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En los tiempos de la mayor bonanza petrolera que hemos tenido en toda la historia, el régimen aprovechó de tupir todas las paredes con su interesada mensajería gráfica. Ya no le bastaba con copar nuestra mirada en las campañas electorales, por lo que la revolución fue aclamada, proclamada y reclamada a diario con los trazos en serie, virales y maniqueos de colorido tropical. 

Hastiado el paisaje, con el tiempo decreció tan afanosa actividad para la cual profesionalizó fundamentalmente a los jóvenes con la enfermiza repetición de los motivos gráficos. Y, puede decirse, los jóvenes  le fiaron su trabajo al Estado, y,  luego,  no hubo recursos y, mucho menos, disposición para reconocerles y darles el más elemental salario.

Además, algo que denunciamos en sus debidas oportunidades, las principales localidades del país a la postre fueron masivamente pintadas de gris. Siendo tan evidente el propósito de deprimirnos, aprovecharon de minimizar en todo lo posible a Chávez Frías. Por ello, nos sorprende, o decimos sorprendernos, ante la reciente reaparición de  murales más elaborados y económicamente costosos.

Quizá una excepción, por los costos que acarrea, en las proximidades del Liceo Andrés Bello de la avenida México, en Caracas,  ha surgido una extendida referencia al 80° aniversario de la celebérrima batalla de Stalingrado. Indudable, un hecho histórico importante, como otros que no ha sabido de celebración aniversario alguna.

Se dirá de toda una intención pedagógica, pero es fácil de comprobar una vocación realmente propagandística al exponer un estilo artístico y un sello inconfundible de la era estalinista, acotemos, nada inocente. Al parecer, el muralista no recibe noticia todavía de la caída del muro de Berlín y entiende perfectamente al actual régimen, como una continuidad del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), levando en armas por los remotos sesenta del siglo pasado.

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