranchos en El Tocuyo en 1545; participó junto al maestre de campo Diego García de Paredes en la cacería que dio muerte en 1561 al demonio de Oñate, el infame tirano Lope de Aguirre; formó parte de la expedición organizada por el capitán Diego de Losada que fundó Caracas en 1567; y peleó contra los indios del temible cacique Guaicaipuro, pacificando la región; además ocupó los cargos de regidor, procurador y alcalde de la ciudad.
Aquel octogenario fue el único valiente que se atrevió a trancar el paso de los piratas. Achacoso, flaco, de tupida barba blanca, sobre su caballo, embutido en armadura, empuñando lanza, espada y adarga, con pulso tembloroso característico de su edad crecida, impávido, ante sorpresa de todos, cargó solo e íngrimo para batir al nutrido cuerpo de filibusteros, desatando carcajadas por parte de sus adversarios.
Preston, impactado por su coraje y temeridad, admirando la intrepidez de aquel bizarro personaje, ordenó apresarlo con vida. Los primeros tres que intentaron cumplir el mandato del jefe, resultaron despachados al averno con golpes de lanza y espada, hasta que alguien decidió tumbarlo de su bestia con certero disparo de arcabuz. Con lástima y sentimiento, recogieron el cuerpo para darle sepultura digna de figura honorable.
Atrincherado en la iglesia parroquial y casas reales, mero centro del poblado, se acercó un vecino de Caracas, cuyo nombre no aparece en las crónicas, a pedir parlamento. El inglés propuso desembolso de un rescate, al igual que hizo en Cumaná, a cambio de no saquear y quemar la ciudad. Exigió la cantidad de treinta mil ducados que debían ser entregados en lapso de pocas horas.
González de Silva, Rebolledo y Galeas regaron sus tropas alrededor de la ciudad, prestos para dar batalla frontal, montar sitio e impedir saliesen a robar estancias y cortijos cercanos. En el lapso de una semana se logró reunir la décima parte de la cifra reclamada. El corsario, exasperado por el pago irrisorio, temiendo el negociador formulara táctica dilatoria esperando refuerzos, aceptó los sacos rellenos de monedas, procedió a saquear todo hogar abandonado y aniquilar la poca gente que halló. Iluminó la noche con antorchas, regó candela por Caracas y partió de vuelta a la costa por el camino real, viendo la villa arder a sus espaldas.
En trayecto prendieron fuego a cuanto rancherío indígena hallaron. Una vez en el puerto de La Guaira se hizo con un botín de cueros y zarzaparrilla, y, la tarde del cuatro de junio, embarcó siguiendo el itinerario propuesto por los vientos alisios. La mañana del diez puso pie en La Vela, marchó hasta Coro, desbarató una barricada de vecinos que se defendió en combate fiero, y entró a la ciudad para hallarla vacía. Sin dinero que robar o solicitar por su rescate, el infatigable pirómano la prendió en llamas.
Para los primeros días de julio estaba en Jamaica comprando pertrechos para realizar la travesía de regreso a Inglaterra. En la Tortuga esperó anclado por Walter Raleigh, quién después de su viaje por el Orinoco, navegó como Almirante de la flota que arribó el diez de septiembre al puerto galés de Milford Heaven.
Es a partir de entonces que la historia pasó a mezclarse con leyenda. Mientras “Guatarral” y su legión de corsarios desembarcaba en Milford Heaven, en la lejana Sevilla remontaron el Guadalquivir las naos venidas de Indias cargando preciadas cargas de oro, perlas, esmeraldas, tabaco, especias, y, lo más importante, noticias.
En el puerto, plazas y lugares concurridos se congregaban soldados, aventureros, o paletos que jamás habían visto paisajes distintos a los de su pueblo, listos para lanzarse a la mar en búsqueda de riquezas. Cada cierto tiempo se acumulaban para escuchar, con golpe de tambor, a los grandes señores reclutar expedicionarios, así como el contenido del correo importante.
Se comenta entre ellos, cuando llegó la información sobre la quema de Caracas por parte de Amyas Preston, redactada por Garci González de Silva, un veterano incapacitado, que nadie incorporaba a sus cuerpos, por tener su mano izquierda inútil, tras recibir un tiro durante la batalla naval de Lepanto, escuchó el relato de aquel recio y ajado conquistador quien, disfrazado de caballero, sin titubear, cargó contra el ejército pirata.
Es por ello que algunos alucinados afirman la figura de Alonso Andrea de Ledesma inspiró al “Manco de Lepanto”, como apodaron a Miguel de Cervantes Saavedra, para escribir su majestuosa obra titulada “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.
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