José Gregorio POP
Un par de semanas atrás, presenciamos una obra inspirada en una selección suscritas por José Gregorio Hernández. Al aceptar la invitación hecha por amigos muy queridos, como Soraya Gross y Néstor Riera, volvimos al Teatro Nacional sorprendidos por las rejas que ahora caracterizan a la Iglesia de Santa Teresa, dando pista de los peligros que aumentaron en sus inmediaciones.
Loable idea la de representar al médico que está camino a la santidad, la concurrencia recibió a los artistas con grandes aplausos. Por lo demás, algo natural con la escasez de obras teatrales y musicales, excepto aquellos muy encarecidos espectáculos con cotizadas figuras extranjeras que ameritan de un mayor esfuerzo comercial y encanto oficialista.
Un popurrí de las más disímiles canciones que encuentran su mejor pretexto en los párrafos de las distintas misivas del médico de los pobres, libreto o apuntador para quienes únicamente cantaron los viejos éxitos, retan al numeroso elenco siguiendo la pista de fondo. Por lo menos, en esta oportunidad, salvo dos de las cantantes más llamativas, unos desafinaron más que otros, incluyendo al protagonista que lidió sin mucho éxito con “Granada” de Agustín Lara, por ejemplo.
Quizá al estrenarse la obra por el mes de agosto del presente año, hubo alguna folletería con información general y técnica, pero ahora no fue posible obtener mayor noticia, sino a través de los portales oficiales u oficiosos (https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/chevere/musical-las-cartas-jose-gregorio-regresa-al-teatro-nacional/). Remodelado el teatro, respiramos las limitaciones económicas de una obra que aparentemente pudiera lucir bien producida por el mobiliario, los adornos, o detalles como el del viejo reclinatorio: empero, la escenografía inconmovible, no dió mucho trabajo a los utileros que, al fin y al cabo, suponemos, emplearon lo que consiguieron en los depósitos, en consonancia con la ausente política cultural del Estado partidizado y holgadamente burocratizado.
Interesante la representación que hacen del trujillano que canta, aunque danza muy poco, con o sin saco, empuñando el maletín médico y el estetoscopio. “New York, New York”, otro ejemplo, es la mundanal pieza que pudiera escandalizar al feligrés más conservador, pero – a estas alturas de la vida – resulta imposible, al remitirnos a la ya vieja cultura pop de los sesenta del veinte, por lo que concluimos, por una parte, que faltó un poco más de creatividad y de atrevimiento, víctimas los artistas de las caricaturizaciones que son las que se permite un régimen que desconfía de la cultura, negando oportunidades a la libre iniciativa.
Así, entendemos, por otra parte, ciertas licencias que rayan en la cursilería: terminando la presentación con todos los intérpretes en escena, como jamás ella lo hubiese imaginado y aceptado, la Madre María de la Candelaria cubre a José Gregorio Hernández con la bandera nacional, abriendo éste luego los brazos en un sincero gesto populista que, en lo personal, se nos antoja tragicómico. Las hábiles fotografías tomadas por Soraya que, por cierto, tampoco es responsable con Néstor de lo acá apuntado, rubrican una gesta, la de un homenaje que fuese capaz de llenar con facilidad la sala.
Finalmente, en clave de Sábado Sensacional, o cualesquiera otros maratones televisivos afines, las dos animadoras o presentadoras, con una fotografía del beato en mano, agradecieron no sólo la presencia del cardenal Baltazar Porras, sino pidieron que la audiencia lo aplaudiera de pie en agradecimiento por sus gestiones eclesiales. Imaginamos que al prelado no le quedó más remedio que levantarse para agradecer los aplausos, marchándose – quizá con pena ajena – del sitio lo más rápidamente que pudo, mientras la audiencia hacía algo parecido por los riesgos de las adyacencias.
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