Temeridad ibérica

Puede aseverarse, tras una pavorosa guerra civil, la España de 1939 eligió definitivamente una entre dos dictaduras. En un caso, la que concluyó con la muerte de Franco, y, muy seguramente,  presumido el triunfo, la que todavía sobreviviría en modo estaliniano. 

La exitosa transición democrática de finales de los setenta, abrió las puertas del siglo XX a la península ibérica, asomándose holgada a los ventanales del XXI.  Creemos que las nuevas generaciones no valoran apropiadamente que el país elevara tan extraordinariamente su calidad de vida en libertad, contrastando con las remotas décadas de penurias, represión y de una forzada y masiva emigración por razones sociales y económicas, además de las políticas. 

En los últimos tiempos, reabriendo innecesariamente las viejas heridas, el pasado histórico y el que jamás ha sido ni lo será,  ha sido instrumento de poder. Propiciando una conflictividad varias veces innecesaria, le ha permitido a Pedro Sánchez maniobrar exitosamente en el poder, demostrando que tan radicalmente pragmático es.

Ha debido perder escandalosamente las elecciones con Alberto Núñez Feijóo, gracias a una atípicamente desastrosa gestión en la que, sin miramientos, conservadas sus carteras, acabó con el partido Podemos del que muy bien se sirvió.  Empero, asombrosamente, el PSOE ha no sólo ha sobrevivido a sus propios fracasos, sino que tiene ya los votos para renovarse en el poder paralizando al gobierno que no ha tenido parlamento al que rendirle cuenta, al mismo tiempo que pactando con el separatismo vasco y, excedido en los acuerdos, con el catalán.

No sabemos cuál de ellos es el más temerario, jugándose a Rosalinda: Carles Puigdemont que ha llegado demasiado lejos, o el Sánchez de una absoluta falta de escrúpulos y una férrea voluntad de poder. Además, el asunto pone a prueba al rey Felipe de una larga preparación y riguroso entrenamiento, pues, hay preocupación respecto a la tentación de una constituyente que formalmente republicanice a los ibéricos que pueden dar ejemplo a Italia, por ejemplo, haciendo de Europa cada vez un archipiélago infinito de identidades, Estados y nacionalidades.

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