¿Esperando un telefonema de Lenin?

Quizá el más poderoso y expansivo sentimiento sea el de la perplejidad, conmovidos todos por una decisión judicial inconcebible. La Sala Electoral decidió suspender los efectos de las distintas fases del proceso electoral que tan exitosamente condujo la Comisión Nacional de Primaria, entre otras medidas cautelares.

Muy natural la inmediata reacción de la opinión pública que quizá está  bien sintetizada por Allan Brewer-Carías al observar cuán absurdo resulta suspender los efectos de un hecho absoluta y completamente cumplido: la selección de la abanderada presidencial de la oposición.  De modo que, al mismo tiempo que los integrantes de la referida Comisión acatan la citación del Ministerio Público, no puede menos que sorprender los términos de un fallo judicial tan insensato que nos aflige, porque jamás se pensó que pudieran llegar a tanto, aunque a otro jurista tan connotado como Ángel Bellorín, le parece una mala copia de la sentencia que anuló la elección de los diputados del estado Amazonas en 2015. 

Una decisión tribunalicia en cualesquiera jurisdicciones y ámbitos, añadidos los aún modestos órganos disciplinarios que se da la sociedad civil, requiere de un mínimo de convincentes formalidades, alegatos y probanzas que le concedan la sensatez indispensable al régimen o sistema político que la informa y sustenta, yendo más allá de una simple contextualización. De no ocurrir así, el corto-circuito es inevitable en todas las esferas.

Parece obvio el error de cálculo de los círculos oficialistas que subestimaron los comicios primarios, o confiaron demasiado en sus habilidades intimidatorias: cumplida la fase en la que el CNE finalmente se dijo supercompetente en materia electoral, pretendiendo arrinconar a la Comisión, en lugar de suspender a tiempo el evento, como presumimos fue uno de los posibles escenarios y desenlaces, comprendió el altísimo costo político que acarrearía, ahora, pagando otro superior al quedar completamente desenmascarados.  Evidentemente, hubo un craso error en la conducción política de los gubernamentales que desean apagar a punta de represión y de una explicación tan insensata para los suyos, porque las llamaradas pueden propagarse.

Precisamente, lo más terrible es esa explicación tan inverosímil que ensayan para los suyos, conocida y defendida la verdad por las grandes mayorías del país. La versión oficialista luce excesivamente ilógica, teniendo un alcance cada vez mayor: el evidente fracaso madurista del 22 de octubre, no puede imputársele ya  al error que dice explicarlos, ni a los codazos que se dan las diversas individualidades y grupos de poder, sino en el absurdo convertido en régimen o sistema que nos impone la necesidad misma de reemplazarlo por otra legitimidad, la cabalmente libre y democrática a la que aspiramos.

Por lo demás, acostumbrados a violentar los acuerdos suscritos en las numerosas negociaciones, diálogos y tertulias del presente siglo, ya temen por el restablecimiento de las sanciones internacionales que lograron suspender por seis meses. Gustan demasiado de las tácticas leninistas, inventando hazañas, delitos y escándalos, donde no los hay, pero sin el innegable talento del bolchevique que jamás les atiende ni atenderá una llamada  telefónica.

La situación planteada y los recursos utilizados por el poder establecido, esbozan una cierta demencia política propia de la barbarie. Por cierto, es como la inservible caseta telefónica que queda en el casco histórico de Caracas, en una esquina de la Plaza Bolívar, una chatarra que tiene varias manos de pintura encima dizque trastocada en una obra de arte: ¿qué otra cosa se les ocurrirá a los leninistas de esta hora?

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